lunes, 1 de abril de 2019

Las Runas.

Este tema es amplio y podría llegar a muy largas consideraciones. No haremos más que
dar una visión general. Por diversas razones, las runas han provocado, casi desde su
aparición, largos estudios cuyo carácter casi obligado, es la fantasía. Intentaremos
contemplar en este texto el balance de lo aceptado por la investigación y ofrecer las
informaciones indispensables.
Las runas hacen su aparición hacia el año 200. El problema de su origen ha sido objeto
de eruditas disputas, hoy apaciguadas. Las runas derivan de las escrituras norditálicas,
variantes de la escritura latina clásica, por consiguiente. Las regiones en las que se
utilizaban estas escrituras eran conocidas por buen número de tribus germánicas,
especialmente escandinavas y son esas tribus las que las difundieron. Surgen con una
notable uniformidad en toda el área de expansión germánica y no son de ninguna forma,
en el origen, una especialidad escandinava. Existen primero bajo la forma de un
"alfabeto" de veinticuatro signos, llamado "futhark", por el nombre de las seis primeras
runas. La costumbre es repartirlas en tres grupos de ocho o "aettir". Los signos se
graban con un objeto puntiagudo sobre un soporte igualmente duro. Es decir, nos
encontramos ante una escritura exclusivamente epigráfica. No hay un texto largo en
runas.
Se ha debatido durante mucho tiempo el problema de la naturaleza de las runas. No son
signos mágicos, sino una escritura como cualquier otra, que puede servir tanto a fines
utilitarios como a intenciones mágicas. El argumento lingüístico es, en este punto,
decisivo. La fonología demuestra que los veinticuatro signos de este alfabeto cubren
todas las necesidades concretas del proto-escandinavo y que ninguno es inútil.
El proto-escandinavo, es una lengua perteneciente a la familia germánica, siendo ésta
una rama del indoeuropeo. Está por lo tanto completamente emparentada con otras
lenguas indoeuropeas. Un poco antes del comienzo de nuestra era, el germánico no se
había diferenciado todavía en subfamilias; oriental (el gótico), occidental (que dará poco
a poco el inglés, el alemán y el holandés), y septentrional (de donde surgirán los
actuales danés, sueco, noruego e islandés). No es sino, poco a poco, como se ve emerger
un primer estado de esa rama septentrional al que se le da el nombre de protoescandinavo
(sueco urnordisk). Este proto-escandinavo se dividirá, a continuación, en
dos ramas, una oriental, que dará nacimiento al danés y al sueco, y otra, occidental, de
la que provendrán el noruego, el feroés y el islandés.
Todos estos idiomas poseen los caracteres específicos de las lenguas germánicas:
conocen un acento fuerte sobre la primera sílaba de las palabras; han sufrido lo que los
especialistas llaman la primera mutación consonántica (es decir, que las plosivas, p, t, k,
b, d, g, sufren ciertas modificaciones, en diacronía, según su lugar en la palabra con
respecto al acento tónico); tienen una declinación llamada débil del adjetivo (esto
depende del hecho de que el adjetivo epíteto vaya, o no, precedido por un artículo. Por
último, poseen una conjugación igualmente llamada débil de los verbos. Algunos, y este
debía ser el caso normal en indoeuropeo, señalan el paso al pretérito y al participio
pasado por una modificación de la vocal radical, mientras que otros forman pretérito y
participio pasado añadiendo un sufijo que implica una dental.
La evolución de estas lenguas continua hasta finales de la Edad Media, cuando se fija un
poco la fisonomía que tienen actualmente. Pero hay un rasgo completamente notable y
absolutamente excepcional y es que, habiéndose fijado el islandés antiguo siempre en el
mismo lugar, por razones geográficas e históricas, a partir del siglo XIII, no ha
evolucionado en absoluto desde hace un milenio, si no es en la pronunciación. Los
islandeses de hoy tienen una lengua que era la de los vikingos.
En cuanto a las runas, por el tenor de las inscripciones, si bien es evidente que, al
pertenecer el conocimiento de esos signos en primer lugar a una elite, las formulaciones
son muy a menudo de carácter esotérico, el conjunto no deja de decepcionar: marcas de
posesión, fórmulas conmemorativas, etc. Sin duda no conviene tomar al pie de la letra
las declaraciones del "Altísimo" (Odín) en el Hávamál de la Edda Poética. Es un texto
demasiado compuesto y demasiado atiborrado de influencias diversas para que podamos
confiar en él, sobre todo en sus partes más o menos oscuras. Odín nos explica allí cómo
adquiere, por ahorcamiento sagrado, el saber supremo. Después da un catálogo de las
operaciones que hay que ejecutar para ser un buen conocedor de las runas.
En otro texto de la misma compilación, en el Rigsthula, el conocimiento de las runas se
presenta claramente como patrimonio de los nobles.
El rasgo apasionante es que hacia el comienzo de la era vikinga (y esta conjunción no
puede despreciarse en ningún caso) este alfabeto de veinticuatro signos se simplifica
radicalmente, de un solo golpe, en toda Escandinavia (el resto de Germania, convertido
al cristianismo mucho antes que el Norte y en contacto directo con el mundo latino,
había adoptado la escritura latina desde hacía tiempo) para pasar dieciséis signos,
mientras que la fonética del nórdico antiguo, a causa de fenómenos como la metafonía,
se enriquece con algunos fonemas nuevos. En otras palabras, en el momento que
hubiera sido bueno ampliar el alfabeto para hacer frente a las nuevas necesidades de la
lengua, se lo simplifica en un tercio.
Tal como son, estas inscripciones nos iluminan a veces las prácticas religiosas paganas
de esos hombres. Algunos invocan a Thor o a Sigurd, matador de Fafnir; otras se valen
expresamente de ritos mágicos (así un sacerdote cristiano en Urnes, Noruega, escondió
bajo el suelo de la iglesia una plancha grabada con la inscripción "Arni el sacerdote
quiere poseer a Inga"), o bien en Gorlev, Dinamarca, una inscripción en memoria de un
cierto Odinskar termina con el deseo: "Disfruta de tu tumba", es decir, "sé feliz en tu
nuevo estado de muerto y no regreses al mundo de los vivos", una fórmula de conjuro
por consiguiente. En otras partes se pretende ensalzar a la familia del desaparecido.
También hay detalles de legislación o de administración, marcas de propiedad, como
por ejemplo, la fijación de los límites de tierras. Se dispone de un cuerpo impresionante
de inscripciones rúnicas, en piedra sobre todo, que tratan de casi todos los temas
posibles, en fórmulas lacónicas, a partir, en general, de intenciones conmemorativas de
un desaparecido. Su estudio ha sido realizado con cuidado y son los únicos escritos de
los vikingos en su época.
Conviene señalar en primer lugar, que una inscripción rúnica bien ejecutada posee en sí
un indiscutible valor artístico, dado que la mayor parte, o bien forman como una
serpiente que se muerde la cola, o bien están dispuestas alrededor de motivos
decorativos, incluso con representaciones de determinados hechos. Hay algunas
especialmente logradas, como la de Ramsundsberget, donde se ilustra el episodio
central del ciclo heroico de Sigurd, cuando mata al dragón Fafnir, o la de Altuna en
Suecia, que representa, entre otros motivos, a Thor pescando la gran serpiente de
Midgard.
En el origen, estas inscripciones estaban sin duda pintadas o teñidas de ocre y hollín, lo
que debía darles un aspecto hermoso. Las runas en nuevo futhark son precisamente
aquellas que conocieron y utilizaron los vikingos.
Grabarlas, leerlas, interpretarlas, no estaba ciertamente al alcance de cualquiera.
Existieron lo que habría de denominarse "escuelas" de grabadores, fácilmente
reconocibles y sucede muy a menudo, que al final de una inscripción, el grabador se da
orgullosamente a conocer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario