lunes, 1 de abril de 2019

Introducción a la Mitología Escandinava.

La llamada Mitología del Norte, puede ser considerada como un valioso vestigio de los
comienzos de la poesía del Norte, antes que una representación de las creencias
religiosas de los escandinavos. Tales fragmentos literarios contienen muchos indicativos
de la época transicional, en la que la confusión de la antigua y la nueva fe se hace
aparente.
El clima y el escenario de las tierras en las que los nórdicos habitaban tuvo una gran
influencia en la configuración de sus primeras ideas religiosas, al igual que en la
disposición de su modo de vida. La mitología del Norte es grandiosa y trágica a un
tiempo. Su tema principal es la lucha perpetua que existe entre las fuerzas de la
Naturaleza beneficiosas contra las dañinas y, por tanto, no es de carácter elegante e
idílico, como otras mitologías europeas.
Era natural que los peligros que conllevaban la caza y la pesca bajo los cielos nublados
y el sufrimiento impuesto por los largos y fríos inviernos cuando el sol nunca brilla,
hicieron a nuestros antepasados nórdicos a contemplar el frío y el hielo como espíritus
malignos. Con igual razón, invocaban con especial fervor las influencias benignas del
calor y la luz.
Con respecto a la religión, la mayoría de los pueblos meditan sobre el pasado lejano y el
distante futuro: cómo empezó este mundo y qué había antes, cuáles son los límites del
mundo y cómo están situados, cómo se creó al hombre, rara vez el por qué, cómo
llegará el mundo a su fin y qué es lo que pasará después. Tales reflexiones son una
potente fuente de mitos y también es así en el caso de los nórdicos.
Nuestros conocimientos sobre su religión dependen de tres fuentes principales. La
primera de ellas es la Edda Poética, un grupo de textos más o menos relacionados, unos
poemas de longitud media o corta. El núcleo de esta colección llena un manuscrito
llamado Codex Regius (el Manuscrito Real). Contiene veintinueve poemas, once de
ellos sobre temas mitológicos y dieciséis, junto con dos fragmentos, sobre héroes y
heroínas de la antigüedad germánica.
Los poemas éddicos están más o menos estructurados en estrofas con un grado limitado
de variantes métricas, por lo cual posee una apariencia muy homogénea. Algunos son
narrativos, otros son poemas de pregunta y respuesta, diálogos entre seres
sobrenaturales que sirven para dar información mítica. De vez en cuando hay una serie
de estrofas que contienen sabiduría o proverbios atribuidos a una de las divinidades.
Está el caso del poema llamado Hávamál (el Discurso del Altísimo). Es una obra
compleja, compuesta por secuencias de estrofas individuales que fueron reunidas bajo
un único encabezamiento de una fecha temprana. Incorpora temas de gran antigüedad,
probablemente de la Era Vikinga. Cuenta algo de la visión nórdica del mundo. Gran
parte del poema está escrito en forma de proverbios, útiles consejos, pero algo
pragmáticos, de cómo dirigir la vida. Se habla de la amistad, de sus obligaciones y
beneficios, de los deberes de la hospitalidad, de la importancia de la prudencia en todo
momento, de la necesidad de estar bien considerado por los demás, etc. Hay, en este
poema, material mágico, cantos y hechizos y una secuencia narrativa de los
acontecimientos.
La Edda en Prosa, compuesta por el escritor islandés Snorri Sturluson, es la segunda
gran fuente de material mitológico escandinavo. El libro se distribuye en cuatro
secciones: un prólogo; Gylfaginning (La Alucinación de Gylf); Skáldskaparmál (la
Dicción de los Poetas) y el Háttatal (Recuento de Estrofas).
Finalmente, la tercena fuente que nos ayuda a recomponer la religión nórdica son los
poemas escáldicos, con sus intrincadas composiciones y metáforas que aluden casi
siempre de forma indirecta a las cosas o personas, por medio de los kenningar. No
resulta sencillo sacar un conjunto coherente de la mitología escandinava de esta mezcla
de fuentes de diferentes lugares y épocas y que responden a diferentes demandas
literarias a su vez. Es mucho suponer que en toda Escandinavia se mantuvieran
exactamente las mismas ideas y creencias, así como convicciones religiosas, sin
variaciones. Hay una confusión de relatos: algunos pertenecen a secuencias claras, otros
están aparentemente dispersos, sin ningún fin.
Es difícil establecer cuánto hay de auténtica leyenda nórdica y cuánto de invención
puramente literaria. También es tema de debate qué papel juegan los mitos en las
creencias nórdicas, ya que un mito en sí, se dice, usa algunas ideas populares que tratan
de fenómenos históricos o naturales.
Entre los mayores mitos escandinavos están aquellos que explican el principio y final de
este mundo, su distribución, la creación de los primeros humanos y las luchas entre el
bien y el mal, como asuntos de vital importancia para sus vidas culturales. No es
sorprendente que ninguno sea muy preciso. Es una mitología apropiada para una raza
guerrera, en la que las matanzas y las traiciones son moneda corriente y en la que un
hombre importante demuestra su grandeza luchando contra un destino que sabe
inevitable.
Hoy no hay modo de saber en qué medida los mitos literarios representaban lo que los
vikingos creyeron realmente o lo que guiaba sus actos en sus vidas diarias. Los vikingos
mismos no hicieron constar detalles de su religión pagana y los cristianos que entraron
en contacto con ellos estuvieron poco dispuestos a describir el paganismo o a darle
crédito en modo alguno. Si lo mencionaban era generalmente en términos despectivos.
El único templo pagano sobre el cual tenemos una información detallada es el de Gamla
Uppsala, en Suecia central, que fue descrito por el clérigo alemán Adam de Bremen en
el siglo XI. Dice que todo el edificio era dorado. El templo contenía los ídolos de tres de
sus dioses. Cada uno de ellos contaba con sus propios sacerdotes y la gente les ofrecía
sacrificios para obtener beneficios apropiados.
Los eruditos modernos han tendido a quitar importancia a la magnitud de las
celebraciones mayores tan prolijamente y, tal vez imaginativamente, descritas en las
sagas y a poner de relieve en su lugar los aspectos más locales del culto.
Igual que los pueblos germánicos en general, los escandinavos no tenían una casta
sacerdotal propiamente designada. El sacerdote también era un jefe seglar, la cabeza de
una familia o de la sociedad local. Aquí las Sagas Islandesas son de especial
importancia, aunque de nuevo su fecha tardía y fondo cristiano pueden hacer que su
información sea poco fiable como documento histórico descriptivo de las creencias
paganas antiguas. No obstante, dan a entender que la religión pagana nórdica estaba
estrechamente unida al ciclo anual y a la jerarquía social seglar, como ocurre en el caso
de los godar, en Islandia.

·Inicios y Creación.
Un buen lugar con el que empezar es con la parte más antigua del gran poema éddico
"Völuspá" (La Profecía de la Vidente). Ésta data probablemente del año 1000, cuando
Cristo empezaba a ejercer una gran influencia en los asuntos nórdicos. Por ello, el
poema, tal como lo conocemos, puede mostrar la mitología nórdica influida por la
cristiana. Además, el texto del Codex Regius lo muestra en un estado ya mutilado. Hay
obvias lagunas en él y probablemente interpolaciones difícilmente rastreables. El poema
se presenta como la declaración de una "völva" (vidente, sibila) no conocida, ante la
existencia de Valfodr, uno de los muchos nombres de Odín. Él le había pedido que le
contase los antiguos relatos de los hombres, las primeras cosas que podía recordar.
Empezó hablando de sus recuerdos de épocas primigenias, para continuar con
acontecimientos posteriores, aunque muy antiguos y finalmente, siguió con el futuro, el
cual profetizó, presumiblemente ante la inquietud de Odín. Dice del estado más
primitivo del universo:


Fue en tiempos remotos,
cuando nada había,
ni arena ni mar
ni frías olas,
ni tierra
ni altos cielos,
sólo un gran vacío
y nada crecía.
Así pues, cuando nada había y la oscuridad reinaba en todas partes, existía un poderoso
ser llamado Allfather (Padre de Todo), al que imaginaban confusamente tanto no creado
como no visto, y todo lo que él deseaba era aprobado. Era una especie de ser invisible
que había existido desde siempre, y el cual contaba con once nombres más.
En el centro del espacio se encontraba, en el albor del tiempo, un gran abismo llamado
Ginnungagap, la grieta de entre las grietas, la sima grandiosa, cuya profundidad no
alcanzaba a ver ningún ojo y que estaba cubierto en una constante penumbra.
Al norte de este lugar se encontraba un espacio o mundo conocido como Niflheim (el
mundo de la niebla y la oscuridad) en el centro del cual burbujeaba el inagotable
manantial Hvergelmir (la caldera hirviente), cuyas aguas abastecían doce grandes
corrientes conocidas como las Elivagar. Como las aguas de estas corrientes fluían
velozmente desde su origen hasta encontrarse con las frías ráfagas de la sima grandiosa
(Ginnungagap), se solidificaban pronto en enormes bloques de hielo, que rodaban hacia
las inconmensurables profundidades del gran abismo con un continuo estruendo
atronador.
Al sur de esta oscura fosa, en dirección opuesta al Niflheim, el reino de la niebla, se
localiza otro mundo conocido como Muspellsheim (el hogar del fuego elemental),
donde todo era calor y luz y cuyas fronteras eran guardadas continuamente por Surtr, el
gigante de la llama. Este gigante blandía ferozmente su reluciente espada, lanzando
continuamente grandes cantidades de chispas, que caían con un silbido sobre los
bloques de hielo en el fondo del abismo, derritiéndolos parcialmente con su calor
incandescente.
Ymir y Audhumla.
Las nubes de vapor se elevaban y, al encontrarse de nuevo con el frío, se transformaban
en escarcha, la cual, capa a capa, rellenaba el espacio central. De esta manera, por la
continua acción del frío y el calor, y también debido probablemente a la voluntad de
Allfather, una gigantesca criatura llamada Ymir u Olgelmir (arcilla hirviente), la
personificación del océano congelado, nació entre los bloques de hielo del Ginnungagap
y como fue creado a partir de la escarcha, se le llamó Hrimthurs o el Gigante de Hielo.

Andando a tientas en la oscuridad en busca de alimento, Ymir se encontró con una vaca
gigantesca llamada Audhumla (la alimentadora), que había sido creada de la misma
manera y con los mismos materiales con los que el gigante había sido concebido.
Corriendo hasta ella, Ymir observó con placer que de sus ubres fluían cuatro grandes
arroyos de leche, que le proporcionarían alimento más que suficiente.
Todas sus necesidades fueron satisfechas de esta manera; sin embargo, la vaca,
buscando comida a su vez a su alrededor, comenzó a lamer la sal de un bloque de hielo
cercano con su áspera lengua. Siguió haciendo esto hasta que primero aparecieron los
cabellos, después la cabeza entera de un dios emergió de su helada envoltura y
finalmente Buri (el productor) se vio completamente liberado.
Mientras la vaca se encontraba ocupada de esta manera, Ymir, el gigante, se había
quedado dormido y mientras dormía un hijo y una hija habían nacido de la transpiración
bajo sus axilas y sus pies habían producido el gigante de seis cabezas Thrungelmir, el
cual, poco después de nacer, dio a luz a su vez al gigante Bergelmir, del cual descienden
todos los gigantes malignos helados.
Odín, Vili y Ve.
Cuando los gigantes se dieron cuenta de la existencia del dios Buri y de su hijo Börr
(nacido), al cual había producido inmediatamente, una guerra surgió entre ellos, ya que
al representar dioses y gigantes las fuerzas opuestas del bien y del mal, no cabía la
posibilidad de que pudieran vivir juntos en paz. Naturalmente, la lucha continuó durante
años sin que ningún bando lograra una decidida ventaja, hasta que Börr se casó con la
giganta Bestla, hija de Bolthjorn (la espina del mal); de la pareja nacieron tres
poderosos hijos: Odín (espíritu), Vili (voluntad) y Ve (sagrado). Estos tres hijos se
unieron inmediatamente a su padre en su lucha contra los gigantes de hielo enemigos y
finalmente lograron matar a su rival más devastador, el gran Ymir. Mientras caía sin
vida, la sangre manó de sus heridas en cantidades tan grandes que terminó produciendo
un gran diluvio en el que pareció toda su raza, a excepción de Bergelmir, el cual logró
escapar con su esposa en un bote hasta los confines del mundo.


Allí construyó su morada, llamando al lugar Jötunheim (hogar de los gigantes) y allí
engendró una nueva raza de gigantes de hielo, los cuales heredaron sus aversiones y
continuaron su odio de sangre, estando siempre dispuestos a salir resueltamente de su
desolado país para atacar el territorio de los dioses.
Los dioses, llamados Ases (pilares y soporte del mundo) en la mitología del Norte, tras
haber triunfado sobre sus enemigos y haber terminado de esta manera la guerra,
comenzaron entonces a mirar a su alrededor, con la intención de mejorar el aspecto
desolado de las cosas y moldear un mundo habitable. Tras la debida consideración, los
hijos de Börr arrojaron el enorme cadáver de Ymir al Ginnungagap, poniéndolo en
medio, y comenzaron a crear el mundo a partir de las diversas partes que lo componían.
La Creación de la Tierra.
De su carne moldearon Midgard (el jardín medio), el nombre que se le dio a la Tierra.
Éste se situó en el centro exacto del vasto espacio, y fue cubierto con las cejas de Ymir
como baluartes o murallas. La porción sólida de Midgard fue rodeada con la sangre o el
sudor del gigante, que pasaron a formar el océano, el agua y los mares, mientras que sus
huesos pasaron a constituir las montañas, sus dientes los precipicios y sus cabellos
rizados los árboles y la vegetación.

Bien satisfechos con sus primeros esfuerzos en la creación, los dioses tomaron entonces
la abultada calavera del gigante y la equilibraron diestramente para formar los cielos
abovedados sobre tierra y mar. Después esparcieron sus sesos a través de sus vastas
extensiones para crear de ellos las nubes.
Dice Alto (Odín) citando estrofas del poema de preguntas y respuestas Grímnismál:
De la carne de Ymir se hizo el mundo,
y de su sangre, el mar.
De sus huesos, peñascos; de sus cabellos, árboles;
y de su cráneo, la bóveda celeste.
Y de sus cejas, los dioses geniales
hicieron Midgard para la humanidad.
Y de sus sesos se crearon
todas esas crueles nubes de tormenta.
Para sostener la bóveda celestial, los dioses colocaron a los poderosos enanos Nordri,
Sudri, Austri y Westri en sus cuatro esquinas, ordenándoles que lo sostuvieran sobre sus
hombros. De ellos recibieron los cuatro puntos cardinales sus nombres actuales de
Norte, Sur, Este y Oeste. Para iluminar el mundo creado, los dioses sembraron la
bóveda celestial con chispas procedentes de Muspellsheim, puntos de luz que brillaban
constantemente a través de la oscuridad como estrellas relucientes. Las más luminosas
de estas chispas, sin embargo, se reservaron para la forja del Sol y de la Luna, los cuales
fueron colocados en bellos carros de oro.
Cuando todos los preparativos concluyeron, y los corceles Arvakr (el despertador
temprano) y Alsvin (el marchador veloz) fueron enganchados al carro del Sol, los
dioses, temiendo que los animales pudieran perjudicarse por su proximidad a la ardiente
esfera, colocaron bajo sus crucetas grandes pieles rellenas de aire o alguna sustancia
refrigerante. También forjaron el escudo Svalin (el refrigerante) y lo situaron delante del
carro para protegerles de los rayos directos del Sol, los cuales, de otra manera, podrían
haberles carbonizado a ellos y a la Tierra. De forma similar, el carro de la luna fue
provisto con un ágil corcel llamado Alsvider (el más veloz); sin embargo, no se precisó
de ningún escudo que le protegiera de los ligeros rayos de la Luna.
Mani y Sol.
Los carros estaban preparados, los corceles enganchados e impacientes para comenzar
lo que iba a ser su recorrido diario, pero ¿quién iba a guiarles por el camino correcto?.
Los dioses buscaron a su alrededor y los dos bellos hijos del gigante Mundilfer llamaron
su atención. Él estaba muy orgulloso de sus hijos y les había dado el nombre de las
recién creadas orbes, Mani (la luna) y Sol (el Sol). Sol, la doncella del Sol, era la esposa
de Glaur (el brillo), el cual era probablemente uno de los hijos de Surtr.
Los nombres probaron haber sido otorgados acertadamente, pues el hermano y la
hermana fueron nombrados los encargados de conducir los corceles de sus brillantes
homónimos. Tras recibir los debidos consejos de los dioses, fueron llevados hasta el
cielo y día tras día, cumplieron con sus obligaciones asignadas conduciendo los corceles
a través de los senderos celestiales. Dice así el Hávamál:
Sabed que Mundilfer es el alto
padre de Mani y Sol;
los años pasarán uno tras otro,
mientras ellos marcan los meses y los días.
Después, los dioses convocaron a Nott (noche), una de las hijas de Norvi, uno de los
gigantes y le confiaron el cuidado de un oscuro carro tirado por un corcel negro,
Hrimfaxi (crines de hielo), de cuyas crines ondeantes caía el rocío y la escarcha hasta la
tierra.
La diosa de la noche se había casado en tres ocasiones y con su primer esposo, Naglfari,
había tenido un hijo de nombre Aud; con el segundo, Annar, una hija llamada Jörd
(tierra) y con el tercero, el dios Delliger (amanecer), otro hijo, cuya belleza era sublime
y al cual se le dio el nombre de Dag (día).
Tan pronto como los dioses se percataron de la existencia de este hermoso ser, le
proporcionaron también un carro tirado por el resplandeciente corcel blanco Skinfaxi
(crines brillantes), de cuyas crines resplandecientes rayos de luz brillaban en todas
direcciones, iluminando el mundo y trayendo consigo luz y alegría para todos.

Los Lobos Sköll y Hati.
Pero ya que el mal siempre sigue de cerca los pasos del bien con la intención de
destruirlo, los antiguos habitantes de las regiones del Norte imaginaron que tanto el Sol
como la Luna eran perseguidos incesantemente por los fieros lobos llamados Sköll
(repulsión) y Hati (odio), cuyo único objetivo era alcanzar y tragarse a los brillantes
objetos que perseguían, para que el mundo volviera así a estar envuelto en su oscuridad
inicial.
Se decía que a veces, los lobos alcanzaban e intentaban devorar sus presas, produciendo
consiguientemente un eclipse de las brillantes orbes. Entonces, la gente aterrorizada
provocaba un estruendo tan ensordecedor, que los lobos, asustados por el ruido, los
soltaban de sus mandíbulas. Una vez libres de nuevo, Sol y Mani reanudaban su
camino, huyendo con más rapidez que antes, perseguidos velozmente por los
hambrientos monstruos a través de su estela, los cuales esperaban con ansia el momento
en el que sus esfuerzos se vieran recompensados con el fin del mundo. Las naciones del
Norte creían que sus dioses habían emergido de una alianza entre el elemento divino
(Börr) y el mortal (Bestla, la giganta), por lo que eran finitos y estaban condenados a
perecer junto al mundo que habían creado.
Mani también estaba acompañado de Hiuki, la Luna creciente, y Bil, la Luna
menguante, dos niños que él había arrebatado de la Tierra, donde un cruel padre los
había obligado a acarrear agua durante toda la noche. Nuestros antepasados creían ver a
estos niños, con sus cubos perfilándose levemente sobre la Luna.
Los dioses no sólo nombraron al Sol, la Luna, el Día y la Noche para señalar el
transcurso del día, pues también asignaron al Atardecer, la Medianoche, la Mañana, el
Amanecer, el Mediodía y la Tarde para que compartieran sus tareas, nombrando al
Verano y al Invierno como los gobernadores de las estaciones, como dirigentes del paso
de los años, hasta el ocaso de los dioses. Verano, desciende directamente de Svasud (el
suave y el encantador). Heredó el carácter gentil de su señor y era amado por todos
excepto por Invierno, su mortal enemigo e hijo de Vindsual, el cual era a su vez hijo del
desagradable dios Vasud, personificación de los vientos helados.
Los vientos fríos soplaban continuamente desde el Norte, enfriando toda la Tierra y los
nórdicos creían que eran puestos en movimiento por el gran gigante Hresvelgr (el
devorador de cadáveres), el cual, ataviado con plumas de águila, se sentaba al borde del
extremo norte de los cielos y cuando levantaba sus brazos o alas, frías ráfagas se
creaban y soplaban despiadadamente sobre la faz de la Tierra, destruyéndolo todo con
su aliento helado.
Enanos y Elfos.
Mientras los dioses estaban ocupados creando la Tierra y proporcionándole iluminación,
una horda de criaturas con aspecto de gusano habían estado reproduciéndose en la carne
de Ymir. Estas desagradables criaturas terminaron atrayendo la atención divina.
Convocándoles ante su presencia, los dioses les dieron primero forma y les dotaron de
una inteligencia sobrehumana, tras lo cual los dividieron en dos grandes clases.
Aquellos que eran de naturaleza oscura, traicionera y taimada, fueron desterrados a
Svartalfheim, hogar de los enanos negros, el cual estaba situado bajo tierra, y de donde
no se les permitía salir durante el día, bajo pena de ser transformados en piedra. Se les
llamaba enanos, trolls, gnomos o kobolds, y empleaban toda su energía y tiempo en
explorar los escondrijos secretos de la Tierra. Coleccionaban oro, plata y piedras
preciosas, que guardaban en grietas secretas de donde podían sacarlas según su deseo.
Al resto de estas pequeñas criaturas, incluyendo todos los que eran hermosos, benignos
y provechosos, los dioses los llamaron hados y elfos, y fueron enviados para que
moraran en el espacioso reino de Alfheim (hogar de los elfos de luz), situado entre el
cielo y la tierra, de donde podían descender siempre que quisieran, para cuidar de las
plantas y las flores, jugar con los pájaros y las mariposas, o bailar en la hierba a la luz
de la Luna.
Odín, que había sido el espíritu líder en todas estas empresas, ordenó a los dioses, sus
descendientes, que le siguieran hasta la vasta llanura conocida como Idawold, que se
encontraba muy por encima de la Tierra, al otro lado de la gran corriente Ifing, cuyas
aguas nunca se helaban.

En el centro del sagrado espacio, que desde el comienzo del mundo había sido
reservado para su propia morada y había sido llamado Asgard (hogar de los dioses), los
doce ases (dioses) y las veinticuatro asynjur (diosas) se reunieron en asamblea a la
llamada de Odín. Se celebró un gran consejo, en el cual se decretó que no se derramaría
sangre dentro de los límites de su reino, o durante el tratado de paz, pues la armonía
debía reinar allí por siempre. Como resultado de la conferencia, los dioses también
construyeron una fragua, en la que diseñaron todas sus armas y herramientas requeridas
para construir los magníficos palacios de metales preciosos, en los cuales vivieron
durante muchos años en un estado de felicidad tan perfecta que este período pasó a
llamarse la Edad de Oro.
La Creación del Hombre y la Mujer.
Aunque los dioses habían diseñado desde el principio Midgard o Manaheim, como la
morada del hombre, no existían seres humanos que lo habitaran todavía. Un día, Odín,
Vili y Ve, según algunas autoridades en la materia, o bien Odín, Hoenir (el birollante) y
Lodur o Loki (fuego), comenzaron a caminar juntos por la orilla del mar, donde se
encontraron o bien con dos árboles, el fresno (Ask) y el olmo (Embla) o con los dos
bloques de madera, tallados con toscas formas humanas. Los dioses contemplaron al
principio la madera inerte con silencioso asombro. Después, percatándose del uso que se
le podría dar, Odín dotó a estos troncos con almas, Hoenir les concedió el movimiento y
los sentidos y Lodur contribuyó con sangre y una complexión saludable.
Dotados así con habla e intelecto, y con poder para amar, esperar y trabajar, y con vida
y muerte, a los recién creados hombre y mujer se les otorgó libertad para gobernar
Midgard a su deseo. Lo poblaron gradualmente con su descendencia, mientras los
dioses, recordando que habían sido ellos los que los habían dotado con vida, se
interesaron especialmente en todas sus actividades, velando por ellos y concediéndoles
con frecuencia su ayuda y protección.

El Árbol Ygdrassil.
Allfather creó después un enorme fresno de nombre Ygdrassil, el árbol de universo, del
tiempo o de la vida, el cual ocupaba todo el mundo, expandiéndose sus raíces no sólo en
las más remotas profundidades de Niflheim, donde burburjeaba el manantial
Hvergelmir, sino también en Midgard, cerca del pozo de Mimir (el océano) y en
Asgard, cerca de la fuente Urdar.
Desde sus tres grandes raíces, el árbol alcanzaba una altura tan formidable que su rama
más elevada, llamada Lerald (el pacificador), ensombrecía la sala de Odín, mientras el
resto de los brazos arbóreos se alzaban sobre los otros mundos. Un águila fue situada en
la rama Lerald, y entre sus ojos se sentó el halcón Vedfolnir, el cual observaba con su
mirada penetrante el cielo, la Tierra y Niflheim, e informaba de todo lo que veía.
Ya que el árbol Ygdrassil se mantenía siempre verde y sus hojas nunca se marchitaban,
servía de pasto no sólo para el chivo de Odín, Heidrun, el cual suministraba el aguamiel
celestial, la bebida de los dioses, sino también para los venados Dain, Dvalin, Duneyr y
Durathor, de cuyas cornamentas caía el rocío de miel hacia la Tierra, suministrando con
agua todos los ríos del mundo.
En la hirviente caldera Hvergelmir, cercana al gran árbol, un horrible dragón llamado
Nidhung mordisqueaba continuamente las raíces y era asistido en su tarea de
destrucción por innumerables gusanos, cuyo objetivo era acabar con la vida del árbol,
conscientes de que su caída sería la señal de la perdición de los dioses.
Correteando continuamente arriba y abajo por las ramas y el tronco del árbol, la ardilla
Ratatosk (el portador de la rama), el típico entremetido y chismoso, empleaba su tiempo
en repetirle al dragón los comentarios del águila y viceversa, con la intención de
sembrar la cizaña entre ambos, situados a cada extremo del fresno sagrado.

El Puente Bifröst.
Era, por supuesto, esencial que el árbol Ygdrassil se mantuviera en perfectas
condiciones de salud, una labor que realizaban las Nornas o Destinos, que lo rociaban
diariamente con las aguas sagradas del manantial Urdar. Esta agua, al deslizarse hasta la
tierra a través de las ramas y las hojas, suministraba con miel a las abejas.
Desde ambos límites de Niflheim, arqueándose muy por encima de Midgard, se alzaba
el puente sagrado, Bifröst (Asatru, el aro iris), hecho de fuego, agua y aire, cuyos
palpitantes y cambiantes matices retenía y sobre el cual viajaban los dioses de un lado a
otro de la Tierra o hasta el manantial Urdar, al pie del fresno Ygdrassil, donde se
reunían diariamente en asamblea.
De entre todos los dioses, Thor, el dios del trueno, era el único que nunca pisaba sobre
el puente, por miedo a que sus pesados pasos o el calor de sus relámpagos lo destruyera.
El dios Heimdall guardaba custodia y vigilancia allí día y noche. Estaba pertrechado con
una espada mordaz y portaba una trompeta de nombre Gjallarhorn, con la cual solía
soplar generalmente una nota suave para anunciar la venida o la ida de los demás dioses,
pero la cual serviría además, para hacer sonar un terrible estruendo cuando Ragnarok, el
gigante de hielo y Surtr, llegaran con intención de destruir el mundo.
Los Vanes.
Aunque los habitantes originales del cielo eran los Ases, ellos no eran las únicas
divinidades que las razas nórdicas veneraban, pues también reconocían el poder de los
dioses del mar y del viento, los Vanes, que vivían en Vanaheim y gobernaban sus
dominios a su deseo. En tiempos pasados, antes de que los palacios dorados de Asgard
hubiesen sido construidos, hubo una disputa entre los Ases y los Vanes y llegaron a
recurrir a las armas, usando rocas, montañas e icebergs como proyectiles en la reyerta.
Sin embargo, descubriendo pronto que en la unidad residía la fuerza, arreglaron sus
diferencias y acordaron la paz, y para ratificar el tratado intercambiaron prisioneros.
Fue de esta manera como Njörd, el Van, vino a Asgard para vivir con sus dos hijos,
Frey y Freya, mientras que Hoenir, el As, el mismísimo hermano de Odín, hizo de
Vanaheim su morada.

Ragnarok, El Ocaso de los Dioses.
Uno de los rasgos distintivos de la mitología nórdica es que la gente siempre creyó que
sus dioses pertenecían a una raza finita. Los Ases habían tenido un comienzo y, por
tanto, se razonaba, debían tener un final y si habían nacido de una mezcla de elementos
divino y mortales (los gigantes), su naturaleza era imperfecta. Llevaban dentro el
germen de la muerte y estaban, al igual que los hombres, destinados a sufrir la muerte

física para obtener de este modo, la inmortalidad espiritual.

Todo el esquema de la mitología nórdica era consiguientemente un drama, conduciendo
cada paso de su historia, gradualmente, hacia el clímax o final trágico, cuando, con
verdadera justicia poética, el castigo y la recompensa serían imparcialmente impuestos
sobre todos sus protagonistas.
Los Ases toleraron la presencia del mal entre ellos, personificado por Loki. Débilmente
se dejaron llevar por sus consejos, permitieron que les involucrara en toda clase de
dificultades de las cuales lograban salir sólo al precio de separarse de su virtud o la paz,
y poco a poco le fueron permitiendo tener tal dominio a Loki sobre ellos, que no
vacilaba en robarles sus más preciadas posesiones, la pureza, o la inocencia,
personificada por Balder el Bondadoso.
Demasiado tarde se dieron cuenta de lo maligno que era este espíritu, hasta que hubo
encontrado un hogar entre ellos y, demasiado tarde, desterraron a Loki a la Tierra,
donde los hombres, siguiendo el ejemplo de los dioses, fueron corrompidos por su
siniestra influencia. Según los versos de Snorri, sacados e interpretados libremente del
Völuspá:
Una era de hachas,
una era de espadas,
de escudos destruidos,
una era de tempestades,
una era de lobos,
antes de que la era de los hombres
se derrumbe.
El Invierno Fimbul.
Viendo que el crimen predominaba y que todo el bien había sido desterrado de la Tierra,
los dioses se percataron de que las antiguas profecías estaban a punto de verse
cumplidas y que la sombra de Ragnarok, el ocaso de los dioses, ya se cernía sobre ellos.
Sol y Mani palidecieron de miedo y condujeron sus carros temblorosos a través de sus
caminos señalados, mirando hacia atrás, temerosos de los lobos que les perseguían y
que pronto los alcanzarían y los devorarían. Conocían sus destinos, pero aún así
continuaron su recorrido y se enfrentaron a su final. Y al desaparecer sus sonrisas, la
Tierra se volvió triste y fría y el terrible invierno Fimbul comenzó. Los penetrantes
vientos soplaron desde el Norte y toda la tierra fue cubierta con una gruesa capa de
hielo.
Este severo invierno duró durante tres estaciones completas sin descanso y fue seguido
por otros tres, igual de duros, durante los cuales toda la alegría abandonó la Tierra y los
crímenes de los hombres aumentaron con pavorosa velocidad, mientras, en la lucha
general por la vida, los últimos sentimientos de humanidad y compasión desaparecieron.
En los oscuros nichos del Ironwood, la giganta Iarsaxa o Angurboda, alimentaba
diligentemente a los lobos Hati, Sköll y Managarm, la progenie de Fenris, con las
médulas de los huesos de los asesinos y los adúlteros y tal era el predominio de estos
crímenes que nunca se le restringía la comida a los casi insaciables monstruos.
Diariamente ganaron fuerzas para perseguir a Sol y a Mani y finalmente, los alcanzaron
y los devoraron, inundando la tierra con sangre de sus fauces goteantes. Cuenta el
Völuspá:
Un lobo engullirá al sol,
y los hombres lo verán como una gran catástrofe.
El otro lobo capturará a Mani (la luna)
y tampoco eso será mejor.
Las estrellas caerán del cielo.
También esto sucederá:
Toda la tierra y las montañas temblarán
y todas las cadenas y lazos se quebrarán y romperán.
Y entonces el lobo Fenrir quedará libre.
Así, pues, ante esta terrible calamidad, toda la tierra tembló y se agitó. Las estrellas,
asustadas, cayeron desde sus posiciones y Loki, Fenrir y Garm, renovando sus
esfuerzos, hicieron pedazos sus cadenas y se dirigieron a tomar venganza. Al mismo
tiempo, el dragón Nidhug logró roer la raíz del fresno Yggdrasil, que se estremeció
hasta su rama más alta. El gallo rojo Fialar, posado en lo alto del Valhalla, cacareó en
alto la alarma, que fue inmediatamente repetida por Gullinkambi, el gallo en Midgard, y

por la rojiza ave de Hel en Niflheim.

Heimdall da la Alarma.
Heimdall, dándose cuenta de estos ominosos augurios y oyendo el estridente chillido del
gallo, puso inmediatamente el cuerno Giallar en sus labios y sopló el toque esperado
durante tanto tiempo, que se oyó en todo el mundo. Al primer sonido de esta
manifestación, los Ases y los Einheriar se levantaron de sus divanes dorados y salieron
valientemente del gran palacio, armados para la contienda venidera y, montando sus
corceles impacientes, galoparon sobre el palpitante puente arco iris hasta el extenso
campo de Vigrid, donde, como Vafthrundnir había presagiado mucho tiempo atrás,
tendría lugar la última batalla.


La temible serpiente de Midgar, Iörmungandr, había sido despertada por el alboroto
general y con inmensos retorcimientos y conmoción, por lo que los mares fueron
azotados con enormes olas como nunca antes habían alterado las profundidades del mar,
se arrastró hasta la tierra y se apresuró a unirse a la terrible refriega, en la que iba a jugar
un papel importante.
Una de las grandes olas, agitadas por los esfuerzos de Iörmungandr, puso a flote a
Nagilfar, el funesto barco, que estaba completamente construido con las uñas de
aquellos muertos cuyos familiares habían fracasado, a través de los años, en su deber,
habiendo olvidado cortar las uñas de los fallecidos antes de que pudieran descansar. Tan
pronto como esta embarcación salió a flote, Loki embarcó en ella con el feroz ejército
de Muspellheim y lo guió audazmente a través de las agitadas aguas hasta el lugar del
conflicto.
Éste no era el único barco que se dirigía a Vigrid, pues de un espeso banco de niebla,
hacia el Norte, salió otra embarcación, pilotada por Hrym, en la que todos eran gigantes
de hielo, armados por completo e impacientes por entrar en batalla contra los Ases, a
quienes siempre habían odiado con todas sus fuerzas.
Al mismo tiempo, Hel, la diosa de la muerte, salió por una grieta en la tierra desde su
hogar en el inframundo, seguida de cerca por el sabueso de ésta, Garm. Los
malhechores de su lúgubre reino y el dragón Nidhug, que sobrevoló el campo de batalla,
transportando cadáveres sobre sus alas.
Tan pronto como aterrizó, Loki dio la bienvenida a estos refuerzos con alegría y,
colocándose en cabeza, marchó con ellos hacia la lucha.
Los cielos se partieron súbitamente en dos, y a través de la enorme brecha, cabalgó
Surtr con su espada flameante, seguido por sus hijos y, mientras atravesaban el puente
Bifröst, con la intención de arrasar Asgard, el glorioso arco se hundió con un estruendo
bajo las pisadas de sus caballos.
Los dioses sabían muy bien que su fin se encontraba ahora cerca y que su debilidad y
falta de previsión les había situado en gran desventaja, pues Odín sólo tenía un ojo, Tyr
una mano y Frey nada, excepto un cuerno de venado con el que defenderse, en vez de su
invencible espada. Sin embargo, los Ases no mostraron señales de desesperación, sino
que, como auténticos dioses de guerra del Norte, se pusieron sus más ricas vestimentas
y cabalgaron alegremente hacia el campo de batalla, decididos a poner un alto precio a
sus vidas.
Mientras reunían sus fuerzas, Odín descendió una vez más hasta el manantial Urdar,
donde bajo Yggdrasil derribado, se sentaban aún las Nornas con los rostros cubiertos y
guardando un silencio obstinado, con su tela que yacía rasgada a sus pies. El padre de
los dioses susurró de nuevo un comunicado misterioso a Mimir, tras lo cual volvió a
montar sobre su caballo Sleipnir y se reunió con el ejército que esperaba.
La Gran Batalla.
Los combatientes se encontraban ahora congregados en las vastas extensiones de
Vigrid. A un lado, se alineaban los severos, tranquilos rostros de los Ases, los Vanes y
los Einheriar, mientras que en el otro se reunían el abigarrado ejército de Surtr, los
sombríos gigantes de hielo, el pálido ejército de Hel y Loki y sus horribles seguidores,
Garm, Fenrir e Iörmungandr, estos dos últimos, arrojando fuego y humo, y exhalando
nubes de vapores tóxicos y mortales, que llenaban todo el cielo y la tierra con su
venenoso aliento.
Todo el antagonismo reprimido durante eras fue liberado entonces, en un torrente de
odio, cada miembro de las huestes enfrentadas luchando con inflexible determinación,
como hicieron nuestros antiguos antepasados, mano con mano, cara a cara. Con un
poderoso choque, que se oyó sobre el fragor de la batalla que llenaba el universo, Odín
y el lobo Fenrir entraron en impetuoso contacto, mientras Thor atacaba a la serpiente
Iörmungandr y Tyr medía sus fuerzas contra el perro Garm. Frey terminó con Surtr,
Heimdall con Loki, a quien ya había derrotado en una ocasión anterior y el resto de los
dioses y todos los Einheriar se enfrentaron a enemigos dignos de su coraje. Pero, a pesar
de su preparación diaria en al ciudad celestial (Asgard), el anfitrión del Valhalla estaba
destinado a sucumbir y Odín estuvo entre los primeros de los seres brillantes que fueron
abatidos. Ni siquiera el elevado coraje y los poderosos atributos de Allfather pudieron
resistir la oleada de mal que personificaba Fenrir. A cada momento triunfante de la
lucha, su tamaño colosal asumía proporciones aún mayores, hasta que finalmente, sus
fauces abiertas de par en par abarcaron todo el epacio entre el cielo y la tierra, y el
repugnante monstruo se abalanzó furiosamente sobre el padre de los dioses y engulló su
cuerpo entero dentro de su horrible estómago.
Ninguno de los dioses pudo ayudar a Allfather en el momento crítico, ya que era tiempo
de dolorosa adversidad para todos. Frey desplegó esfuerzos heroicos, pero la reluciente
espada de Surtr le asestó entonces un golpe mortal. En su lucha contra el archienemigo
Loki, Heimdall se desenvolvió mejor, pero su conquista final tuvo un alto precio, ya que
también cayó muerto. La contienda entre Tyr y Garm tuvo el mismo final trágico y
Thor, tras un terrible encuentro con la serpiente de Midgard y después de matarla con un
golpe de Mjölnir, se tambaleó hacia atrás nueve pasos y se ahogó en la corriente de
veneno que se derramó de las fauces del monstruo muerto.
Vidar llegó entonces rápidamente desde una parte distante de la llanura para vengar la
muerte de su padre Odín, y el destino presagiado cayó sobre Fenrir, cuya mandíbula
inferior sintió entonces la huella del zapato que había sido reservado para ese día. En el
mismo momento, Vidar asió la mandíbula superior del monstruo con sus manos y con
un terrible tirón, lo partió en dos, según el relato de Snorri, y según el Völuspá, Vidar
mató a Fenrir clavándole un puñal hasta el corazón.
El Fuego Devorador.
Habiendo perecido los demás dioses que habían tomado parte en la contienda y todos
los Einheriar, Surtr arrojó súbitamente sus ardientes tizones sobre el cielo, la tierra y los
nueve reinos de Hel. Las furiosas llamas cubrieron el tronco masivo del fresno del
mundo, Yggdrasil y alcanzaron los palacios dorados de los dioses, que fueron
consumidos por completo. La vegetación sobre la tierra fue destruida de forma similar y
el terrible calor hizo que todas las aguas hirvieran.

El gran incendio ardió violentamente hasta que todo fue consumido, cuando la tierra,
ennegrecida y llena de cicatrices, se hundió lentamente bajo las olas hirvientes del mar.
Efectivamente, Ragnarok había llegado. La tragedia mundial había concluido, los
protagonistas divinos estaban muertos y el caos parecía haber reanudado su antiguo
dominio. Pero los nórdicos creían que, tras haber perecido todo el mal en las llamas de
Surtr y haberse hecho justicia, el bien se alzaría de las ruinas para recuperar su dominio
sobre la Tierra y que algunos de los dioses regresarían para vivir en los cielos para
siempre.
Nuestros antepasados creían totalmente en la regeneración y sostenían que, tras cierto
espacio de tiempo, la tierra, depurada por el fuego y purificada por su inmersión en el
mar, emergió de nuevo en toda su prístina belleza y fue iluminada por el Sol, cuyo carro
era conducido por un hijo de éste, nacido antes de que el lobo hubiera devorado a su
madre. La nueva orbe del día no tenía imperfecciones como el primer Sol y sus rayos ya
no eran tan ardientes como para tener que situar un escudo entre él y la tierra. Estos
rayos más beneficiosos, pronto causaron que la tierra renovara su manto verde y
crecieran flores y frutas en abundancia. Dos seres humanos, una mujer, Lif, y un
hombre, Lifthrasir, emergieron entonces de las profundidades del bosque de Hodmimir
("de Mimir"), donde habían huido para refugiarse cuando Surtr había puesto el mundo
en llamas. Habían caído en un tranquilo sueño, inconscientes de la destrucción a su
alrededor y habían permanecido allí, alimentados por el rocío de la mañana, hasta que
era seguro para ellos el volver a salir, cuando tomaron posesión de la tierra regenerada,
que sus descendientes poblarían y sobre la cual tendrían un dominio completo.
Un Nuevo Cielo.
Todos los dioses que representaban las fuerzas en desarrollo de la Naturaleza fueron
asesinados en las fatales llanuras de Vigrid, pero Vali y Vidar, los tipos de fuerzas
imperecederas de la Naturaleza, regresaron a las tierras de Ida, donde se les unieron
Modi y Magni, los hijos de Thor, las personificaciones de la fuerza y la energía, que
rescataron el martillo sagrado de su padre de la destrucción general y lo llevaron hasta
allí con ellos.



Allí se reunió con ellos Hoenir, que ya no era un exiliado entre los vanes, quienes, como
las fuerzas en desarrollo, habían desaparecido para siempre y desde el oscuro
inframundo donde había languidecido durante tanto tiempo se alzó el radiante Balder,
junto a su hermano Hodur, con quien estaba reconciliado y con el que viviría en perfecta
amistad y paz.
El pasado se había ido para siempre y las deidades supervivientes podían recordarlo sin
amargura. El recuerdo de sus antiguos compañeros era, sin embargo, querido para ellos,
y muy a menudo regresaron a sus sitios favoritos para permanecer junto a los recuerdos
felices. Fue así como, caminando un día sobre el largo césped de Idavold, encontraron
de nuevo los discos de oro con los que los Ases habían acostumbrado a jugar.
Cuando el pequeño grupo de dioses se volvió tristemente hacia el lugar donde se habían
alzado una vez sus moradas señoriales, se dieron cuenta, para su grata sorpresa, que
Gimli, la morada celestial más elevada, no había sido consumida, pues se erigía
resplandeciente ante ellos, con su techo dorado brillando más que Sol. Corriendo hasta
allí descubrieron, para su regocijo, que se había convertido en el lugar de refugio de
todos los virtuosos.
El Demasiado Poderoso para ser Nombrado.
Ya que los nórdicos que se asentaron en Islandia, a través de quienes ha llegado hasta
nosotros la más completa exposición de fe odínica, en los Eddas y las Sagas, no fueron
convertidos definitivamente hasta el siglo XI, aunque habían tenido contacto con los
cristianos durante sus incursiones vikingas casi seis siglos antes, es muy probable que
los escaldos nórdicos recogieran alguna idea de las doctrinas cristianas y que este
conocimiento les influyera en cierta medida y diera color a sus descripciones del fin del
mundo y la regeneración de la tierra. Quizá fue este vago conocimiento, el que les
indujo también a añadir al Edda un verso, que se ha supuesto generalmente que era una
interpolación, proclamando que otro dios, demasiado poderoso para ser nombrado, se
alzaría para gobernar sobre Gimli. Desde su asiento celestial juzgaría a la humanidad y
separaría el mal del bien. El primero sería desterrado a los horrores de Nastrond,
mientras que el bien sería transportado hasta las bienaventuradas salas de Gimli el bello.
Existían otras dos mansiones, una reservada para los enanos y la otra para los gigantes,
pero ya que estas criaturas no tenían libertad de voluntad y ejecutaban ciegamente los
decretos del destino, no fueron consideradas responsables de ningún daño que hubieran
causado, y por tanto no eran consideradas merecedoras de ser castigadas.
Se decía que los enanos gobernados por Sindri, ocupaban un palacio en las montañas
Nida, donde bebían resplandeciente aguamiel, mientras que los gigantes establecieron
su residencia en el palacio Brimer, situado en la región Okolnur (no fría), pues el poder
del frío había sido completamente aniquilado y ya no existía más hielo.

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