Helena nació de Leda y de Zeus, que para acercarse
a la bella reina de Esparta, esposa de Tíndaro, tomó la
figura de un cisne. Y así fue como engendró en ella a la bellísima
Helena. (Cuenta otra versión, que la madre de Helena fue
Némesis, pero no vale la pena tomarla en cuenta aquí.) Es un
detalle pintoresco y marginal el de si Helena nació de un huevo
o en un parto normal. En todo caso, fue hermana de Clitemnestra
y de los no menos famosos Dioscuros, los gemelos Cástor y
Polideuces (de los que, según algunos, el segundo fue hijo de
Zeus y el primero, mortal, hijo de Tíndaro). Su padre casó a
Clitemnestra con Agamenón, rey de Micenas. Luego Helena
se casó con el pretendiente que ella eligió, que resultó ser Menelao,
el hermano de Agamenón.
Como eran muchos los pretendientes que habían acudido a
pedir su mano, atraídos por su belleza, su padre legal, Tíndaro,
les hizo jurar que aceptarían la decisión de Helena y que luego
protegerían a quien fuera elegido su esposo. Y así fue cómo,
cuando París de Troya la raptó, todos ellos acudieron a la llamada
de Menelao y Agamenón, que fue designado como caudillo
de la expedición, para marchar contra Troya, la ciudad
del príncipe raptor de la bella reina de Esparta. En efecto,
Paris, hijo de Príamo de Troya, había llegado a Esparta y fue recibido
como huésped en el palacio de Menelao. Entonces sedujo
a Helena y, aprovechando la ausencia de Menelao, se fugó con
ella y con gran parte del tesoro regio. (La leyenda de la manzana
de la discordia y del juicio de Paris sugiere que ese rapto ya
estaba decidido por la diosa Afrodita, quien le había prometido
al troyano la conquista de la más bella mujer a cambio de su
voto en el famoso juicio en el certamen de belleza entre las tres
diosas. No sabemos si Homero sabía ya ese relato.)
Ese fue el origen de la larga y mortífera guerra de Troya.
Los griegos, convocados por el poderoso Agamenón, formaron
un amplio contingente armado y partieron con una gran flota
contra Troya. Iban en la expedición grandes héroes como
Aquiles, Ayante, Ulises, Filoctetes, Néstor, Diomedes, Menelao
y otros muchos que recuerda la litada. Al cabo de diez años
tomaron la ciudad y la destruyeron. Y Menelao recupero a
Helena, la perdonó y se volvió con ella a Esparta. En la Odisea
se cuenta cómo Telémaco, el hijo de Ulises, visitó a la feliz pareja
y qué le contaron los dos sobre el fin de la famosa guerra.
Una versión distinta de la homérica en cuanto a la aμsencia
de Helena, la refirió el poeta lírico Estesícoro en su Palinodia.
Según la leyenda, el poeta quedóse ciego después de un poema
sobre Helena, bastante ofensivo para la fama de la hija de Zeus,
que en Esparta era venerada como una diosa. Para congraciarse
con los dioses, Estesícoro compuso un nuevo canto —al que
se llama la Palinodia— en el que modificaba su relato. Contaba
ahí que Helena no llegó nunca a Troya, sino que había estado
en Egipto, mientras que, por instigación de la diosa Hera y con
auxilio de Hermes, Paris se llevaba de Esparta un doble fantasmal
de la bella princesa a su lecho y su patria. Y fue por un fantasma
fabricado por los dioses por lo que griegos y troyanos
pelearon y se destruyeron durante diez años, mientras que
Helena no estuvo en Troya. Y fue en Egipto donde Menelao se
la encontró al volver de la guerra con el fantasma. Esa version
es la que puso en escena Eurípides en su Helena. (En otra tragedia,
Las Troyanas, el mismo Eurípides nos da, en cambio, la
versión más tradicional del encuentro en Troya de Menelao y
Helena.)
La bella Helena tiene un cierto halo de juguete fatal en manos
del destino. El sofista Gorgias escribió un curioso discurso
retórico, Defensa d e Helena, en el que disculpaba a la bella
adúltera. Exponía que cualquiera que pudiera ser el motivo
que la impulsó a dejar a Menelao y a fugarse con París, nada
pudo hacer ella. Cuando Helena actuó así, o bien fue por la decisión
de los dioses, o por la fuerza, o por la pasión erótica, o
cediendo a algún filtro, o a la persuasión racional, pero todos
esos motivos exculpan al que se mueve por uno de ellos. Cualquiera
puede excusarse si actúa forzado, en obediencia a los
dioses, cegado por la pasión o hechizado por un filtro, y obra
correctamente si lo hace iluminado por la razón. Curioso alegato
sofístico el que escribió Gorgias, a propósito de la bella
Helena.
En la litada aparece Helena varias veces, y Homero la trata
con respeto y admiración. Recordemos cómo, en el canto III, la
admiran Príamo y sus viejos compañeros viéndola pasear por
las murallas. El viejo soberano de Troya admite que no es vergonzoso
que por una mujer semejante combatan y mueran tantos
guerreros. También es admirable cómo Homero alude a los
remordimientos de Helena ·—en el mismo canto— y luego a su
llanto por Héctor caído en combate.
Como ya anotamos, en Esparta Helena fue venerada como
una diosa, con especial relación a las muchachas y los cultos
de iniciación femeninos. De Helena se contaban algunas otras
aventuras. Por ejemplo, que de niña había sido raptada por
Teseo y Piritoo, y llevada a una aldea del Ática, de donde la rescataron
sus hermanos los Dioscuros. Pero lo más importante es
su figura como símbolo del terrible poder de la belleza. Helena
es la hermosa que provoca sin querer, por la atracción fatal de
su encanto femenino, la terrible guerra. Y que sobrevive a tanta
destrucción sin ningún rasguño. Su nombre evoca la perfecta
belleza encarnada en mujer, y por eso la invoca con su magia
Fausto y, con ayuda de Mefistófeles, la conquista y logra un
hijo suyo, en la segunda parte del Fausto de Goethe.
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