Hijo de Telamón y rey de la isla
de Salamina, apodado «el Grande» —para distinguirlo de
Ayante Oileo— fue el más fuerte de los reyes aqueos que combatieron
contra Troya y el más valiente guerrero después de
Aquiles. Destacaba por su enorme estatura y su gran escudo
—«un escudo como una torre»— al frente de las tropas y al
marchar el último cubriendo la retirada. Figura como uno de
los tres jefes que van de embajada a rogar a Aquiles que regrese
al combate, en el canto IX de la llíada, y se enfrenta a los más
destacados héroes de Troya, a Eneas y a Héctor. Él recobró el
cadáver de Aquiles tras su muerte. Luego compitió en su funeral
por las armas del gran héroe. Pero en una votación los jefes
griegos se las otorgaron como premio a Ulises. Ayante se creyó
burlado y enloqueció de rabia. Y, en la noche, creyendo que
daba muerte a los caudillos aqueos que le habían engañado,
degolló con furia un rebaño de corderos. Cuando a la mañana
siguiente volvió en sí y vio lo hecho, avergonzado de su fracaso
y celoso de su honor, se suicidó atravesándose con su propia espada.
Según la leyenda, de su sangre nació una flor en cuyos
pétalos muestran dos letras rojas, «AI», en recuerdo del héroe.
En contraste con Ulises, que hereda significativamente las
armas de Aquiles, Ayante representa el guerrero antiguo, de una
pieza, confiado en su fuerza y su valor, sin rastros de astucia.
Por ello Píndaro lo compara con un águila, frente a Ulises, un
zorro, y Sófocles ha construido su tragedia Ajante mostrando
la solitaria amargura del héroe, a quien engañó Atenea, y su orgullo
al decidir su suicidio. En la Odisea cuenta Ulises que vio
su sombra en el Hades, pero el altivo Ayante se alejó de él sin
dirigirle la palabra.
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