lunes, 1 de abril de 2019

ASCLEPIO/ESCULAPIO

Respecto a las deidades relacionadas con la salud, es indudable que destaca
Asclepio/Esculapio. Este había aprendido el arte de la medicina no sólo de su
padre, sino también de Quirón, el más ilustre de los centauros.
Pero, puesto que Asclepio es, nada menos, que un hijo de Apolo, de él
recibirá el inmenso caudal de conocimientos que le establecerá como prototipo
del médico, como espejo en el que se debe mirar todo humano que quiera aspirar
a aliviar a sus semejantes de las penalidades y miserias de su condición. El
hombre va a tener que ceñirse más y más a aquel discípulo directo de la
divinidad misma, si es cierto que quiere mejorar su técnica y su inspiración
curadora.
La sabiduría de Asclepio/Esculapio, por ser un pálido reflejo de la totalidad
divina, va a ser la regla incontestable sobre la que tienen que medirse los
resultados alcanzados por sus seguidores en la práctica médica, porque sólo los
dioses conocen a fondo todos los secretos de la salud y de la enfermedad, de la
vida y de la muerte, y sólo de ellos se puede extraer el tesoro del conocimiento
verdadero. Fue un gran acierto que Apolo se decidiera a enviar a su hijo
Asclepio con el centauro Quirón quien, por otra parte, gozaba de bien merecida
fama, en aquel tiempo, debido al dominio y la vastedad de su saber.
EL CENTAURO QUIRON
Quirón era hijo de Cronos y de la oceánide Filira; cuentan las leyendas que
Rea, esposa de Cronos, los sorprendió juntos y maldijo a ambos, por lo que
enseguida, este último, se transformó en caballo y salió huyendo a galope. Más
tarde, Filira parió un ser híbrido, mitad hombre, mitad caballo —es decir, un
centauro al que pusieron por nombre Quirón—, y sintió tal aversión hacia él que
clamó a los dioses para que la convirtieran en árbol; su ruego fue escuchado y, a
continuación, los dioses la transformaron en un tilo. Pero el fruto de este lance
amoroso cogió muy pronto merecida fama entre los principales personajes
influyentes de la época, por lo que Quirón desarrolló sus dotes de persuasión
que, en puridad, no consistían más que en poner en práctica su carácter apacible
y buenos modos en el trato. Y, así, le fueron confiados personajes y héroes de la
importancia de Eneas, Medeo, Jasón, Aquiles y el propio Asclepio. Quirón vivía
en las regiones montañosas y conocía las propiedades curativas de todas las
plantas y yerbas. Se le tenía por inmortal, pero el mítico héroe Hércules le hirió
con una flecha que, previamente, había envenenado con la sangre de la
monstruosa "Hidra de Lerna". Más nada pudo salvarle ya y, a partir de entonces,
será Prometeo quien goce del privilegio de la inmortalidad. Como ya sabemos,
Asclepio tuvo por padre a Apolo, pero no hemos comentado nada sobre su
madre, sobre la infeliz Corónide, la hija del rey tesalio Flegias, que se vio
convertida en amante de Apolo, pero sin poder dejar de amar en verdad a su
Isquis. El nombre Corónide significaba "larga y venturosa vida", lo que indicaba
ya el camino que su hijo iba a seguir, el cual no sería otro más que el
relacionado con la salud. Aunque el ejercicio de la medicina, en cuanto arte y
maña para librar a los mortales de sus enfermedades, lo heredó Asclepio de su
padre Apolo.
EL ARTE DE CURAR
Los griegos supieron establecer una perfecta red asistencial de dioses
menores que encajaban a la perfección con las necesidades cotidianas,
precisamente con aquellas que sí eran importantes para la vida. Naturalmente, al
sentir la enfermedad, entonces —como ahora— los dolientes se olvidaban de
trascendencias animistas y dejaban de centrar su empeño en una vida eterna. Lo
que importaba era, si no se podía cortar la enfermedad, al menos, eliminar los
síntomas para tratar de olvidar también nuestro miedo animal o intelectual a lo
desconocido. Asclepio/Esculapio gobernará sobre los remedios y las
intervenciones; es la doble capacidad curativa del médico verdadero. Aquella
que puede modificar el curso de los acontecimientos, obrando a través de la
farmacopea, manejando prudentemente los productos que cooperen con la
naturaleza, por ser de constitución y efectos similares, y de productos que tengan
la virtud de complementar, sustituir, o enfrentarse a los malsanos, por ser de
características y acciones contrarios; y actuando el médico también a través de la
cirugía, la técnica con la que el sanador puede, en la circunstancia especifica,
terminar con el daño, aunque sea a través del mal menor de la intervención, a
costa de cortar el tejido sano, de cercenar miembros no dañosos, cerrando con
sacrificio el paso al progreso del mal. Resulta, además, paradigmático que el
dios Asclepio, como detentador de funciones curativas, naciera en un mítico
monte cercano a la ciudad de Epidauro, y subsistiera allí (puesto que las más
ancestrales leyendas explican que su madre tuvo que abandonarlo) amamantado
por una cabra y defendido por un perro.
UNA CURIOSA HISTORIA
Cuando el dios Apolo observó que su amante Corónide le engañaba (?) con
Isquis —joven arcadio de ascendencia noble que, curiosamente, era el prometido
de la muchacha— decidió matar a ambos. Pero, al percatarse de que Corónide
estaba embarazada, Apolo salvó al niño y dejó que la madre se consumiera en el
fuego. Este niño, de nombre Asclepio, se transformaría con el correr del tiempo
en el más famoso curador de la historia. Se le concedería el título de dios de la
medicina y se le erigirían templos en su honor, el más importante de éstos era el
santuario que se hallaba en la ciudad de Epidauro, que se había convertido en
centro de peregrinación y culto al dios Asclepio/Esculapio. Otros centros de
adoración dedicados al dios de la medicina eran el de Atenas, el templo de
Pérgamo, el de Cos, etc. No obstante, parece que fue Tesalia el lugar en el que
comenzó la adoración del dios que estamos considerando; desde aquí se
extendería por todo el territorio de Asia Menor, por la región del Peloponeso y,
en definitiva, por toda la zona habitada por los griegos. Era norma común que
los templos y santuarios en honor de Asclepio se construyeran en sitios sanos y
silenciosos, alejados de las urbes y cercanos a la corriente de ríos o manantiales
de cristalinas aguas, entre frondosos árboles y verdes valles. Numerosos
enfermos acudían a tan idílicos lugares para curarse de sus enfermedades. Los
sacerdotes —que eran los únicos intérpretes autorizados para transmitir el
mensaje del dios— intentaban poner remedio a tanto sufrimiento y, por lo
mismo, acaparaban todo el poder sobre los santuarios y se enriquecían a cuenta
de los enfermos o suplicantes.
UN PINGÜE NEGOCIO
De este modo, y porque el saber secreto acerca de la curación de las
enfermedades pasaba de padres a hijos —sin que ningún extraño tuviera acceso
al conocimiento de los mismos—, fue formándose una especie de clan familiar
que obtenía pingües beneficios ya que, por otro lado, todos los pacientes y
"suplicantes" tenían que pagar si querían ser reconocidos, diagnosticados y
curados. Cada cual aportaría su propio peculio conforme a los medios de que
dispusiera y, caso de tratarse de enfermos descreídos y, por lo mismo, llevados a
la fuerza al santuario de Asclepio, se les ridiculizaría o castigaría. Cuenta una
antigua leyenda que, en cierta ocasión, fue llevada al santuario de Epidauros una
persona que comenzó a vocear y a manifestar a gritos su desconfianza ante la
parafernalia que allí se seguía con los enfermos y, cuando ella misma fue curada
y no salía de su asombro, el dios Asclepio la condenó a ofrendarle un cerdo de
plata para que así "tuviera siempre presente la estupidez que había demostrado".
También se dio el caso de cierto invidente que habiendo sido curado de su
ceguera se negó a pagar cantidad alguna al clan del santuario. Entonces, el dios
Asclepio lo castigó de forma ejemplar, es decir, el individuo volvió a perder la
vista. Más, como se arrepintiera de su tacaña conducta, y pagara el doble, le fue
devuelta la vista en ambos ojos.
Aquellos que acudían al santuario porque eran víctimas de una enfermedad
grave, y eran curados por completo, tenían la obligación de grabar en un cipo, o
pilastra, todos los datos concernientes a tan extraordinario desenlace. De este
modo quedaba constancia para la posteridad de todos los logros conseguidos por
los curanderos, y de todos los favores que los mortales recibían del dios de la
medicina.
CURANDEROS
Era tal el volumen de gente que acudía a los santuarios erigidos en honor
de Asclepio, con la esperanza de hallar remedio eficaz a sus males que, según la
tradición, los sacerdotes optaron por fundar grupos y asociaciones que tuvieran
como único objetivo la curación de sus pacientes. Y, así, surgieron maestros
itinerantes de la medicina que, en vez de esperar a los enfermos en los templos y
santuarios, iban ellos mismos a visitarlos a sus domicilios. La desmitificación de
los recintos médicos se ponía en marcha y, con cierta lentitud, iba ganando
adeptos para su causa. Sin embargo, los diversos santuarios — conocidos
también con el sobrenombre de Asclepias— siguieron en auge y se abarrotaron,
una y otra vez, de pacientes y "suplicantes". Estos no tenían inconveniente
alguno en someterse a los distintos ritos y prácticas previos a su solicitado
reconocimiento. Lo cierto es que antes de presentarse ante la divinidad había
que cumplir con ciertas formalidades y realizar toda una serie de actos, tales
como ayunos, abluciones, baños... Para conseguir la total purificación, y
aparecer limpio y sin mácula ante los servidores del dios de la medicina, nada
más adecuado que arrojar varias monedas de oro —o, en su defecto, valían
también las de plata— al estanque sagrado que se hallaba situado a la entrada de
los santuarios más famosos. De este modo, ya podrían instalarse en las
dependencias interiores del templo y congregarse en torno al sacerdote que se
disponía a encender la lámpara sagrada y a celebrar un rito nocturno que,
básicamente, consista en apagar las luces y esperar, en ademán pensativo, la
llegada de Asclepio. Este podía tanto aparecer de improviso como no presentarse
en ocasión alguna. Lo primero no sucedió nunca, y lo segundo,
consecuentemente, era la norma. Se trataba, por tanto, de perpetuar un embuste
largamente alimentado por toda clase de embaucadores y que, a no dudarlo,
producía buenos resultados crematísticos.
La descendencia del dios de la medicina fue bastante numerosa puesto que,
al decir de Homero, tuvo seis hijos: cuatro hembras y dos varones. Los nombres
de las hijas servirían de inspiración para posteriores específicos fabricados a
escala mundial por la industria farmacológica. Y, así, Egle — nombre de la
primera de las hijas —vendría a significar "la que da a luz"; Higieya "la que trae
la salud"; Jaso "la que sana" y Panacea "la que cura todo". Los dos varones,
Macaon y Podalírio, fueron famosos médicos de la época. Del primero se dice
que embarcó en una de las treinta naves que se dirigieron hacia el sitio de Troya
para, así, atender a los posibles guerreros heridos. Incluso penetró en la ciudad,
en unión de numerosos compañeros, oculto en el mítico caballo de madera. Este
"caballo de Troya" había sido construido para intentar tomar la ciudad y, en su
panza, llevaba armas y guerreros que fueron descubiertos y vencidos. El propio
Macaon hallaría la muerte en tan singular efeméride; su cuerpo pudo ser
rescatado y trasladado a Grecia, en donde se le reconoce como uno de sus más
preclaros héroes.

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