miércoles, 3 de abril de 2019

AlCMEÓN

Alcmeón, el hijo de Anfiarao y de Erífila, es uno
de los grandes héroes trágicos griegos. Sin embargo, su mítica
historia es menos conocida de lo que debiera, por un azar de la
tradición —ya que también los mitos tienen su hado, como los
libros—, porque las obras literarias antiguas que trataban de él
se perdieron todas y sólo nos han quedado muy pocos y breves
fragmentos de los poemas épicos y las tragedias clásicas que lo
tenían como protagonista.
Comencemos, pues, por contar su historia de principio a
fin, es decir, relatando la fatal desventura de su padre y la maldición
que decidió su destino como vengador del mismo.
Fue Anfiarao rey de una parte de Argos, como nieto del ilustre
Melampo el adivino, que logró ese trono por su talento purificador,
casándose con una de las hijas de Preto. Y otra parte del
reino estaba dominada por el rey Adrasto, nieto de Biante, hermano
de Melampo. Después de un tiempo de feroz enemistad
entre Anfiarao y Adrasto, ambos concertaron la paz familiar, tomando
como mediadora en sus conflictos futuros a Erífila, la
hermana de Adrasto que se casó con Anfiarao. La boda trajo
consigo la tregua y el compromiso de someterse Anfiarao a los
mandatos de su esposa. De ese matrimonio nació Alcmeón.
Era él aún niño cuando al palacio de Adrasto en Argos llegó
exiliado de Tebas, Polinices, el hijo de Edipo. Su hermano
Eteocles lo había expulsado y así se había quedado para él solo
el trono que fue de Edipo, despreciando los pactos anteriores.
El caso es que Adrasto acogió en su mansión al fugitivo y lo
desposó con su hija Argía. Polinices persuadió luego a su suegro
a formar un ejército argivo para conquistar el reino de Tebas.
Así se dispuso la primera expedición de los siete caudillos
contra la patria de Edipo, la ciudad de las siete puertas. Y
Adrasto tuvo gran empeño en enrolar en ese tropel de guerreros
a su cuñado Anfiarao.
Anfiarao unía a su poder regio un amplio saber profético,
seguramente heredado de su abuelo Melampo. Sabía por ese
medio que si marchaba a la guerra no regresaría con vida de la
empresa. Y se resistía por ese motivo a la invitación bélica.
Pero Polinices sobornó a Erífila con un magnífico collar de
oro, que había traído consigo desde Tebas. Era el mágico collar
de Harmonía, el regalo que los dioses hicieron a la hija de Ares,
cuando Harmonía se casó con Cadmo, el fundador de la ciudad
de Tebas. El regalo divino —un peplo y un collar— fue un
presente de bodas espléndido, como suelen ser los de los dioses,
pero al mismo tiempo cargado de un halo fatal, como suele
suceder en tales obsequios. Contra las advertencias de su esposo,
Erífila aceptó el collar y luego instó a éste a que se uniera a
su hermano en la heroica expedición contra Tebas. Anfiarao,
ligado por su juramento, tuvo que aceptar la marcha.
Pero en el momento de la despedida, ya con el pie en el estribo,
se volvió para maldecir a su esposa ante sus hijos, reclamando
de ellos futura venganza si no volvía con vida a su patria.
Erífila, la mujer que por un regalo de oro había vendido a
su sabio esposo, es vista en la tradición griega como una pérfida
dama dominada por la codicia y adornada siempre con ese
collar fatídico. Marcharon contra Tebas los siete magníficos
caudillos: Adrasto, hijo de Tálao; Anfiarao, hijo de Oicles; Ca
paneo, hijo de Hipónoo; Hipomedonte, hijo de Aristómaco;
Partenopeo, hijo de Melanión; Tideo, hijo de Eneo, y Polinices,
el hijo de Edipo. Trabaron combates singulares ante las
siete puertas de la muralla y cayeron uno tras otro. En la séptima
Polinices mató y fue muerto por Eteocles.
Anfiarao intentó escapar del acoso de Teoclímeno y, al huir
perseguido por la lanza de su enemigo, invocó la ayuda de
Zeus. El dios se apiadó entonces del adivino piadoso y con un
rayo abrió la tierra ante él, y por la humeante grieta se precipitó
el carro de caballos del rey argivo, penetrando así en el mundo
subterráneo de los muertos. Allí se quedó como adivino heroico
para siempre. Tan sólo Adrasto escapó de la matanza ante
los muros de Tebas, gracias a sus magníficos corceles. Sólo él
de entre los siete regresó a Argos.
Pasaron unos años después del fracaso y creció Tersandro,
el hijo de Polinices y Argía. Y cuando tuvo edad para ponerse
al frente de una tropa de guerreros, instó a su abuelo a emprender
una nueva expedición de venganza contra Tebas. Reunió
para ella a los hijos de los famosos siete, y quiso naturalmente
contar también con la ayuda de Alcmeón. El oráculo de Delfos
había profetizado que con él conseguirían tomar la ciudad.
Tersandro volvió a sobornar a Erífila, tal como lo hiciera antaño
su padre, ofreciendo ahora el resto del botín de bodas,
el peplo que hacía juego con el collar de oro, y la madre de
Alcmeón lo aceptó y persuadió a su hijo a que se uniera a los
demás héroes de la expedición. Que se llamó de los Epígonos,
ya que estaba constituida por los descendientes de los de la
primera.
Como había anunciado el oráculo, los siete paladines tomaron
Tebas y la destruyeron en cumplida venganza. Sólo uno de
los Epígonos murió: Egialeo, el hijo de Adrasto. Lo mató Laodamante,
hijo de Eteocles, pero no tardó en vengarlo Alcmeón
con su lanza. El ya viejo Adrasto salió de nuevo con vida del
asedio, pero volvió tan pesaroso de la muerte de su único hijo
que por el camino se dio la muerte. Adrasto llevaba un nombre
funesto, pues significa «el que no escapa», y halló la muerte en
su amargura por propia mano.
Alcmeón había vencido en la batalla, pero decidió acabar la
venganza aún pendiente de su padre. De modo que regresó a
su palacio y allí degolló a su madre, en cumplimiento del mandato
de Anfiarao y como castigo de la codicia de Erífila. Luego
tuvo que escapar enloquecido y perseguido por las Erinias, furiosas
divinidades que exigen el pago de la sangre familiar derramada.
Como Orestes cuando mató a Clitemnestra, también
el matricida Alcmeón se precipita en busca de una tierra que le
dé asilo y de una purificación que le redima de su crimen.
Así llega hasta Psófide, donde el rey Fegeo le recibe hospitalariamente
en su hogar, cumpliendo con él los precisos ritos purificatorios
y dándole como mujer a su hija Alfesibea. En su
mansión pasa Alcmeón un tiempo feliz, pero luego le acosan de
nuevo los terrores y delirios (indicios de que la purificación no
fue completa) y debe huir peregrinando por otras tierras hasta
alcanzar un lugar no contaminado por su crimen. Lo encuentra
al fin en la desembocadura del río Aqueloo, en las tierras de aluvión
que se han sedimentado después de la muerte de Erífila.
En esa tierra impoluta se establece Alcmeón, con el amparo del
divino río, que le concede como esposa a su propia hija, la bella
ninfa Calírroe. Con ella tiene dos hijos: Acarnán y Anfótero.
Y allí habría conseguido el héroe al fin el reposo anhelado,
de no ser porque a Calírroe se le antojó tener el collar de Harmonía,
que Alcmeón había regalado a Alfesibea. Para complacer
el deseo de su segunda mujer Alcmeón vuelve a Psófide, a
reclamar la joya. Se reencuentra allí con su anterior suegro Fegeo
y con la abandonada Alfesibea, y les solicita la devolución
del collar con el pretexto de que piensa consagrarlo en Delfos
al dios Apolo como ofrenda al dios purificador. Pero Fegeo
sospecha la verdad y junto con sus dos hijos trama una celada
contra el perjuro. Alfesibea se niega a participar en la trampa
contra su esposo, a quien todavía ama a pesar de todo. De
modo que su padre y sus hermanos la insultan y expulsan, vendiéndola
como esclava. Y Fegeo y sus dos hijos dan muerte a
Alcmeón.
Cuando Calírroe recibe la noticia de su muerte, solicita
ayuda de los dioses y Zeus, el protector de los huéspedes, accede
a su súplica. De forma milagrosa los dos niños, hijos de Calírroe
y Alcmeón, crecen hasta la edad que les permite blandir
las armas, y se dirigen los dos a Psófide, en pos de los asesinos
de su padre. Entran en el palacio de Fegeo, y matan al rey y a
sus hijos. Después de la matanza, recuperan el collar áureo de
Harmonía y, deseosos de evitar la prolongación de sus seducciones,
los hermanos lo consagran allí en el tesoro del dios
Apolo, cumpliendo el voto de Alcmeón. Y así ponen fin a la
serie de crímenes en torno a la joya nupcial y fatídica.
No cabe duda de que Alcmeón es un héroe muy adecuado
para protagonista de una buena tragedia, de esas que Aristóteles
decía que resultaban las mejores, las de crímenes en la familia.
Y tanto su padre como él habían tenido su prestigio épico,
ligado a la saga de Argos y a las dos expediciones de los Siete
contra Tebas. Pero de esos antiguos poemas y tragedias tenemos
poco más que los nombres. A Homero se le atribuyó el
poema épico titulado «La expedición de Anfiarao», Amphiaráou
exélctsis, que tal vez fuera una parte de la Tebaida, epopeya en
torno a la guerra de Tebas, que se continuaba con los poemas
titulados Epígonos y Alcmeónida, donde Alcmeón tenía un papel
central. Pero Anfiarao sólo aparece en un pasaje de Los Siete
contra Tebas de Esquilo y en unos cuantos versos sueltos de
Pindaro (Pítica, Vili, 39-60, es la alusión más extensa). También
el poeta lírico Estesícoro escribió una larga Enfila, de la que tenemos
unos fragmentos. Se nos han perdido la tragedia sobre
los Epígonos de Esquilo; y las cuatro de Sófocles: Anfiarao, Alcmeón,
Erífila y Epígonos-, así como las de Eurípides: Alcméon
en Psófide y Alcmeón en Corinto·, así como las que escribieron
otros trágicos menores, como Astidamante, Agatón, Eváreto,
Teodectes, Queremón, Aqueo de Eretria, y Timoteo, sobre el
tema. Y las piezas de los latinos Ennio y Accio (que había escrito
cuatro tragedias: Eriphyle, Epígonoi, Alcimeo, y Alphesiboea,
inspiradas tal vez en las de Sófocles). Aristóteles cita tres o cuatro
veces a Alcmeón entre los héroes trágicos más famosos — al
lado de Edipo y Orestes— en su Poética y lo recuerda en un pasaje
muy interesante de su Etica Nicomáquea, cuando trata de
la libertad del héroe (o.e., III, 110 a 23 y ss.). Doy todos estos
datos para insistir en la importancia que tuvo este mito en la
literatura antigua, si bien luego todas esas versiones literarias se
nos han perdido. Hijo del rey adivino Anfiarao y de la ejemplarmente
pérfida Erífila, sobrino del amargo Adrasto, caudillo
victorioso de los Epígonos, yerno del vengativo Fegeo, matricida
abrumado por la obligada venganza, heredero del collar
de Harmonía, portador del miasma criminal, enloquecido por
los remordimientos y las Erinias, exiliado y errático, traidor a
una amante esposa y víctima a su vez del deseo de otra, Alcmeón
es uno de los más patéticos personajes de una saga mítica pródiga
en traiciones y muertes. Se necesitaba más de una tragedia
para relatar todas sus peripecias familiares, porque el mito
comporta muchos episodios. La acción dramática requiere una
cierta unidad y debe centrarse en un segmento de la narración
mítica, y así sin duda sucedía en los varios dramas que hemos
mencionado. Pero para analizar el significado del mito conviene
atender a la estructura de la narración en su conjunto.
Y, visto así, me parece que la interpretación de esta trama
mítica como una mera historia de un matricidio, muy paralela
a la de Orestes, que venga a su padre matando a su madre, no
alcanza a entender todo el sentido de esta saga familiar. Es lo
que ha hecho Marie Delcourt en su libro Oreste et Alcméon.
Etude sur la projection du matricide en Grèce (Paris, 1959), un
buen estudio comparativo, pero demasiado reducido a ese
motivo, central en la trama, pero no decisivo, a mi entender. Si
lo enfocamos en una perspectiva amplia, creo que su estructura
revela una preocupación mayor de la sociedad antigua: la
de la solidaridad de la familia {genos) que se arriesga al introducirse
en ella un nuevo miembro en la boda o enlace matrimonial
{gamos).
El hijo debe ser fiel al gen os y vengar a su padre —como
hace Alcmeón—, al precio incluso de matar a su madre; y también
es un vengador de su padre Tersandro, como lo son Acarnán
y Anfótero. Pero es una obligación costosa, ya que marca
el destino de estos jóvenes (que pierden su niñez como los hijos
de Alcmeón o llevan una vida amargada por el peso del penoso
deber filial, como la de Alcmeón). La venganza cae sobre la
madre culpable. En esto Alcmeón es un caso paralelo al de
Orestes. Erífila es casi tan culpable como Clitemnestra, aunque
no la mueve el adulterio ni el afán de venganza, sino tan sólo la
codicia del collar de oro.
El matrimonio resulta un pacto entre dos familias mediante
la transferencia de la mujer desposada, que va del gen os de
su padre al de su esposo. Se coloca así en una posición tensa
entre dos lealtades: la debida a su padre y sus hermanos por
un lado, y la debida a su marido, por otro. En el caso de conflicto
entre ambos, Erífila ha sido aceptada como árbitro entre
Adrasto y Anfiarao. Y ella prefiere a su hermano antes que
a su esposo (al que envía a la muerte para favorecer a Adrasto
y los suyos, sobornada además por el fatídico collar). Pero se
da también el caso contrario: Alfesibea prefiere ser fiel a su
marido (aunque Alcmeón la haya abandonado) y se niega a
traicionarlo obedeciendo a su padre y hermanos. La mujer es
una buena garantía de paz —como Erífila entre su hermano y
su marido, o Alfesibea entre Alcmeón y Fegeo—, pero esa garantía
tiene sus riesgos, como se ve en ambos casos. La boda
con un extranjero puede resultar también desdichada a la larga
para el padre de la novia: como lo es para Adrasto y para
Fegeo.
La mujer resulta beneficiosa como garantía de alianza y de
paz. Anfiarao, Polinices y Alcmeón se han beneficiado de sus
matrimonios oportunos. Pero es también un riesgo, cuando
exige a su marido que vaya a un encuentro que puede resultarle
mortal, como Erífila y Calírroe. En esos casos, a los hijos varones
les queda el deber de venganza. Claro que no deja de haber
diferencias, como las hay entre Erífila y Calírroe. Mientras la
primera traiciona a su marido sobornada por el collar de oro, y
luego de nuevo a su hijo por el peplo, Calírroe no es consciente
de los riesgos a que envía a Alcmeón. También ella paga su culpa,
al enviar a sus dos hijos a vengar a su padre, perdiendo su
compañía. Apresura la venganza con ayuda de Zeus, pero se
queda sin sus niños. En contraste con una y otra está Alfesibea,
que opta por ser fiel a su marido en circunstancias adversas.
Sufre los ultrajes de su padre y sus hermanos, que se consideran
traicionados y la venden como esclava. Tal vez en una versión
—aludida en un verso de Propercio— ella era la vengadora
de Alcmeón. No es raro que este personaje femenino, que
prefiere al marido, es decir, el vínculo sellado por el gamos, a su
familia paterna, a tan duros costes, figurara como protagonista
de varias tragedias. (Recuérdese que la Antigona del drama
homónimo de Sófocles aún proclama que es más importante.
un hermano que un esposo, y que Altea en la épica mata a su
hijo para vengar a su hermano.) Alfesibea es una heroína trágica
de notoria modernidad.
En cuanto a Erífila, la tradición la considera como un prototipo
de la mujer malvada, ya desde Homero. (En el Hades,
según una pintura de Polignoto, Erífila se pasea con las manos
agarradas al coñar del que no puede nunca desprenderse.) Si, a
diferencia de Clitemnestra, no preparó personalmente la muerte
de su marido, no tiene la excusa de una pasión noble para su
crimen. Y remata su culpa cuando envía a Alcmeón, en un segundo
acto codicioso, a la segunda expedición. Así el castigo
que cumple Alcmeón cuenta con la aprobación de Apolo. La
venganza reclamada por Anfiarao se cumple unos diez años
después de su partida, y la espada del hijo corta el cuello ornado
por el fatídico collar. La solidaridad de la familia reclamaba
esa muerte anunciada, aunque las feroces Erinias salgan luego
en persecución del asesino.
La estructura del relato mítico, analizada así, revela de un
modo simbólico, como en otros ejemplos, un dilema social que
ha impresionado la imaginación colectiva de la sociedad antigua.
No es sólo, como creemos haber mostrado, el tema del
matricidio, sino el más amplio del inevitable riesgo asumido en
el gen os al ampliarse con los nuevos miembros introducidos
por el gamos. La familia necesita el matrimonio para perpetuarse,
pero todo matrimonio comporta el riesgo de trampas y
traiciones, como muestra esta saga mítica. Los inevitables «parientes
políticos», los gambroí, pueden resultar muy peligrosos,
como bien muestran algunas secuencias o mitemas de este sangriento
relato de resonancia trágica. Las mujeres, necesarias
para los pactos de familia y para la generación de los vengadores,
pueden resultar a la postre peligrosísimas.


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