sábado, 30 de marzo de 2019

Tradición histórica de santa Justa y santa Rufina

Como es sabido, el propio apóstol Santiago fue quien organizó en Sevilla la
primera comunidad cristiana, y puso al frente de ella al primer arzobispo que hubo en
España, el virtuoso discípulo del apóstol, llamado san Pío. Este santo varón divulgó
la nueva religión cristiana precisamente entre sus compañeros de gremio y por esto
los primeros cristianos que hubo en Sevilla fueron escultores, modeladores y
alfareros, y la comunidad estuvo establecida en Triana.
Al estallar las persecuciones contra los cristianos, la mayoría de los mártires
fueron, por este motivo, trianeros, y pertenecientes al gremio de alfarería y cerámica.
Las primeras mártires fueron santa Justa y santa Rufina.
Santa Justa y Santa Rufina copatronas de Sevilla (azulejo).
Su historia, según la tradición, no queremos contarla con palabras nuestras, sino
que nos limitaremos a reproducir verso a verso el texto que la Iglesia ha declarado
como rezo oficial para el día de ambas santas; este rezo corresponde al oficio de
maitines del día 17 de julio, y fue escrito por el célebre escritor y arzobispo de Sevilla
san Isidoro. Dice así (la traducción del latín es nuestra):
Justa et Rufina
sorores hispalenses
facultatibus pauperes
ser virtutibus locuplentes.
Cum Diocletianus
in Christianus saeviret
fictilium mercimonio sese alebant
et tenuitate egenous sustentabant.

Religioso itaque
et in magna concordia
domus suae curam gerentes
vitam inculpatam transigebant.
Accidit autem statuto
quodam die Hispali
Adonis celebrari,
in quo festa
mulierculae quedam
cum solitis, ejabulatibus et clamoribus.
Salambonae simulacrum
—sic Venerem Syri vocant—
in pompa circunferebant
et ab omnibus pasim
in ejus daemonis cultum
aliquid erogari eflagitabant.
Quae cum obiter
a sanctis sororibus
stipen postularent
nec quidquam extorquerent
una ex eis
quea idolum bajulabant
omnes fictilium merces
in dignabunda confregit.
Sed sanctas virgines non frivolas
rei detrimento conmotas
sed religionis zelo succensae
nefari simulacrum
a se dejecerunt,
quod terra illisum
et conminutum
fictilie etiem se probabit.
Re autem ad Diogenanum
provincia presidem delata
quasi impietatis reas
capi et ad se adduci jubet.

Quae, cum coram eo consisterent
de religione interrogatas
se Christo famulas
et pro ejus nomino
mori paratas
esse intrepide responderunt.
Admoventur ergo varia
et horribilia cruciatur
instrumenta
ac virgines hilares
el Christum invocantes
equleo suspensas
ferreis ungulis exarantur.
Sed cum in fidei confesiones
constantes
fessis etiam tortoribus
persisterent
in carceres tradi
et inde aliquod post dies
extrahi jubentur
ut se longo itinere
in loca Montes Marianas sita
sequerentur
existimans ejus itineris dificultate
earum constantia vinci posse.
Sed divina virtute
imbecilli sexi
vires suggerente
rupium et montibus
praerupta et aspera
nudis pedibus, sed magna animorum
alacritate superantur,
et incolumi fide
Hispalis redierunt,
ubi cum saevissimis
iterum cruciatibus
earum fides frusta tentata est.
Quarum inmanitatis
et diaturno arceris situ
et fame
Justa enecta
Deo spiritum reddem
ad duplicem coronam evolavit
objecta est.
Rufina, vero ad alia certamina
sanctisimae sororis superstes
praessidis jussus
in arena producta
ferossisimo leoni.
Qui
quasi virtutem ocelesten agnosceret
illaesam eam et intacta reliquit.
Reducta ergo in carcere
fractis e lictore cervicibus
gloriossum martyrium
in vinculis consumatit.
Cujus corpus
a carnificibus y eam arena tractus
cumbustum est.
Ossa autem
a Sabino Hispalensi Episcopo
collecta
et in suburbano coementerio
honorifice sepulta sunt
cum sororis Justa corpore
Quod a profundo puteo
in quem jussu Diogeniani
praecipitatum fuerat
idem sanctus episcopus
extrahit.
Justa y Rufina
hermanas sevillanas
de dineros pobres
pero de virtudes, riquísimas.
Cuando Diocleciano
en los cristianos se ensañaba
ellas, con un negocio de alfarería
se sustentaban y ayudaban a los pobres.
Religiosamente, pues,
y en estrecha unión
preocupadas sólo en sus quehaceres domésticos
una vida inocente ambas llevaban.
Ocurrió, que estando establecido
un día en Sevilla (anualmente)
como fiesta de Adonis (dios mitológico pagano)
en cuya fiesta
muchas mujerzuelas
con acostumbrados gritos y clamores
la imagen de Salambó
—que así llaman los fenicios a Venus—
con pompa procesionaban
y a todos los transeúntes
para este culto diabólico
exigían entregar un donativo.
Y como este óbolo
a las santas hermanas
pidiesen como tributo
y no lo obtuvieran
una de ellas
de las que llevaban el ídolo
todas las mercancías de barro
les rompió indignada.
Pero las santas vírgenes, no alteradas
por el perjuicio de sus cosas

pero sí inflamadas de celo piadoso,
la nefanda imagen
arrojaron lejos de sí,
la cual, al caer a tierra
y destrozarse en pedazos
demostró que también era de barro.
Este hecho, a Diogeniano
gobernador de la provincia, fue denunciado
y como acusadas de impiedad
ordenó conducirlas ante él.
Ellas, con corazón animoso, en su presencia,
y al preguntarles sobre religión,
siervas de Cristo se dijeron,
y por Su Nombre
dispuestas a considerarse suyas,
respondieron intrépidas.
Por consiguiente, trajeron varios
y horribles (para atormentarlas)
instrumentos,
y entonces ambas vírgenes, sonriendo
e invocando a Cristo
fueron suspendidas del potro
y con garfios de hierro desgarradas.
Pero como en la confesión de su fe
siguieran constantes
y hasta cansar a sus verdugos
persistieran,
las entregaron a la prisión
y de allí a pocos días
se ordenó sacarlas
para que un largo camino
hasta un lugar situado en Sierra Morena
siguieran
calculando que la dificultad del camino
quebrantaría su constancia.
Pero la voluntad de Dios
a su débil sexo
infundió valor;
y a las rocas y montes,
a los precipicios y asperezas
con los pies desnudos pero con grandísimo ánimo
los superaron gozosamente,
y con su fe incólume
regresaron a Sevilla
donde con crudelísimos
tormentos nuevamente
su fe, sin resultado, fue tentada.
De cuyas torturas
y del mucho tiempo de prisión
y del hambre,
Justa, agotada
entregando a Dios su espíritu
voló a recibir doble corona.
Rufina, predestinada a otras pruebas
sobrevivió a su santa hermana
y por mandato del gobernador
echada en el Circo
a un ferocísimo león
fue expuesta.
El cual
como si conociera el poder de los Cielos
la respetó ilesa e intacta.
Devuelta por esto a la cárcel
los verdugos quebrantaron su cuello
y su glorioso martirio
se consumó así en el propio calabozo.
Cuyo cuerpo
llevado al campo por los verdugos
fue quemado.
Entonces, sus huesos

por Sabino, obispo de Sevilla,
fueron recogidos
y en un cementerio de las afueras
honrosamente sepultados
junto con el cuerpo de su hermana Justa,
el cual, del profundo pozo
en que por orden de Diogeniano
fuera arrojado,
también el santo obispo
lo rescató.
Siendo éste el único documento fehaciente del martirio de santa Justa y santa
Rufina, he querido traducirlo sin adornos, literalmente, para que nuestros lectores
conozcan con descarnada exactitud esta tradición. La prisión donde estuvieron santa
Justa y santa Rufina, fue la cárcel pretoriana, situada en el lugar donde hoy está la
iglesia de la Trinidad, en el Colegio de los Salesianos. En dicha iglesia puede aún
visitarse el subterráneo, con las celdas donde estuvieron presas las santas hermanas.
El Circo adonde fue llevada Rufina para echarla a las fieras, que la respetaron, era el
Circo público, situado en lo que hoy es la confluencia de la avenida de la Cruz Roja y
la calle Fray Isidoro de Sevilla, donde han aparecido restos de sus cimientos y muros
al abrirse zanjas para la construcción de las casas actuales. El pozo y el campo donde
fueron echados el cuerpo de Justa y quemado el cuerpo de santa Rufina, es en el lugar
llamado hoy Prado de Santa Justa y estación del ferrocarril de Santa Justa.
Finalmente el cementerio cristiano clandestino situado en las afueras, era en el lugar
que hoy llamamos Campo de los Mártires.

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