sábado, 23 de marzo de 2019

Santa Lucía (Amazonas)

Hace mucho tiempo fue hallada Santa Lucía en las
afueras de la ciudad de Chachapoyas.
Cuéntase que un hombre llamado Patrocinio tenía una
hija de diez años de edad, llamada Rosa. Don Patrocinio,
como de costumbre, se fue un día a su chacra, no muy
lejos de la ciudad, a donde su hija tenía que llevarle el almuerzo.
En el tránsito, Rosa tenía que pasar por una pequeña
encañada. Ella no sabía leer, pero era muy religiosa. Iba
con la mirada al suelo, elevando sus oraciones al Divino
Redentor. Al regresar de la chacra, de repente, a la altura
de la encañada, vio una piedrecita de forma cuadrada
y con cuatro agujeros, que le despertó curiosidad, por lo
que la recogió; pero al recogerla oyó que sonaba como
una campanilla; atemorizada, la niña dejó la piedrecita
y siguió camino a su casa. A cierta distancia volvió la
cara atrás y vio que la piedrecita estaba convertida en
una enorme campana. En esos instantes se producía una
tempestad con truenos y relámpagos y al volver nuevamente
el rostro vio que de la campana salían llamas
de fuego. En su casa contó a su madre lo que le había
acontecido.
Por la noche, la niña soñó que se dirigía a su chacra
y que en la encañada encontraba una cueva, donde había
una Virgen.
Al día siguiente, como de costumbre, Rosa se fue a la
chacra y en el trayecto encontró la cueva que había soñado.
Despacito se acercó a la entrada de la cueva y vio que
en el interior ardía una velita con llama azulada y triste, y
que allí estaba velándose una dama muy hermosa, quien
con gestos llamó a Rosa, pero esta, de miedo, corrió a su
casa a contar a su madre lo que había visto.
Por la noche, cuando la niña estaba dormida, la Virgen
se le volvió a presentar y le dijo que ella era Santa Lucía y
que estaba encantada.
Al día siguiente, Rosa contó a sus padres la revelación
que había tenido y don Patrocinio, sin pérdida de tiempo,
la llevó a la encañada para que le enseñase esa cueva. Ya
en el lugar, entró en la cueva, sacó a la Virgen y la llevó a
su casa. La Virgen estaba con su vestido pardusco, parece
que por el humo de aquella insignificante velita que ardía
tristemente a sus pies.
Don Patrocinio le arregló un altar en su casa, pero
siempre que olvidaba ponerle su luz para velarse, la Virgen
regresaba a su cueva. Convencido don Patrocinio de
que era imposible guardarla en su casa, decidió ponerla en
la iglesia de Belén y es allí donde hoy está, en un altar bien
arreglado. Esta sarita es muy milagrosa.17

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