viernes, 1 de marzo de 2019

Mitos supersticiones y supervivencias populares de Bolivia: Los compadrazgos

En los últimos jueves anteriores al carnaval y que se llaman jueves de compadres y de comadres, visitaban los tales a sus protectores en la mañana, llevándoles muchos obsequios, con el nombre de taripacu, cubrían de flores los pisos de las habitaciones del compadre, de los corredores y pasillos, coronándoles a él y su esposa de guirnaldas de frescas y olorosas flores. Estos en correspondencia les hacían beber licores y los agazajaban durante el día.
Generalmente el taripacu, solía efectuarse a las cinco de la mañana, hora en que los compadres se presentaban en la casa del individuo al que trataban de cumplimentarlo, acompañados de músicos y haciendo tronar cohetes.
Esta costumbre, como muchas otras, va camino a la decadencia; pocas veces se ven ya taripacus.
Además de los compadrazgos religiosos, existen otros emanados de las preocupaciones sociales, en los que no intervienen los curas, pero que crean vínculos entre los contrayentes y dan origen a que éstos intimen sus relaciones y se tomen muchas confianzas. Por lo común, este género de compadrazgos, se forman entre jóvenes solteros de ambos sexos, que deseosos de estrecharse más, se valen de ese pretexto, que disimule sus amores ante las miradas de extraños.
En la fiesta de Todos los Santos, acostumbran realizarlos, enviando con la sirvienta, a la niña de su predilección un muñequito de rostro infantil, y de muy coloradas mejillas, bien ataviado, o a la casa de un pariente de aquella para que se lo bautice. La persona que pone el nombre es el compadre de la dueña del muñequillo. También ocurre lo contrario que el galán haga bautizar con la señora de sus pensamientos el muñeco: entonces ésta es la comadre.
En las clases populares se sigue la práctica de que cuando llega el natalicio de un niño o niña, los padres eligen una persona, que la víspera del cumpleaños o el mismo día, le ponga al interesado un rosario en el cuello y al siguiente le lleve a misa y después de hacer que el cura le dé su bendición, de regreso a la casa, le saca el rosario con muchas ceremonias, recomendándole que sea un buen ahijado; le regala algún dinero o especie y desde ese momento lo tienen los padres del niño como a su compadre, y el ahijado lo respeta, más que a su padrino de bautismo, llamándole jarakasiri auqui, o sea padrino de desate.
El primer recorte que se hace a un niño del cabello con que ha nacido, acto que se llama rutu-chico, también crea compadrazgos. El día señalado visten decentemente al niño, lo peinan y distribuyen su cabellera en multitud de trenzas y llegado el momento de la fiesta, cada invitado toma una trenza y la recorta y después deposita una suma de dinero en el plato que se halla junto al niño. Pelada la cabeza de éste, invitan los padres licores y manjares a los concurrentes, y se baila a continuación con gran entusiasmo.
Antiguamente existía otra costumbre que ha desaparecido, denominada sucullu, la que consistía en sacar un niño en su cuna o pañales a la plaza y ponerle allí. «Puesto allí—dice Bertonio—venían los mozos de la casa que traían la sangre de las vicuñas, metida en la panza de éstas, con que el tío o lari untaba la cara del niño cruzándole la nariz de un carrillo a otro, y después repartía la carne de las vicuñas a las madres que habían traído allí su niños, para esta ceremonia, porque de ordinario juntaban para esto todos los niños que habían nacido aquel año y solía hacer esto en acabando de coger sus papas, cuando los cristianos celebramos la fiesta de Corpus christi. Añadían a todo esto el vestir a los niños una camiseta negra, que tenía entretejidos tres hilos colorados, una en el medio y dos a los lados de alto a bajo, y por delante y de atrás. Lo mismo hacían con las niñas de aquel año, solamente se diferenciaban en el nombre porque se llamaban huampaña: y en los hilos colorados que eran muchos y entretejidos no de alto a bajo, sino al derredor, y caían en medio de su urquesillo o bayeta, un poco más abajo de donde se faja las mujeres grandes; aunque las niñas de aquella edad no usan de faja o huakca que llaman.»[39] En este acto se hacía ofrecimiento del niño o niña a la huakca preferida. Esta era una fiesta de familia que creaba vinculaciones.


[39] Vocabulario de la lengua Aimara por Ludovico Bertonio, edición Platzmann. Parte segunda, pag. 323.

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