viernes, 1 de marzo de 2019

Mitos supersticiones y supervivencias populares de Bolivia: Lo que fué la fiesta de la Cruz en La Paz. Phuma-cancha y el sihuay-sahua

La fiesta de la Invención de la Santa Cruz fué en tiempos pasados una de las más ruidosamente celebradas. Duraba tres días, siendo la noche del tres de mayo grande el entusiasmo y mayor el desenfreno de la muchedumbre. En la ciudad de La Paz, se desenvolvía ella en la región denominada antiguamente Cusisiñapata, altura para alegrarse, y después en Caja del Agua, con cuya denominación se conoce hoy, a donde afluían en las noches, las pandillas de disfrazados, bailando al son de orquestas entusiastas, poseídas de loca alegría, seguidas de un público que no lo estaba menos.

A media noche, en aquel sitio, todos los asistentes parecían atacados de locura colectiva y se entregaban a los excesos de la lubricidad, acicatados por el alcohol, la chicha y al amparo de extraños disfraces, donde femeninas enaguas ocultaban a un apuesto galán y la púdica doncella cubría con elegante frac o levita, la blancura impoluta de su cuerpo; donde frailes o clérigos aparentado el papel de robustas hembras hacían danzar a sus barraganas vestidas de hombres.
Era una fiesta dionisiaca realizada en homenaje a la Cruz. Caballeros, religiosos y plebeyos, en franca promiscuidad, dominados por la misma fiebre de divertirse, embriagarse y satisfacer sus apetitos sensuales, se sentían hermanos en aquellos fugaces momentos y bebían licores, danzaban frenéticos y se entregan a cuantos placeres les brindaba la ocasión propicia.
No era raro que la blanca y pudorosa niña, perteneciente a una casa de abolengo sonoro, se estremeciese amorosa entre los brazos de algún pobre, pero robusto gañan de su servidumbre y que el jefe de ella ofreciese rendido su corazón a su sirvienta, si bien tosca en sus maneras, de carnes frescas y turgentes.
Cuando las sútiles palideces del alba aproximaban por las plateadas cumbres del Illimani las parejas acopladas por la casualidad se separaban y las pandillas cansadas y en medio de las extridentes risas de las mujeres de los roncos gritos de los hombres, volvían a sus casas.[37]
En la ciudad de Potosí se realizaba otra fiesta semejante a la anterior en el fondo, aunque reducido a una clase social y distinta en la forma, denominada Phuna Cancha, también nocturna y consagrada a Baco y a Venus indígenas. «Las criadas y doncellas de labor—dice Brocha Gorda—se escapan atraidas por el imán de lo misterioso y lo desconocido, por el incentivo del peligro a que los inducía el demonio, desplegando a su vista todo un panorama de concupiscencia.
«Allí iban cuantas muchachas lograban tomar la puerta y se perdían generalmente en sus orgías las preciosas flores que hicieron decir a un poeta:



«Es de vidrio la mujer
y conviene averiguar,
si se puede o no poner
en peligro de romper
lo que no se ha de soldar»[38]



 Igual vértigo de lujuria y embriaguez que en la fiesta anterior se apoderaba de los concurrentes a esta última, cesando su furor únicamente con la claridad del nuevo día.
Con la misma o mayor libertad desenfrenada se festejaba la Cruz en las demás poblaciones. Hoy la fiesta ha decaído por completo y de ella no se conserva en algunos pueblos sino la costumbre de dirigirse recíprocamente esa noche frases injuriosas, con el aditamento de Sihuay-sahua. Uno al encontrarse con otro le llama ladrón y en seguida repite, Sihuay-sahua, y todo queda remediado: es una especie de carnaval en que se insultan impunemente.
Esta costumbre de reñir con semejante añadidura, que atenúe y disculpe la ofensa debe ser rezago de tiempos inmemoriales.

[37] Véase al respecto la descripción que se hace en el folleto titulado "Maldición y superstición". Leyenda boliviana del siglo XVIII, por José Rosendo Gutiérrez. Paz de Ayacucho, año 1857, páginas 27 y 28, que se halla conforme con la que hemos hecho.
[38] "La Villa Imperial de Potosí".—Su historia anecdótica.—Sus tradiciones y leyendas fantásticas etc. por Brocha Gorda (Julio Lucas Jaimes) 1905, pag. 139 y 140.

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