En seguida entierran en el sitio las especies que trajeron, ofreciéndolas a la Pacha-Mama y regresan a la carrera, haciendo acostar el envoltorio inmediatamente que llegan, junto al niño enfermo, con la seguridad de que este sanará debido a todo lo que se ha realizado en obsequio a él.
El niño pone el oído al suelo, en actitud de escuchar, cuando su madre está nuevamente embarazada y aquel siente que el feto llora y le llama.
Cuando la mujer se embaraza de una criatura de sexo contrario al que hace lactar, morirá éste; pero si ambos son del mismo sexo el hecho no le causará efecto mortal.
La cabecera de la cama debe ponerse hacia el norte para que un niño duerma tranquilo.
Al niño que acostumbra orinarse en la cama, en las noches, debe hacérsele mear sobre brasas, o sobre un pedazo de adobe caliente y que el vapor que se desprende, llegue a sus partes genitales y queda curado.
El hipo en los niños es señal de crecimiento; en los jóvenes y viejos, augurio de embriaguez.
Cuando un niño tiene que ser trasladado, de una casa a otra, hacen que el momento de conducirlo definitivamente, golpee la persona que lo lleva, con dos piedrecitas, llamando el ánima de aquel y rogándole que se venga íntegramente, porque sin ese procedimiento pueda quedar alguna fracción de ella y motivarle una enfermedad.
El niño que llora en su cumpleaños, anuncia que será de carácter cobarde cuando crezca.
El cabello con el que han nacido, debe cortarse a los niños para que no se críen soberbios.
El primer diente que bota un niño, debe colocarse en el agujero de un ratón para que tenga una buena dentadura.
Para hacer olvidar el cariño de un niño hay que lavar alguna especie sucia de la persona a quien quiere y hacerle beber esa agua.
Al niño que se amartela, hay que sacarlo de la casa, llevando consigo excremento de llama o cordero y algunas piedrecitas, y conducirlo a la vera de un río y obligar al paciente a que tire al agua una a una las piedrecitas y excrementos y la corriente se llevará la dolencia lejos.
El niño que corretea llevando las manos atrás, está destinado a morir, porque prepara sus alas para volar al cielo.
El que se frota mucho la nariz, manifiesta que adolece de gusanera.
El párvulo que nace muerto debe ser arrojado al río o quemado, para que su alma no vaya al limbo a sufrir.
La que hace lactar una niña, se niega a dar su pecho a un varón, porque supone que esto causará la muerte de aquella.
En ciertos casos, atribuyen la enfermedad del niño a un espíritu maligno, llamado Larilari[27] que ha logrado apoderarse de su cuerpo, y para ahuyentarlo y hacer que sane, queman kkoa con añil en la habitación del enfermo, suponiendo que con el fuerte humo que debe producirse abandonará a su víctima. Dicen que el Larilari se hace visible en forma de un gato de pelaje colorado, que trepa a los árboles y de allí silba a los incautos, y los atrae. Apenas los ve próximos al árbol, baja rápido, y al escapar va a rozarse precisamente con ellos, inoculándoles el momento de pasar una enfermedad, cuyos síntomas son: ojos inyectados en sangre; cuerpo amorotado y decaimiento completo del organismo.
Las equímosis y manchas de sangre que resultan en el cadáver del niño, ya sea a causa de haberse producido una congestión pulmonar, o por otro motivo explicable, le culpan al larilari, quien aprovechando del descuido de la madre o de las encargadas de atender al enfermo, dicen, que maltrató y azotó su cuerpecito, hasta ocasionarle la muerte, según lo manifiestan esas señales.
El niño que duerme con los ojos abiertos morirá en temprana edad.
El que no se halla bautizado, se encuentra propenso a que le caiga el rayo.
La criatura moribunda sufre mucho y su agonía se dilata, mientras la madre está presente o la tiene en su regazo. Para morir tranquila y pronto, necesita no ver a su madre.
También el niño tiene una larga agonía, cuando espía las faltas de sus padres. Muere apacible si no las tienen y recibe oportunamente la bendición de su padrino.
Cuando dos niños que son parientes o pertenecen a personas amigas, que viven en una misma casa, mueren simultáneamente, dicen que se han puesto de acuerdo para marcharse juntos al otro mundo.
Los ojos del cadáver de un párvulo, permanecen abiertos, cuando debe seguirle su hermano o algún niño de su edad, en quien fijó la vista el momento de espirar.
La mortaja no debe ser adquirida ni puesta al pequeño cadáver por la misma madre, sino por la madrina o terceras personas. A quien infrinje esta costumbre le sucederá algo malo.
Los retazos que sobran de la mortaja de un párvulo, deben encerrarse en su ataud o enterrarse en su sepultura, porque, cuando algún pedazo queda en la casa, atrae desgracias.
Personas extrañas acostumbran añadir a la mortaja como adorno, una cinta o cordón, con objeto de que el alma del pequeñuelo que se convierte en ángel, les arroje desde lo alto un extremo de aquel cordón, para asirse de él y subir al cielo, cuando ellas mueran y llegue la ocasión de querer ascender allí.
Las especies sucias pertenecientes al finado, no deben lavarse mientras esté presente el cadáver, sino después de los tres días de su entierro, a fin de que su alma no pene, por la suciedad que ha dejado, y se presente con frecuencia a sus padres, en sueños.
Cuando muere un niño no debe llorarse porque se obstaculiza la rápida subida de su alma al cielo. El llanto de la madre conmueve al mismo Dios, quien ordena al alma de la criatura vuelva al mundo a consolarla y a secar sus lágrimas. En ese sentido, en vez de ascender al cielo baja y vaga en la tierra, clamando porque su madre tenga hijos que ocupen su lugar y la consuelen. Por eso la madre que llora mucho por un hijo muerto, tiene a la larga una numerosa prole.
Al niño que sana de una enfermedad no debe cortársele las uñas inmediatamente después de su convalescencia, porque vuelve el mal.
Para que sane por completo hay que darle de beber, en leche, la ceniza de un mechón de sus cabellos.
El niño tiene hambre voraz e insaciable cuando tiene que morir uno de sus padres, con cuyo fallecimiento se le calmará.
Sobre la cabeza del niño no debe ponerse plato, fuente ni objetos cóncavos, porque se entorpece su crecimiento y se hace de pequeña estatura.
[27] Larilari: Gente de la puna que no reconoce casi que, cimarrones. Vocabulario del padre Ludovico Bertonio Edición Platzmann pag. 191. Probablemente se le ha aplicado este nombre por considerar un espíritu vagabundo y rebelde, el que daña a los niños.
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