En las corrientes de los ríos de Tolima se escucha un murmullo
plañidero, se percibe una especie de alucinación, algo que es como el
influjo misterioso de la inmensidad, creando en la mente de nuestros
abuelos esa creencia en seres sobrenaturales (...). Ellos llamaban y aún
llaman Madre de Agua a ese influjo que ejercen sobre ellos las grandes
corrientes, la belleza y profundidad de las aguas explayadas, el hechizo
y bonanza de las fuentes dormidas, y le dan forma física y lo rodean de
relatos y leyendas que vienen a ser para ellos ciertas.
Es una niña muy linda, de cabellos áureos y fulgurantes, casi blancas;
sus ojos son grises, claros como dos gotas de agua del más puro
manantial, parece un ángel de lo puro bella. Pero en el fuego de sus
ojos hay hipnotismo, una fuerza de atracción que es imposible resistir;
el único defecto en su angelical figura es que tiene la característica de
tener los piesecitos volteados hacia atrás, por lo cual deja los rastros en
dirección contraria a la que ella sigue. Persigue únicamente a los niños,
sabré los cuales ejerce una influencia perniciosa. Se puede decir que
hay niños que nacen con esa «ilusión», predispuestos a la persecución
de la Madre de Agua, y desde bebés son atraídos y molestados por ella.
El niño perseguido por la Madre de Agua habla siempre de una niña
linda que lo llama; sueña con ella, se despierta asustado y vive predispuesto
siempre a ausentarse solo, atraído par algo extraño. Cuando se
le lleva a la orilla de las aguas se le ve intranquilo, cree ver flores muy
bellas flotando en la superficie; se abalanza sobre lo que cree ver dentro
del agua e insiste en que tiene que irse, pues una niña lo llama con sus
blancas manecitas; le da fiebre y diarrea, y la conmoción lo enferma
perniciosamente, y muchas veces muere, fuera de otras, en que, por un
ligero descuido, se pierde o se ahoga, raptado por la Madre de Agua.
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