sábado, 16 de marzo de 2019

Los aluxes (mito maya)

Nos encontramos en un campo yermo donde iba a hacerse una siembra.
Era un terreno que abarcaba unos montículos de ruinas tal vez ignoradas.
Caía la noche y con ella el canto de la soledad. Nos guarecimos
en una cueva de piedra y sahcab\ para bajar utilizamos una soga y
un palo grueso que estaba hincado en el piso de la cueva.
La comida que llevamos nos la repartimos. «¿Qué hacía allá?», puede
pensar el lector. Trataba de cerciorarme de lo que veían miles de
ojos hechizados por la fantasía. Trataba de ver a esos seres fantásticos
que según la leyenda habitaban en los cuyos (montículos de ruinas) y
sementeras: los aluxes.
Me acompañaba un ancianito agricultor de apellido May. La noche
avanzaba... De pronto May tomó la palabra y me dijo:
-Puede que logre esta milpa que voy a sembrar.
-¿Por qué no ha de lograrla? -pregunté.
-Porque estos terrenos son de los aluxes. Siempre se les ve por aquí.
-¿Está seguro que esta noche vendrán?
-Seguro -me respondió.
-¡Cuántos deseos tengo de ver a esos seres maravillosos que tanta influencia
ejercen sobre ustedes! Y dígame señor May, ¿usted les ha visto?
-¿Cómo que si les he visto...?
-Explíqueme, cómo son, qué hacen.
El ancianito, asumiendo un aire de importancia, me dijo:
-Por las noches, cuando todos duermen, ellos dejan sus escondites y
recorren los campos; son seres de estatura baja, muy niños, pequeños,
pequeñitos, que suben, bajan, tiran piedras, hacen maldades, se roban el
fuego y molestan con sus pisadas y juegos. Cuando el humano despierta
y trata de salir, ellos se alejan, unas veces por pares, otras en tropel.
Pero cuando el fuego es vivo y chispea, ellos le forman rueda y bailan
en su derredor; un pequeño ruido les hace huir y esconderse, para salir
luego y alborotar más. No son seres malos. Si se les trata bien, corresponden.
-¿Qué beneficio hacen?
-Alejan los malos vientos y persiguen las plagas. Si se les trata mal,
tratan mal, y la milpa no da nada, pues por las noches roban la semilla
que se esparce de día, o bailan sobre las matitas que comienzan a salir.
Nosotros les queremos bien y les regalamos con comida y cigarrillos.
Pero hagamos silencio para ver si usted logra verlos.
El anciano salió, asiéndose a la soga, y yo tras él. Entonces vi que
avivaba el fuego y colocaba una jicarita de miel, pozole, cigarrillos, etcétera,
y volvió a la cueva. Yo me acurruqué en el fondo cómodamente.
La noche era espléndida, noche plenilunar. Transcurridas unas horas,
cuando empezaba a llegarme el sueño, oí un ruido que me sobresaltó.
Era el rumor de unos pasitos sobre la tierra de la cueva: luego, ruido de
pedradas, carreras, saltos, que en el silencio de la noche se hacían más
claros.
Os juro que pudo mi imaginación hacer real la narración del viejo
May.
-Oiga -me dijo casi con un susurro-, han llegado... ¡Silencio!
Mi calenturienta mente vio a los seres pequeñitos, ágiles y alegres
correr, subir, bajar, tirar piedras, y luego formar rueda alrededor del
fuego, repartirse la comida que May les había dejado, y pelear por la
lumbre, con la cual encendían sus cigarrillos. La voz de May me sacó
de la dulce fantasía en que vivía en aquellos momentos...
-Salgamos con cuidado para ver si logra usted verles -dijo.
Con el mayor cuidado trepé detrás de él...
-Aprisa -me dijo-, allá van; son aquellos hombrecitos que se levantan
del suelo, míreles... Ya van lejos. ¿Los ve?
-Sí -le respondí... Pero mis ojos, profanos tal vez, no vieron nada.
Corrimos hacia la hoguera. El fuego casi estaba apagado y la miel había
desaparecido; había sólo unos residuos de pozole aquí y allá. May me
miró en silencio.
Durante el resto de la noche mi cerebro dio vueltas a lo ocurrido, y
al amanecer salimos de la cueva. El frescor de la aurora moderó el ardor
de mi frente y me alentó... Junto al fogón había huellas...
Y luego vino la explicación del misterio: el campo quemado dejaba
sin alimento a miles de animales, que en el silencio de la noche salían
por él. Las huellas eran de ratones o pequeños digitígrados (el indio no
sale cuando cree que el alux está comiendo; por esto no se da cuenta de
lo que ocurre en realidad).
Esta es la explicación de la comida desaparecida.
¿Y las pedradas?
Durante el día el monte se quema y el fuego barre y acaba con breña
y árboles. Por las noches, la frescura llega al caer el sereno y los troncos
carbonizados, al contacto con la humedad, comienzan a reventar. Es tan
fuerte esta reventazón que los trozos de corteza saltan a buena distancia
y al caer semejan piedras que se tiran. Los pasos son de los animales
que, temerosos, corren por aquí y por allá. Y en medio de la noche,
cuando todo es misterio, cuando los ojos de las arañas semejan puntitos
de luz, cuando el andar de la hormiga arriera hace ritmo, cuando el
grito del pájaro silvestre sobresalta el ánimo, el indio despliega su fantasía,
que es como una de esas capas de pintadas plumas que lucieron
en el cuerpo de los proceres antiguos.
Al preguntarme May si los había visto, le dije que sí.
Pero mentí; mis ojos no vieron nada... No quise ser yo quien rompiera
la ilusión... Mis ojos no vieron nada... Pero los suyos, sí.

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