viernes, 29 de marzo de 2019

La Virgen del Perdón[7]

Sucedido de la calle del Arzobispado, hoy de la Moneda
I
Las tradiciones son el alimento de la imaginación popular, y es a través de los
tiempos como echan hondas raíces y se transmiten de generación en generación.
Nada más hermoso que estos cuentos nacidos al calor del hogar, narrados con
elocuente sencillez, por nuestros antecesores a nuestros padres, por nuestros padres a
nosotros.
En aquella lejana época, la tradición se tomaba por la misma realidad, y como
hada maravillosa, todo lo podía. Nadie se preocupaba por comprobar los hechos, por
averiguar el secreto de las varitas de virtud. La mayoría se embriagaba con sus
prodigios y pocos inquirían la causa de los llamados milagros.
De aquí tantas asombrosas tradiciones, tantos cuentos populares, que es preciso
purificar en el fuego de la verdad, para que ésta brille como en el crisol el oro puro.
Desde muchachos oíamos a nuestra santa abuela la leyenda de la Virgen del
Perdón, que existe en la Catedral de México.
«La imagen que contemplamos en el altar que está tras del coro —nos decía—
que tiene a sus lados al Señor San José y a Señora Santa Ana, cubierta de magnífico
cristal y con marco de plata, fue pintada en una puerta muy antigua, y esta puerta
perteneció a un calabozo de la Inquisición.
»¿Quién la pintó y cómo? Hace muchos años ¡pero muchos! tantos, que ya nadie
se acuerda de ello; allá, cuando no había presidentes, sino virreyes y capitanes
generales, cuando la gente era más devota, y más rica y más feliz, hubo un perro
judío, que por sus malas mañas fue preso por la inquisición.
»Malo como era, sabía pintar, porque Dios es misericordioso hasta con sus
enemigos y a todas las criaturas dispensa sus favores.
»El judío, preso en su calabozo, sin hablar con nadie, pues únicamente se
comunicaba con sus semejantes a la hora en que se presentaba a los jueces, y cuando
el carcelero le llevaba de comer, no tenía ocupación ninguna, ni sabía rezar más que
las oraciones judaicas.
»Así vivió mucho tiempo. Cierto día pidió pinceles y colores para distraerse del
fastidio. No le negaron tan inocente diversión, y él, que cuando estaba libre visitaba
por curiosidad los templos de Europa, conoció en las iglesias muchos cuadros de
vírgenes y santos, y se le ocurrió pintar en la puerta de su calabozo la imagen de una
virgen que había atraído su atención.
»Preparó los colores, tomó el pincel y recordando aquella santísima virgen, de
rostro tan dulce y tan devoto, que sólo el verla un instante invitaba a la oración;
impresionado por aquella fisonomía tan cariñosa que conquistaba corazones,
comenzó a pintar y a pintar hasta concluir el cuadro.
»Cierto día que el carcelero, para llevarle agua y alimentos, entró al calabozo, el
judío le mostró su obra con la complacencia natural del que se siente satisfecho de
haber ejecutado una cosa buena.
»Aunque hombre rudo e ignorante, el carcelero quedó admirado ante la lindísima
pintura. Conmovido comunicó a los inquisidores lo que había visto, y éstos fueron al
calabozo, y seducidos ante la belleza de la imagen, manifestaron al judío que aquél
era un patente milagro, que se arrepintiera de sus culpas y le otorgarían el perdón.
»Lloró el judío, confesó sus pecados, abjuró de su ley, y puesto en libertad, fue un
buen cristiano.
»La pintura se colocó desde entonces en la Catedral, y el pueblo la llamó la
Virgen del Perdón».
Con otras palabras, con más o menos detalles, así nos contaba esta conseja la
abuelita que, al par que el vulgo la creía artículo de fe; conseja popular como otras
con que se concilia el sueño de los niños y que cantan los poetas en bellísimos y
sonoros versos.
Mas la citada imagen, que existe en nuestra Catedral, ni se llamó así por un
milagro, sino por haberse colocado en el Altar del Perdón que, es costumbre
consagrar a las Ánimas del purgatorio en las catedrales; ni fue obra de judío.
¿Cuál pudo ser el origen de la conseja?, ¿qué preso por las cosas de la fe, pintó en
la antigua Catedral de México, no una virgen, sino todo un retablo? Lo vamos a ver
en seguida.
Es triste despojar a la tradición de sus encantos, como es doloroso deshojar las
frescas flores de un jardín; pero la historia es, si se quiere, inhumana, la crítica
implacable, y la verdad se impone porque siempre es más hermosa, aun desnuda de
poéticos adornos.
II
Los curiosos datos que ahora aparecen en tipos de molde, los hemos encontrado en un
viejo manuscrito, de caracteres casi ininteligibles del siglo XVI.
Es una causa original, que poseía nuestro erudito amigo D. José María de Agreda
y Sánchez, y que se formó en la época del Sr. D. Alonso de Montúfar, segundo
Arzobispo de México, quien fungía como inquisidor en Nueva España,[8] aunque se
ignora si tuvo tal título, pues sólo se sabe que fue Calificador del Santo Tribunal de
Granada. Lo cierto es que celebró autos de fe, y que existen procesos de su tiempo,
tocantes a este asunto, como el que se siguió a Simón Pereyns, por blasfemo. Simón
Pereyns, en su declaración rendida a 14 de septiembre de 1568, confesó que era hijo
de Fero Pereyns y Constanza de Lira, de nacionalidad flamenca, natural de la ciudad
de Amberes, donde sin duda pasó su niñez y juventud. Que de allí se trasladó a
Lisboa (sic), después a Toledo, lugar en que se hallaba a la sazón la Corte; y tal vez
con esperanza de hacer fortuna con su arte, pues era pintor, vino a Nueva España en
compañía del Virrey D. Gastón de Peralta, Marqués de Falces.
Estando un día en Tepeaca, conversando amigablemente con Francisco Morales,
también pintor, y con la mujer de éste llamada Francisca Ortiz, se movió plática
acerca de los amancebados, y Pereyns, a lo que parece, afirmó que no cometían
pecado los que así vivían. Contestóle Morales que no dijese tal cosa; que por menos
en España, había visto castigados a otros por el Santo Oficio, y que era conveniente
se acusara a su director espiritual. Replicó Pereyns:
—Será pecado venial, y bueno seré yo en contárselo a mi confesor.
Morales, que refirió lo anterior como testigo, dice que el bendito de Simón le
aseguró también, que sólo pintaba retratos de personas, porque mejor gustaba de esto
que de hacer imágenes de santos.
Pero sea que la conciencia le remordiera, sea que las contestaciones de su colega
Morales lo convencieran, lo cierto del caso fue, que el cándido de Simón Pereyns,
estando en México, se denunció a sí mismo, el 10 de septiembre de 1568, ante Fr.
Bartolomé Ledesma, Gobernador de la Mitra.
En la declaración que rindió el día 14 —ya citada— fuele preguntado «si entre
sus ascendientes había tenido judíos o penitenciados por el Santo Oficio», y contestó
que no sabía haberlos tenido. Preguntado si sabía el motivo de estar preso en las
cárceles del Arzobispado, contestó que por haberse denunciado él mismo y por haber
dicho, según lo interpretaba Morales, que no pecaban los amancebados; pero que
como no entendía bien la lengua castellana y se expresaba en ella con dificultad, sin
duda se habían entendido mal sus palabras. Que respecto a que asegurase que «mejor
pintaba retratos que imágenes», declaró que en efecto, así lo había escrito a su padre;
pero sin malicia, pues si daba preferencia a aquéllos sobre las últimas, era porque se
los pagaban mejor.
Confesión tan sincera como candorosa, fue suficiente para que el Provisor D.
Esteban de Portillo continuara la causa, en la que depusieron muchos testigos, entre
ellos pintores; y como sus relatos se juzgaron desfavorables a Simón Pereyns, el 1.ª
de diciembre del mismo año fue sometido a la prueba del tormento.
Se le notificó esto, y dijo que se afirmaba en su «dicho». Mostráronle el potro y el
agua, instrumentos de tortura, y continuó en su «dicho». Desnudado y estando en
camisa y zaragüelles, repitió su «dicho», y en su «dicho» se aferró colocado ya en el
potro. En fin, atormentado, soportó tres vueltas y tragóse tres jarros de agua, sin
haber querido retractarse de su «dicho». Simón Pereyns, como se le decía en la jerga
inquisitorial, venció al tormento, pues nada agregó de nuevo a lo que había confesado
en sus primeras declaraciones.
Tres días después, pronuncióse sentencia definitiva; y como documento curioso e
inédito, original por su contenido, y bárbaro… por su ortografía, es digno de que lo
estampemos a continuación:
«En el pleito criminal, que ante mi pende y se ha hecho de officio por lo tocante
al Sto. Officio, contra simon pereins, flamenco, preso en la carcer de este
Arzobispado, sobre las palabras que el dicho simon pereins dixo sobre que le está
hecho cargo:
»ffallo, atento los autos y méritos deste proceso a que me refiero, que por la culpa
que dél resulta, contra el dicho simon pereins, usando con él de equidad y
misericordia, que le devo condenar y condeno, a que dándole todo recaudo al dicho
simon pereins, pinte a su costa el retablo de nra. señora de la mrd. desta sta. iglesia,
muy deboto y a mi contento, y que en el ynterin que el dicho retablo pinta, no salga
desta ciudad en sus pies ny en agenos, so pena que será castigado con todo rigor,
como onbre que no obedece los mandos del sto. officio; y amonesto y mando al dicho
simon pereins, que de aquí adelante no sea osado decir ny diga semejantes palabras
questas sobre que a sido preso, ny se meta en disputas tocantes a nra. santa fe
católica, so pena que será castigado rigurosamente; y más le condeno en las costas
deste proceso, y por esta my sentencia definytiba, juzgando así, lo pronuncio y
mando en estos escritos y por ellos.—El Dor Esteuan de Portillo.
»En méxico en quatro de diziembre de myll y quinientos sesenta y ocho años, se
dió y pronunció esta sentencia definitiva, de suso contenida, por el dicho sor. doctor
barbosa (sic), provisor y vicario general de este Arzobispado de México, por
presencia de mi joan de avendaño, notario público apostólico y de la audiencia deste
Arzobispado de méxico.—testigos—el bachiller villagomez y juan de vergara.—
johan de avendaño».
En el mismo día, mes y año, se le notificó al reo la anterior sentencia «y dixo que
consentía y consintió», aunque no sabemos si de buena o mala gana, pues el pobre
flamenco, a más no poder y por librarse de mayores sustos, a todo contestaba amén,
con la conformidad del ahorcado.
Visto el breve extracto que hemos hecho de la causa de Simón Pereyns, la historia
disipa con su luz las sombras de la poética tradición.
Como se ve, el artista de la conseja no pintó en una puerta una Virgen que le
sirviera para que le otorgaran el perdón, sino el retablo de Nuestra Señora de la
Merced de la primitiva Catedral, cuadro que aún se conserva en el altar del Perdón de
la actual metropolitana iglesia, y no obtuvo su libertad por milagro de la imagen, sino
a costa de dolores en el tormento y previo trabajo de su arte.
Por lo demás, la sentencia demuestra la «equidad y misericordia» de aquellos
viejos jueces. Que Simón no quería hacer imágenes, pues que pinte el retablo de un
altar; que gusta más de hacer retratos porque se los pagan mejor, pues que pinte gratis
et amore en nuestra Santa Catedral.
¿Y las costas? Apurado debe haberse visto para satisfacerlas. ¡Qué tiempos! ¡Qué
costumbres!

[7] Este capítulo lo consagro a la memoria de mi muy amado maestro don Guillermo
Prieto, como un homenaje de admiración y cariño. <<
[8] El Tribunal de la Inquisición no se estableció en México sino hasta el año de 1571.

No hay comentarios:

Publicar un comentario