sábado, 30 de marzo de 2019

LA TUMBA AÉREA

LA noche era callada y oscura como el misterio de lo desconocido, y la
naturaleza toda reposaba en las sombras, sin poemas de luz y de colores.
El silencioso cuadro de tinieblas solo era interrumpido por el rumor de voces, que
en torno de una hoguera, promovía un grupo de salvajes.
O pohanó Lapochég!!… O pohanó!!… exclamaban incesantemente todos á la vez,
y sus palabras ásperas y guturales repercutían perdiéndose en el bosque con la
expresión de una profunda pena.
Sobre la tosca corteza de un cedro que servía de ataúd, envuelto en una estera,
yacía récio el cadáver de un guerrero, cuyo semblante bronceado alumbraba por
intervalos la luz de la fogata con resplandores siniestros.
Pucú el batallador, era aquel muerto, y su cuerpo vigoroso y grande había caído
como el árbol gigantesco que le diera envoltura, vencido y roto por el viento de los
años.
El cacique fué valiente y arrojado, habiéndose hecho temer por las naciones
enemigas, y ahora que había sucumbido ¿quién lo reemplazaría?
O pohanó Lapocheg!!… O pohanó… exclamaban á una vez los apenados vasallos.
La Pochég era una india grande de figura resuelta y varonil, que se había
encontrado en todos los combates y asaltos llevados por Pucú á las tribus vecinas, y
tanto se había distinguido entre los hombres de pelea, que merecía acatamiento de
capitanejo principal, á mas de los respetos que le correspondían como favorita del
cacique, entre las ocho mujeres que formaban su corte.
Las esposas, desgreñado el cabello, rasgado el tipoi, en señal de duelo lloraban al
difunto en su choza, miéntras que La Pochég se había apoderado délas insignias
reales, haciéndose proclamar sobre el cadáver de su Señor y Jefe cacicá de los Cará-
Carás.
Una tremenda algaravía se formó de pronto en torno del ataúd y de la audaz mujer
que contrariaba violentamente las respetadas prácticas de costumbre en estos casos.
Debía convocarse un parlamento de ancianos y guerreros para elejir el nuevo
mandatario.
Una vieja agorera se levantó entre el pueblo amotinado y protestó enérgicamente
contrae el audaz atropello.
Aumentó la algazara y el ruido parecía mas siniestro por los écos del bosque.
En medio de atronadores gritos que incitan al combate, levantáronse todos y
cruzáronse por sobre las llamas y el cadáver del cacique las formidables lanzas y las
picas.
De entre el tumulto escapóse una traidora flecha que atravesó el corazon de la
agorera, la que cayó sin vida en el centro de la hoguera.
Ñeraró el esforzado, con su voz poderosa domina aquella escena y el populacho
convulsionado se congrega rodeando á Ñeraró que proclama cacica de la tribu á La
Pochég, que es también reina de su corazón de bravo.
Cuando amanece el dia, el fragor de las armas y las voces se ha calmado en el
Aduar salvaje y el Pájaro-yaguá se cierne en las alturas lanzando su quejumbroso
grito.
Es que el ave agorera solicita su presa, y allá en el bosque de los muertos, antiguo
como el mundo, muchos otros pájaros rapaces esperan desde su árbol la silenciosa
comitiva que ha de entregarles su alimento.
El Pájaro-yaguá es el último que vela sobre la aérea tumba y ¿quién penetra en
aquella selva no siendo para depositar algún cadáver?
Ocultas en las ramas están los aves-perros que saben á cual de los sobrevivientes
del funerario cortejo le ha de tocar su turno la vez próxima.
El cadáver rígido de Pacú colocado sobre la corteza del antiguo cedro, no tarda en
aparecer. Es llevado paso á paso por un grupo de viejos guerreros, y sus restos se
cuelgan en las ramas que deben resguardarlo del sol, permitiendo que su espíritu
vuele, como las aves que lo guardan y se una al de sus parientes.
Los pájaros-yaguás espantan á los cuervos que se obstinan en apoderarse del
cadáver, revoloteando persistentes durante muchos dias.
Después de una luna las viudas y la tribu han cesado de llorar la infortunada
muerte.
La Pochég es la reina y Ñeraró su amante. El pueblo es pueblo siempre; y de Pucú
el cacique se olvida hasta el recuerdo, porque el pájaro-yaguá que es el último que se
acuerda de los muertos, ha cambiado de árbol, necesitando alimentarse de otro
cadáver.
Así se olvida á aquel valiente que fué el primer guerrero, y aspiraba á la gloria y á
la celebridad viviendo en la memoria de todos.
Infeliz indio!… ignoraba que, los lauros son escasos, y solo corresponden á los
pocos que actúan y se sacrifican por el bien común en las grandes conquistas
dirigidas hácia la perfectibilidad!


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