viernes, 1 de marzo de 2019

La soberbia precede a la caída

En cierta aldea vivían diez mercaderes de tejidos que siempre iban juntos. Habían viajado muy lejos y regresaban a casa con una gran cantidad de dinero que habían obtenido vendiendo sus mercancías. Cerca de su aldea había un espeso bosque al que llegaron una mañana temprano. En él vivían tres famosos ladrones de cuya existencia nunca habían oído hablar los comerciantes, y mientras estaban aún atravesando el bosque los ladrones aparecieron ante ellos, con espadas y garrotes, y les ordenaron que soltaran todo lo que llevaran. Los comerciantes no tenían armas y por eso, aunque eran más, tuvieron que someterse a los ladrones, que les quitaron todo lo que llevaban, incluso las ropas que vestían, y dieron a cada uno solo un pequeño taparrabos de un palmo de ancho y un codo de largo.


La satisfacción por haber sometido y despojado de sus posesiones a diez hombres se adueñó de las mentes de los ladrones, que se sentaron como tres monarcas ante los hombres a los que habían saqueado y les ordenaron que bailaran para ellos. Los mercaderes lamentaron su destino. Habían perdido todo lo que tenían, excepto sus taparrabos, y aun así los ladrones no estaban satisfechos.
   

    Había, entre los diez mercaderes, uno que era muy listo. Reflexionó sobre la desgracia que había
caído sobre él y sus amigos, sobre la danza que tendrían que realizar y sobre los aires de grandeza con los que los tres ladrones se habían sentado en la hierba. Al mismo tiempo se dio cuenta de que estos, seguros de haber acobardado a los mercaderes, habían dejado sus armas en el suelo. Así que tomó la iniciativa en el baile y, como en tales ocasiones el líder siempre canta una canción mientras los demás llevan el ritmo con sus manos y pies, empezó a cantar:

    «Nosotros somos deca hombres,
      Ellos son tri hombres.
      Si cada tri hombres,
      Rodean a un uni hombre,
      Aún quedará un uni hombre.
      Tâ, tai, tôm, tadingana»

Los ladrones no eran demasiado avispados y creyeron que estaba cantando una canción normal. Y así era en cierto sentido, porque el líder comenzó desde cierta distancia y cantó la estrofa dos veces antes de que sus compañeros y él comenzaran a acercarse a los ladrones. Habían entendido su significado porque todos eran mercaderes expertos.

    Cuando dos comerciantes discuten el precio de un artículo en presencia de un comprador usan un lenguaje lleno de acertijos.

    —¿Cuál es el precio de esta tela? —podía preguntar un comerciante a otro.


—Deca —contestaba el otro, lo que significaba «diez rupias».

De este modo no había posibilidad de que el comprador los entendiera, a menos que estuviera familiarizado con el lenguaje comercial. Según las reglas de este lenguaje secreto, tri significaba «tres», deca significaba «diez» y uni significaba «uno». Así que el líder, con esta canción, pretendía explicar a sus compañeros que ellos eran diez hombres y los ladrones solo tres; que si tres se abalanzaban sobre cada uno de los ladrones, nueve de ellos los sostendrían mientras el restante ataba las manos y pies de los ladrones.
    

     

    Los tres ladrones, disfrutando de su victoria y sin comprender el significado de la canción ni las intenciones de los bailarines, estaban orgullosamente sentados masticando betel y tabaco. Mientras
tanto, cantaron la estrofa por tercera vez. Tâ tai tôm salió de los labios del cantante y, antes de que pronunciara tadingana, los comerciantes se separaron en grupos de tres y cada grupo se lanzó sobre un ladrón. El restante (el líder) rasgó una larga pieza de tela en estrechas tiras de seis codos de largo y ató a los ladrones de manos y pies. ¡A estos se les bajaron los humos y rodaron por el suelo como tres sacos de arroz!

    Entonces los diez mercaderes recuperaron sus posesiones y se armaron con las espadas y garrotes de sus enemigos. Cuando llegaron a su aldea, entretuvieron a sus amigos y familiares narrando su aventura




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