Ocurre por 1870 la pareja de enamorados Salvador
Cruz, un jovenazo simpático, rico, parrandero y mujeriego
le propone matrimonio a Hilaria Ruiz una jovencita
muy bonita, dulce e inocente.
Al parecer ellos estaban locamente enamorados, o por
lo menos eso aparentaban.
De Salvador, sin embargo se sabe, que parecía ya cansado
de tanto mujerear y en sus casi treinta primaveras
conquista a Hilaria, muy ingenua quien estaba advertida
por todos sus amigos y familiares de no casarse con semejante
bandido.
Todo el pueblo murmuraba de que este era el mismo
hombre que visitaba a Juana Gazo, una vecina de por el
lado del Río de Tola.
Un pariente de Hilaria en Belén, en donde estaba ubicada
la parroquia mas cercana, ofrece su casona para la
fiesta de la boda y ese día muy de madrugada se pren
dieron todos los candiles de la casa y el olor a cafecito
madrugador reunía la parentela a cargo de realizar los
preparativos. El silencio de la noche se interrumpió y
se escuchaban las primeros crujidos de leña prendida en
aquel fogón de piedra, nacatamales y chicha aguardaban
a los invitados a la gran boda.
Rosa, prima de Hilaria llamaba a los chavalos para que
la ayudaran en la correteada de las gallinas, chompipes y
chanchos.
Como un espanto en las tinieblas de aquella madrugada
se escuchaban los alaridos de aquella chancha bien
gorda en terror ante su eventual sacrificio.
Mas tarde llegaron los chicheros con sus guitarrones y
sus grandes panas de aluminio que usaban para hacer el
¡pom, pom! del bajo, todo estaba preparado.
Y en todo el pueblo la bulla y alegría del acontecimiento
que ya era la novedad.
La mamita Juana compartía con la parentela historias
de antiguos casamientos, las historias felices de las bodas
famosas de aquella parroquia en Belén.
Mientras Rosa correteaba a sus seis chavalos entre sus
otros primos y parientes, estos corrían de arriba para abajo
en la casona. Los detalles habidos y por haber, de la
boda estaban todos listos.
Salvador Cruz, por otro lado, había pasado la noche en
Tola, y como a las once del día se dirige hacia Belén, pero
en el camino se da un resbalón por el estanco del Río de
Tola, en donde vivía su famosa Juana Gazo.
Juana sabía que todo estaba terminado con su amante
y pretendiendo aceptar la realidad del matrimonio ofrece
que para despedirse brinden por el futuro de la pareja.
Salvador parrandero no muy corto y perezoso le entra
al guarón y se emborracha en los brazos de Juana una vez
más.
Mientras en Belén en el altar de la iglesia Hilaria lloraba
profundamente en desconsuelo.
La familia, sus invitados y el pueblo presenciaba con
tremenda tristeza esta tragedia al final.
Desde entonces nació la leyenda de la novia de Tola,
que sacó del anonimato a este municipio y dio a nuestro
lenguaje un dicho que ahora se utiliza mucho cuando alguien
se queda esperando a otra persona y ésta no da señales
de vida, por lo que bien le cae aquello de “te dejaron
esperando como la novia de Tola.
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