domingo, 24 de marzo de 2019

La fuente agridulce

En los tiempos en que Granada conoció el esplendor de la cultura árabe se tenía como
muy prodigiosa, por los cambios de sabor y los efectos de sus aguas, una fuente que
vierte en el Darro, conocida como la Fuente Encantada, nativa en una gruta a la que
dicen que todavía se podía llegar hasta hace poco tiempo, siguiendo una senda que
salía del llamado puente de las Cornetas.
Aquellas aguas, según cuenta su historia, tenían a veces sabor amargo, que
llegaba a parecer de hiel, y otras lo tenían dulce, hasta un gusto de puro almíbar. Su
sabor no las hacía tóxicas, pero modificaba durante unas horas el carácter y el
comportamiento de las personas que las bebían. Si las aguas estaban amargas, los
enamorados se volvían esquivos, quien estaba jubiloso se apenaba, y los optimistas
sentían el corazón lleno de negrura. Si, por el contrario, las aguas brotaban dulces, los
tristes se regocijaban, el bebedor se enamoraba locamente de la persona a la que antes
veía con indiferencia, y no había corazón que no se sintiese capaz de las mayores
hazañas.
Un hombre muy sabio, que había estudiado y conocía bien la condición y virtudes
de todos los parajes de Granada, aseguraba que en aquella gruta vivía un genio de
naturaleza femenina, y que el sabor de las aguas y sus efectos en las conductas se
correspondían con los cambios de sus propios sentimientos: el amargor provendría de
sus lágrimas, si por alguna causa se encontraba triste, como el dulzor provendría de la
alegría de su ánimo.
Sin embargo, aquellos efectos se hacían notar inmediatamente en la comunidad y
llegaban a ser causa de alteraciones públicas y de molestos malentendidos, de manera
que las autoridades acabaron ordenando que ante la gruta se montase una guardia
permanente para evitar el acceso de los bebedores y de la gente que llenaba sus
cántaros.
La fuente se conservó clausurada y vigilada hasta que los cristianos conquistaron
Granada. Con tantas cosas que desaparecieron en la conquista, aquel genio femenino
que habitaba en la cueva se marchó también, aunque dejó como recuerdo el sabor
agridulce, más bien agrillo, con el que la fuente sigue manando todavía. Parece que
conserva algunas virtudes, pero no la de exaltar la alegría o la tristeza de los
bebedores.

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