sábado, 23 de marzo de 2019

EL ORIGEN DEL FUEGO EN AUSTRALIA

Algunos de los aborígenes de Victoria «tienen una tradición
según la cual el fuego, en su forma útil y no dañina, pertenecía
en exclusiva a las cornejas que habitan las Montañas Grampianas;
y, puesto que estas cornejas lo consideraban de gran valor,
no permitían a ningún otro animal prender lumbre con él. Un
día, sin embargo, un pequeño pájaro llamado Yuuloin keear
-«reyezuelo cola-de-fuego»-, viendo que las cornejas se divertían
lanzando al aire astillas encendidas, tomó una al vuelo y
escapó con ella. Un halcón llamado Tarrakukk arrebató la astilla
al reyezuelo, y prendió fuego a todo el país. De entonces acá
siempre ha habido fuegos de los que obtener lumbre».1
La mención de las Montañas Grampianas, que se hallan situadas
al sudoeste del estado de Victoria, parece mostrar que esta
historia era corriente entre los indígenas de este territorio. Pero
un relato similar aparece documentado entre los aborígenes de
Gippsland, en el extremo sudoriental de Victoria. Según ellos,
hubo un tiempo en que los indígenas no disponían de fuego. La
gente se hallaba sumida en un triste estado de postración. No
tenían modo de cocinar su comida, y no había fuego de campamento
en el que calentarse cuando hacía frío. El Fuego (tow-era)
estaba en posesión de dos mujeres que no sentían gran
aprecio por los negros. Guardaban el fuego con gran celo. Un
hombre que sentía afecto por los negros determinó conseguir
fuego de las mujeres, y para conseguirlo simuló tener gran
aprecio por ellas, acompañándolas en sus desplazamientos. Un
día, aprovechando una ocasión favorable, robó un tizón, se lo
escondió a la espalda, y desapareció con él. Retornó entre los
negros y les entregó el fuego que había robado. Desde entonces
lo consideran un benefactor. Actualmente es un pequeño pájaro
con una marca roja sobre la cola, que es la marca del fuego.2
En este relato de Gippsland, el pajarillo con la marca roja en
la cola es sin duda el mismo «reyezuelo cola-de-fuego» del
cuento anterior. Pero la leyenda ha sido racionalizada mediante
la representación del ladrón del fuego como un hombre que
luego se transformó en pájaro. Una versión más abreviada de la
misma historia cuenta que «el fuego, según las tradiciones de
las gentes de Gippsland, lo obtuvieron hace tiempo sus antepasados
del bimba-mrit (pinzón cola-de-fuego) de un modo muy
curioso».3
Lejos de Gippsland, en el norte de Queensland, los nativos
de manera similar asocian el fuego con el mismo pájaro. En otro
tiempo, según los nativos de Cape Grafton, en la costa oriental
de Queensland, no había fuego en la tierra; así que Bin-jir Binjir,
un reyezuelo de lomo rojo (de la especie Malurus), subió
hasta los cielos para conseguirlo. Tuvo éxito, pero para que sus
amigos en la tierra no se aprovechasen también de ello, lo
escondió bajo su cola. Preguntado a su vuelta cómo le había ido
el viaje, el reyezuelo le dijo a su amigo que su búsqueda había
sido infructuosa, al tiempo que le sugería que intentara extraer
fuego de diversos tipos de madera. Su amigo se puso a trabajar
con maderas de diverso tipo, intentando extraer la llama mediante
un movimiento de fricción rotatoria de un trozo sobre
otro. Pero trabajó en vano y terminó dándose por vencido. Mas
cuando desanimado se daba la vuelta estalló en risas. Preguntándole
Bin-jir Bin-jir por qué reía, dijo: «porque tienes fuego
pegado a la punta de tu rabo», refiriéndose a la mancha roja del
lomo del pájaro. Bin-jir Bin-jir se vio entonces obligado a admitir
que había conseguido el fuego, y terminó enseñándole a su
amigo de qué madera concreta había que extraerlo.4
Resulta así que en dos versiones de esta historia el pájaro
portador del fuego es un reyezuelo, y en otra es descrito como
un pinzón. Puesto que no parece haber reyezuelos en Australia,
conjeturo que el pájaro en cuestión es el pájaro de matorral
Atrichornis, ave del tamaño de un tordo, que vive en las zonas
de más espeso matorral o bosque bajo de Australia. Se conocen
dos especies de esta ave, el A. clamosa y el A. rufescens. El
primero, de mayor tamaño, es marrón por arriba, estando cada
pluma moteada por una sombra de color más oscuro; la garganta
y la panza son de color blanco-rojizo, y muestra una gran
mancha negra en el pecho; los flancos, por su parte, son marrones,
y las plumas caudales de un color pajizo. El A. Rufescens
muestra el blanco y el negro de las partes frontales cambiados
en marron, teniendo moteado con idéntica sombra el plumaje
del lomo.5 Lo rojizo de la? plumas caudales de este pájaro
vendría a explicar la historia de que había escondido el fuego
bajo su cola: aparentemente el relato es tan sólo un mito destinado
a explicar el color del plumaje del pájaro.
En otras leyendas australianas no es un pájaro tipo reyezuelo,
sino un halcón, el que figura como primer portador del fuego.
Dicha leyenda dice lo que sigue: hace tiempo, un pequeño bandicoot6
era el único poseedor de un tizón que cuidaba con el
mayor celo, llevándolo consigo a todas partes y sin dejárselo ver
a nadie. Por lo cual, los otros animales celebraron un consejo en
el que resolvieron quitarle el fuego al bandicoot por las buenas o
por las malas. El halcón y la paloma fueron delegados para
llevar a efecto la resolución. Todos sus esfuerzos por convencer
al bandicoot de que compartiera el fuego con sus vecinos resultaron
fallidos, y la paloma creyendo en un momento que el
bandicoot estaba descuidado hizo un intento de cazar el tizón al
vuelo. Enojado, el bandicoot lo tiró al agua, con ánimo de apagarlo
para siempre. Pero el avizor halcón, que husmeaba no
lejos de allí, se arrojó en p icado sobre el tizón antes de que éste
tocara el agua, y con un certero golpe de su ala alejó el tizón del
río y lo lanzó sobre el reseco herbazal de la orilla opuesta. La
hierba se encendió, y las llamas se extendieron por todo el país.
Los negros vieron entonces por primera vez el fuego, y vieron
que era bueno.7
También, entre las tribus de Nueva Gales del Sur, hay, o solía
haber más bien, una extendida tradición según la cual la tierra
estaba en otro tiempo poblada por una raza mucho más poderosa,
especialmente en lo que hace a las artes mágicas, de la que
ahora la habita. Esta raza recibe nombres distintos en las distintas
tribus. Wathi-wathi, los llaman los bookoomuri, y dicen
de ellos que terminaron convertidos en animales. La historia del
origen del fuego reza así: éranse una vez dos bookoomuri que
eran los únicos poseedores del fuego; uno de ellos era Koorambin,
es decir, una rata de agua; y el otro era Pandawinda, es
decir un arenque. Los dos guardaban celosamente el secreto del
fuego en un espacio abierto entre los juncales del río Murray.
Muchos esfuerzos hicieron los restantes bookoomuri y la actual
raza de los hombres para obtener una chispa de fuego, pero
todo fue inútil, hasta que un día Karigari, esto es, el halcón, que
por supuesto originariamente era un bookoomuri, descubrió a la
rata de agua y al arenque cocinándose unos moluscos que ha
bían pescado en el río. Volaba a tal altura que aquéllos no
podían verle, y provocó entonces un torbellino que soplara entre
los juncos secos, dispersando el fuego en todas direcciones,
de modo que pronto todo el juncal se vio envuelto en llamas. El
incendio se extendió hasta el bosque cercano y dejó amplios
espacios de bosque quemado, donde nunca más han vuelto a
crecer árboles. Esta es la razón de que hoy se vea al río Murray
discurrir en medio de anchas llanuras peladas, que en otro
tiempo estuvieron cubiertas de bosque.8
Los ta-ta-thi, otra tribu de la misma región, cuentan un cuento
similar. Dicen que la rata de agua, a la que llaman Ngwoorangbin,
vivía en el río Murray y tenía una gran cabaña, donde
guardaba el fuego para cocinar los moluscos que pescaba en el
agua. Guardaba este fuego con todo celo. Pero un día, mientras
se hallaba en el río recogiendo moluscos, una chispa saltó de su
fuego, siendo capturada por un halcón enano (Kiridka), quien,
teniendo dispuestos ya algunos materiales inflamables, prendió
un fuego, por medio del cual incendió, no sólo la choza de la rata
de agua, sino una gran porción de bosque. De ahí que las llanuras
de los alrededores estén hoy tan peladas. Pero lo cierto es
que desde entonces los negros saben cómo procurarse el fuego
por frotamiento.9
Según los kabi, tribu del sureste de Queensland, el áspid
sordo (Mundulum) era el único en otro tiempo que poseía el
fuego, guardándolo celosamente en su interior. Todos los pájaros
trataban en vano de hacerse con él, hasta que el halcón
enano poniéndose delante de él empezó a hacer unos gestos tan
ridículos que el áspid no pudo menos de echarse a reír. El fuego
entonces se le escapó y pasó a ser propiedad común de todos.10
En el territorio de la tribu Warramuga de Australia Central, al
sur de los Montes Murchinson, pueden verse crecer dos esbeltas
acacias en las riberas de un lecho seco. Los nativos dicen
que dichos árboles marcan el lugar donde dos antepasados
halcones hicieron fuego por primera vez frotando dos trozos de
madera. Los nombres de esos halcones ancestrales son Kirkalanji
y Warra-pulla-pulla. Aunque eran pájaros fueron los primeros
en hacer fuego en esta parte del país. Siempre llevaban
consigo tizones encendidos, y un día Kirkalanji hizo un fuego
mayor de lo que pretendía, a resultas del cual él mismo resultó
abrasado, y murió. Muy entristecido por este accidente, Warrapulla-
pulla partió en dirección de lo que actualmente es el estado
de Queensland, y nunca más se volvió a saber de él. Apareció
por entonces la luna, que era en aquellos días un hombre que
vagaba por la tierra. Se topó con una mujer bandicoot cerca del
lugar donde Kirkalanji había encendido su fuego, y se fue a dar
una vuelta con ella. Durante su paseo, fueron a sentarse sobre
un montón de tierra de espaldas al fuego, y tanto tiempo pasaron
charlando que no se dieron cuenta hasta que las llamas
estaban ya lamiéndolos. La mujer bandicoot quedó gravemente
quemada y se desvaneció en el aire, o murió al poco; no obstante
el hombre-luna, que no era un simple mortal, consiguió volverla
a la vida o a la conciencia, y ambos se fueron juntos al
cielo. «Es un rasgo curioso», comenta Sir Baldwin Spencer,
«que en todas estas tribus la luna sea siempre representada
como un hombre, mientras el sol se representa como femenin
o » .11
Los mara, tribu que habita en la costa sudoccidental del golfo
de Carpentaria, tienen una tradición según la cual, en los antiguos
tiempos, había un gran pino que con su copa llegaba a
tocar el cielo. Todos los días hombres, mujeres y niños subían y
bajaban del cielo por medio de este árbol. Un día, mientras se
hallaban arriba encaramados, un viejo halcón llamado Kakan
descubrió el modo de hacer fuego frotando giratoriamente un
palo sobre otro. Pero, en una pelea que tuvo con un halcón
blanco, todo el país resultó incendiado, y el pino desgraciadamente
también se quemó, de modo que la gente que en ese
momento estaba en el cielo no pudo volver más a la tierra, y
desde entonces viven en el cielo. Estas gentes tenían cristales
incrustados en sus cabezas, codos, rodillas y demás articulaciones,
y el destello de esos cristales en medio de la noche es el que
produce las luces que llamamos estrellas.12
En estas leyendas australianas no resulta fácil distinguir entre
la concepción del primer hacedor de fuego como pájaro y su
concepción como hombre que meramente llevaba un nombre de
pájaro o se asimilaba a un pájaro en otros sentidos. La dificultad
se debe a la confusión entre animales y hombres que el
totemismo fomenta, si no crea, en el pensamiento del salvaje. Al
identificar a los hombres con sus animales totémicos, los nativos
australianos parecen perder el poder de discernir entre
ellos; y si se les preguntara, por ejemplo, en un relato sobre las
aventuras de un canguro, si se trataba del canguro animal o de
un hombre que tenía al canguro por tótem, podrían no ser
capaces de responder, ni posiblemente de comprender siquiera
la pregunta.
En el acervo legendario de los booandik, tribu que en otro
tiempo habitaba el extremo sudoriental de Australia meridional,
el primer portador de fuego resulta ser una cacatúa. Así, en
una versión de esta historia el fuego se dice que tuvo su origen
en la roja cresta de una cacatúa, pájaro al que los booandik
llamaban mar. Una cierta cacatúa (Mar), se nos dice, escondió
el fuego de su tribu para usarlo en exclusiva, lo que hizo que sus
cotribeños se enojaran con ella por su egoísmo. Las más prudentes
cacatúas convocaron un consejo para concertar un plan
con el que sustraerle el secreto a Mar. Se acordó matar a un
canguro e invitar a Mar a compartir con ellos el animal. De
modo que cuando Mar intentara apartarse para cocinar su porción
de canguro, las demás cacatúas pudieran verlo y averiguar
cómo se hacía el fuego. El plan se llevó a efecto. Mar vino y le
tocaron en suerte del canguro la cabeza, los hombros y la piel.
Mar se llevó a casa su porción y empezó a preparar la carne para
asarla. Las restantes cacatúas la observaban, y vieron cómo
amontonaba corteza y hierba secas, depositándolas en el suelo
para prender el fuego, luego la vieron rascarse la cabeza con sus
uñas, y cómo el fuego salía de su cresta. Así fue como conocieron
el modo de producir el fuego, aunque aún tenían que conseguirlo.
Una pequeña cacatúa se ofreció a robarle el fuego a Mar.
Avanzó cautelosamente entre las hierbas hasta llegar cerca del
codiciado fuego. Acercó entonces una ramita de brezo (grass
till) al fuego, sin que Mar se diese cuenta, lo encendió y salió
volando hacia sus compañeras. Las cacatúas exultaban de alegría
al haber descubierto al fin el arte de obtener fuego; pero
Mar se puso furiosa y prendió fuego a la hierba, haciendo arder
todo el país desde el monte Schank hasta Guichen Bay. El pato
almizclero (croom), furioso a su vez por el incendio de la pradera,
batió y entrechocó sus alas, con lo que hizo aparecer el agua
que llena los lagos y pantanos de la zona.13
En esta versión, el primer hacedor de fuego claramente es
concebido como una cacatúa pura y simple, y la historia es un
mito orientado a explicar las plumas rojas de su cresta. Pero, en
otra versión de la leyenda booandik, el hacedor de fuego es
presentado como un hombre que luego se volvió cacatúa. Hace
mucho tiempo, se nos dice, los negros vivían sin fuego con que
cocinar su comida, y todo lo que de dicho elemento sabían era
que un hombre llamado Mar (cacatúa), que vivía muy lejos hacia
el este, lo tenía y lo guardaba sólo para sí, escondido bajo el
penacho de plumas que llevaba sobre su cabeza. Era un hombre
demasiado poderoso como para ser atacado abiertamente y
desposeído del fuego a la fuerza, así que los negros decidieron
hacer uso de la maña. Proclamaron una gran asamblea tribal o
corroborée y enviaron a todas partes mensajeros a anunciar la
fecha del acontecimiento. Entre los invitados vino Mar, y cuando
hubieron matado un canguro para el festín, se le ofreció un
apetitoso trozo, pero Mar lo rechazó diciendo que prefería la
piel. Se la entregaron y se marchó con ella a su campamento,
que tenía asentado a cierta distancia. Todos lo siguieron con
curiosidad para ver qué pensaba hacer con la piel, «ya que»
decían, «no le resultará un buen bocado a menos que la cocine
con su fuego». Un decidido joven, llamado Prite, siguió a Mar,
escondiéndose entre la hierba sin ser visto. Vio entonces como
Mar, tras bostezar, se llevó la mano a la cabeza como si fuese a
rascarse y extrajo el fuego de su escondite. Habiéndose enterado
del secreto, Prite volvió y se lo contó a la asamblea. Otro
individuo, llamado Tatkanna se ofreció a ir a averiguar más
cosas sobre el fuego. Se esforzó por acercarse al máximo al
fuego y sintió su calor. Y volvió a su vez a informar y a mostrar
cómo el fuego le había chamuscado el pecho dejándoselo rojo.
Otro más se acercó a continuación al fuego, llevando consigo
una rama de brezo. Vio a Mar socarrando el pelo de la piel del
canguro y se las arregló para, sin ser visto, meter su rama en el
fuego. Pero, al retirarla, inadvertidamente prendió fuego a la
hierba. El fuego se difundió rápidamente entre los altos herbazales
y el bosque bajo. Tomado de una gran rabia, Mar echó
mano de sus mazas (waddies) y salió corriendo hacia el lugar
donde los otros se hallaban acampados, porque sospechaba con
buen fundamento que habían sido ellos los ladrones de su fuego.
Su sospecha se vio confirmada al divisar a Tatkanna, cuyo
rojo pecho era prueba evidente de haber metido mano, o mejor
dicho pecho, en el asunto. Tatkanna, que era de pequeña estatura,
empezó a gimotear; pero, en esto, se alzó Quartang para
hacer frente al prepotente Mar y enfrentarse a él en singular
combate, diciendo que daba mejor su talla que Tatkanna. Los
restantes negros no permanecieron como simples espectadores.
Un combate generalizado siguió a este reto, y en medio de la
lucha Quartang recibió un golpe con una maza en forma de
sacabotas que lo ultimó. Saltó del suelo a un árbol y se convirtió
en un pájaro llamado martin pescador, que aún muestra en su
ala la marca del sacabotas de Mar. El pequeño Tatkanna se
convirtió en un petirrojo. El galante Prite también se vio trans
formado en un pájaro que ahora habita en los matorrales costeros.
Un tipo gordo llamado Kounterbull recibió en la nuca una
profunda herida con una lanza. Haciendo grandes aspavientos
de dolor, se precipitó en el mar, donde luego se le vio a menudo
lanzando agua por su herida de la nuca. Su nombre en nuestro
idioma es ballena. Mar, por su parte, incólume en la lucha, voló
hasta un árbol, en donde sin dejar de refunfuñar e insultar, pasó
a convertirse en cacatúa. La calva situada debajo de la cresta de
las cacatúas es el lugar donde solían guardar el fuego. Desde tan
ajetreado día, cuando los nativos se arriesgan a dejar que el
fuego se apague, pueden conseguir fácilmente más lumbre con
palo de brezo, tomando dos trozos, de los cuales uno lo colocan
horizontalmente y el otro vertical sobre un agujero practicado
en el primero, haciendo girar el palo vertical rápidamente entre
las manos. En poco tiempo los trozos de madera se encienden,
mostrando así que la madera de brezo aún puede incendiar la
pradera como hizo en tiempos de Mar.14
Esta versión de la historia pretende explicar de qué modo los
nativos llegaron a conseguir el fuego mediante el frotamiento de
palos de brezo. Pero, al mismo tiempo, explica los rasgos característicos,
no de uno solo, sino de varios pájaros, y además de la
ballena. La forma original del relato parece haber abarcado un
número aún mayor de bestias y pájaros; la señora Smith, la
misionera a quien debemos una valiosa descripción de la tribu
Booandik, con la que vivió y trabajó durante más de treinta y
cinco años, nos informa de que llegó a olvidar los nombres de
todo lo que los indígenas mencionaban en la lucha en torno al
fuego. Y añade: «es ésto algo que hay que deplorar, ya que sus
nombres son necesarios para la cabal comprensión del relato
» .15 En lo que a los animales respecta, la historia es un mito
claramente zoológico que intenta dar cuenta de determinados
rasgos característicos de la fauna australiana. El petirrojo, que
tan importante papel juega en ella, difícilmente puede ser el
petirrojo de las Islas Británicas, puesto que no parece hallarse
en Australia. Algún pájaro adornado con plumas rojas en el
pecho debió de ser identificado por los primeros colonos europeos
con el familiar plumífero de su tierra natal.
Esta historia sobre el origen del fuego fue recogida por la
señora Smith como ampliamente difundida entre los nativos de
la esquina sudoriental de Australia meridional, entre el monte
Gambier y MacDonnellBay. Era desconocida, en cambio, de los
negros que vivían al norte de Rivoli Bay y Guichen Bay, aunque
todavía más al norte, los nativos de Encounter Bay, en la desembocadura
del río Murray, conocían una historia similar.16 La
versión de esta leyenda habitual entre los nativos de Encounter
Bay fue recogida por otro observador, y reza como sigue: en otro
tiempo, los antepasados se reunieron en Mootabarringar para
celebrar un corroboree o festival de danza. Puesto que aún no
tenían fuego, no podían celebrar las danzas por la noche y se
veían obligados a bailar sólo de día. Y, como el tiempo era muy
caluroso, el sudor les corría por el cuerpo y formó las grandes
charcas que aún pueden verse en aquella región hoy en día; el
batir de sus pies al bailar produjo también las irregularidades
del terreno que hoy forman colmas y valles. Pero sabían que un
hombre muy poderoso llamado Kondole, que vivía hacia el este,
estaba en posesión del fuego, y le enviaron dos mensajeros,
Kuratje y Kanmari, para invitarlo a la fiesta. Acudió, pero escondió
su fuego. Al ver esto, los hombres se sintieron molestos y
decidieron arrebatarle el fuego a la fuerza. Al principio nadie se
atrevía a acercarse a él; pero al fin un tal Rilballe se armó de
coraje para herirlo con su lanza y arrebatarle el fuego. Así que le
arrojó su lanza y lo alcanzó en la nuca. Esto provocó grandes
risas y gritos, y todos los hombres se vieron transformados en
animales de todo tipo. Kondole mismo echó a correr hacia el
mar y se convirtió en una ballena, y desde entonces arroja agua
por la herida de su nuca. Los dos mensajeros, Kuratje y Kanmari,
se transformaron en pequeños peces. Ocurrió que, en el m omento
de metamorfosearse, Kanmari llevaba encima una piel
de canguro, mientras que Kuratje no llevaba más que una esterilla
de algas; ésa es la razón de que el pescado llamado kanmari
tenga gran cantidad de grasa bajo su piel, mientras que el pez
llamado kuratje es seco y enjuto. Otros se convirtieron en opposums
y se fueron a vivir en los árboles. Los jóvenes elegantes
que iban adornados con penachos se convirtieron en cacatúas,
conservando sus penachos como crestas. En lo que hace a Rilballe,
se apropió del fuego de Kondole y lo colocó en un matorral
de brezo (grass-tree), donde aún permanece y del que puede
ser extraído por frotamiento. El modo en que los nativos de
Encounter Bay extraían fuego de la madera de brezo era como
sigue: tomaban una rama florecida de brezo cortada en dos
longitudinalmente y la colocaban sobre el suelo, con la parte
plana hacia arriba. Tomaban luego una rama más delgada de la
misma planta y presionaban con su parte inferior sobre el otro
trozo, sosteniéndola vertical entre las palmas de la mano y
haciéndola girar, con un movimiento alterno de las manos hacia
delante y hacia atrás, hasta que la madera se encendía.17
Esta versión de la historia probablemente complementa la
versión booandik recogida por la señora Smith, en la medida en
que proporciona más detalles sobre la transformación de los
hombres en animales tras el descubrimiento del fuego. Pero
difiere de la versión booandik, cosa curiosa, en que presenta a la
ballena, en vez de la cacatúa, como la poseedora originaria del
fuego.
Otras historias australianas asocian el descubrimiento del
fuego con la corneja. Así, los aborígenes que habitaban el valle
del río Yarra, que corre hacia Port Phillip, donde actualmente
se alza Melbourne, decían que en otro tiempo cierta mujer
llamada Karakarook era la única persona que sabía cómo hacer
fuego. Lo guardaba en la punta de su palo de ñame, esto es, el
instrumento con ayuda del cual, al igual que otras mujeres
indígenas australianas, se dedicaba a escarbar en busca de raíces
comestibles, insectos y lagartijas con las que dar de comer a
su gente;18 pero se negaba a dar a conocer el uso del fuego a
nadie más. Waung, cuyo nombre significa «corneja», ideó un
plan para arrebatarle el fuego. La mujer era muy golosa de los
huevos de hormiga; así que Waung tuvo la ocurrencia de reunir
gran número de serpientes y esconderlas debajo de un hormiguero.
A continuación, invitó a Karakarook a buscar los huevos
de dicho hormiguero. Cuando ésta hubo escarbado un poco
reparó en las serpientes. Waung le dijo que las matara con el
palo de ñame. Karakarook empezó a golpearlas, y al hacerlo,
empezaron a saltar chispas de la punta de su bastón. Waung
capturó una de estas chispas y echó a correr con ella. Por lo que
a la mujer respecta, fue llevada al cielo por Pund-jel, el Hacedor
de Hombres, y aún sigue allí luciendo como las Pléyades o las
Siete Estrellas. Pero, en lo que a Waung se refiere, demostró
ser tan egoísta con el fuego recién conseguido como lo había
sido Karakarook, pues no se lo daba a nadie. Por lo que Pundjel,
el H acedor de Hombres, enfadado con él, reunió a todos los
negros e hizo que le amenazaran con dureza, hasta asustarlo.
Para salvarse y deshacerse de ellos, Waung les arrojó en medio
el fuego, y cada uno tomó un poco y se marchó. Tchert-tchert y
Trrar tomaron una porción del fuego y prendieron la hierba seca
que rodeaba a Waung, quemándole. Pund-jel dijo a Waung:
«serás una corneja para volar sin descanso, y ya no serás más
hombre». Tchert-tchert y Trrar se perdieron o resultaron abra
sados por el fuego. Son ahora ambos dos grandes piedras situadas
al pie del monte Dandenong.19
La tribu Bunurong, que habitaba en otro tiempo al sudeste de
Melbourne, contaba una historia semejante para explicar el
origen del fuego; aunque en ella la corneja (waung) aparece
como un pájaro real y no como un hombre que más tarde se
transformó en corneja. La historia, que implica ciertas repeticiones,
reza como sigue: dos mujeres se hallaban cortando un
árbol con intención de conseguir huevos de hormiga, cuando se
vieron atacadas por varias serpientes. Las mujeres lucharon
ferozmente contra ellas, pero no pudieron matarlas. Finalmente,
una de las mujeres rompió su palo de combate (kan-nan), y
de inmediato salió fuego de él. La corneja lo cazó al vuelo y
escapó con él. Dos jóvenes muy buenos, llamados Toordt y
Trrar, echaron a correr tras la corneja para darle caza. Asustada,
la corneja dejó caer el fuego, lo que provocó un gran incendio.
Los negros se sintieron dolidos y atemorizados al verlo, y
los buenos de Toordt y Trrar desaparecieron. Pund-jel mismo
bajó del cielo y dijo a los negros: «Ahora ya tenéis fuego, no lo
perdáis». Les dejó ver a Toordt y Trrar por un momento, y
luego se los llevó con él, y los colocó en el cielo, donde brillan
ahora como estrellas. Pasó un tiempo, y los negros perdieron el
fuego. Llegó el invierno y con él el frío, y no tenían ya donde
cocinar su comida. Tenían que comer sus alimentos crudos y
fríos como los perros. Las serpientes además se multiplicaban.
Finalmente, Pal-yang que había sacado a las mujeres del agua,
envió del cielo a Karakarook para cuidar de ellas. Era hermana
de Pal-yang, y sigue siendo respetada por las mujeres negras
hasta nuestros días. Esta buena de Karakarook era una mujer
hermosa y de gran tamaño, y tenía un palo muy muy largo, con el
que se paseaba por el país matando a multitud de serpientes,
aunque dejando algunas pocas en algunos sitios. Al ir a matar
una serpiente su bastón se le rompió, y salió fuego de él. La
corneja nuevamente lo capturó al vuelo y escapó con el fuego, y
durante un tiempo los negros se vieron sumidos en una gran
postración. No obstante, una noche, Toordt y Trrar bajaron del
cielo y se entremezclaron con los negros. Les dijeron que la
corneja había escondido el fuego en una montaña llamada Nunner-
wun, y se volvieron al cielo. Pero al poco volvió a descender
Trrar con el fuego resguardado en un envoltorio de corteza, que
había arrancado de los árboles, como los indígenas hacen cuando
tienen que emprender una marcha y llevar el fuego con ellos,
conservándolo a resguardo. Toordt volvió a su casa en el cielo, y
nunca más volvió a vérsele. Los nativos dicen que se abrasó en
una montaña llamada Mun-ni 0 , donde había encendido un
fuego para avivar las pocas brasas que se había procurado. Pero
algunos hechiceros niegan que se quemara en esa montaña;
sostienen que por sus buenas obras Pund-jel los transformó en
esa rojiza estrella que los blancos llaman planeta Marte. Por su
parte, la buena de Karakarook les había dicho a las mujeres que
examinasen bien el palo que ella había roto, y del que había
salido humo y fuego; las mujeres nunca debían perder tan preciado
don. Pero esto no fue todo. El amable Trrar condujo a los
hombres a una montaña donde crece un tipo de madera llamada
djel-wuk, de la que se hacen los palos de fuego; y allí les enseñó
a modelar y usar tal implemento, de modo que siempre tuvieran
la posibilidad de prender fuegos. Luego se marchó al cielo y
nunca más se le volvió a ver.20
Una historia similar sobre el origen del fuego solía contarse
entre los wurunjerri, tribu que por las fechas en que se fundó
Melbourne ocupaba la zona situada al norte y al nordeste de la
ciudad, incluyendo en su territorio las llanuras del Yarra y el
valle de dicho río hasta sus fuentes, junto con laderas norte de
las montañas Denderong.21 Las Karat-goruk, que claramente
son las mismas karakarook de las dos precedentes leyendas,
eran un grupo de mujeres que escarbaban la tierra buscando
huevos de hormiga con sus palos de ñame, en cuyo extremo
llevaban rescoldos de fuego. Pero la corneja (waang) les robó el
fuego mediante una estratagema; y cuando la corneja almizclera
(bellin-bellin) extrajo un torbellino de su buche por mandato de
Bunjil, las mujeres fueron arrastradas al cielo, donde aún permanecen
bajo la forma de las estrellas que hoy llamamos Pléyades,
y aún llevan fuego en el extremo de sus palos de ñame.22
La misma historia fue recogida con ligeras variaciones, de
labios de los aborígenes más viejos por el reverendo Robert
Hamilton, de Melbourne. Y, aunque no lo dice, probablemente
podemos suponer que los nativos que le proporcionaron la leyenda
habitaban en el campo que rodea a la ciudad. Su relación
de la leyenda reza así: «La primera obtención del fuego». Una
muchacha, cuyo nombre era Mun-mun-dik, había, de un modo u
otro, logrado convertirse en la única poseedora del fuego, que
transportaba en el extremo de su palo de ñame. (El palo de
ñame, para que se entienda mejor, es una vara gruesa de aproximadamente
cinco pies de larga, cuya punta se ha endurecido al
fuego para utilizarla como escarbador de raíces.) La muchacha
usaba el fuego para su propia conveniencia y comodidad, y nada
podía convencerla de que compartiera tan provechoso invento
con los demás hombres, habiéndose demostrado inútiles todos
los esfuerzos hechos por arrancárselo de grado o por fuerza.
Búnd-jil, no obstante, envió a su hijo para ayudar a la raza
humana. Pero no habiendo logrado tampoco éste persuadir a la
muchacha del fuego de que lo entregara voluntariamente, no
tuvo más remedio que recurrir a una estratagema. Tras haber
enterrado a una gran serpiente venenosa en un gran hormiguero,
le pidió a la muchacha que escarbara en él en busca de
huevos que son considerados un bocado exquisito. Ella, por
supuesto, al ponerse a escarbar, desenterró la serpiente. Tarrang
le grita, «¡mátala! ¡mátala!». Y, mientras abate al reptil con su
palo de ñame, éste deja escapar el fuego. Tarrang se lo apropia,
y se lo entrega a los hombres. Y, para evitar que la muchacha
pudiera hacerse de nuevo con el monopolio, la traslada a un
lugar en el cielo, donde se convierte en las ‘ Siete Estrellas’ . Allí
es donde se la ve ahora».23
En esta versión no se menciona en absoluto a la corneja, pero
podemos sospechar que se esconde bajo la personalidad del
habilidoso Tarrang, el hijo de Bundjil, quien sustrae el fuego a
la mujer con la misma artimaña con que la corneja lo hace en la
primera de las versiones. La explicación que el señor Hamilton
da del palo de ñame sugiere la razón por la que se supuso que el
fuego de la mujer estaba encerrado en tal apero. Puesto que la
punta del palo había sido introducida en el fuego para endurecerla
¿qué cosa más obvia que pensar que algo de la sustancia
del fuego había quedado absorbida en él, y que en consecuencia
cualquier violento impacto bastaría para hacer salir del palo el
elemento ígneo de que suponía cargado o saturado? Sobre la
base de la filosofía natural primitiva, el razonamiento resulta
impecable.
En esta leyenda, que podemos llamar la leyenda de M elbourne,
puesto que era corriente entre las tribus vecinas de dicha
ciudad, es interesante observar que el origen del fuego se halla
asociado con las Pléyades, a las que se supone portadoras aún
en el cielo del mismo fuego que en la tierra llevaban en el
interior de sus palos de ñame. Puede tratarse de una pura
coincidencia, pero a no mucha distancia y cruzando un brazo de
mar, en el extremo sur de Australia, los rudos aborígenes de
Tasmania asociaban también de modo similar los fuegos celes-
tes y los fuegos terrestres, asumiendo por igual ambos pueblos
salvajes que las luces del cielo habían sido prendidas antes en la
tierra.
Otra versión de esta misma leyenda en la región de Victoria
es la recogida en Western Port, una bahía situada a cierta
distancia al sur de Melbourne. La historia reza así: en el momento
de la creación, una serie de jóvenes, todos ellos en estado
de inacabamiento, se hallaban sentados en tierra en medio de
las tinieblas, cuando Pundjil, un anciano, a requerimiento de su
hija Karakarok, levantó su mano hacia el sol (gerer), que, ante
esto, calentó la tierra y la abrió a la luz como una puerta. Vino
entonces la luz. Y Pundjil, viendo que la tierra estaba llena de
serpientes, dio a su amable hija Karakarok una larga vara con la
que se dedicó a ir por todas partes, matando serpientes. Desgraciadamente,
al parecer, el bastón se le rompió antes de que
pudiera terminar con todas; pero, al romperse en dos la vara,
salió fuego de ella, y de este modo de un aparente mal se derivó
un gran bien. La gente gozosamente pudo cocinar su comida;
pero Wang, un misterioso ser con forma de corneja, se escapó
con el fuego, dejando a todos en un penoso estado de postración.
Karakarok, sin embargo, logró reponer el fuego, que nunca
más volvió a perderse. En cuanto a Pundjil, o Bonjil, se dice que
vivió en las cataratas de Lallal, en el río Marrabool, pero ahora
vive en el cielo. El planeta Júpiter es su fuego y se llama
también Pundjil.24
En la versión Western Port del mito vuelve a aparecer la
corneja, en cambio desaparecen las Pléyades. A pesar de lo
cual, puede decirse que se hallan implícitamente presentes en el
personaje de Karakarok, nombre nativo de esa constelación.
Según el relato que acabamos de ver, parece como si los salvajes
de Western Port consideraran a Júpiter como el padre de las
Pléyades.
Lejos de estos nativos, la tribu Boorong, que habitaba la
árida «maleza de mallee»25 que rodea el lago Tyrrell al noroeste
de Victoria tenía una tradición según la cual el fuego había sido
traído a los nativos por vez primera por la corneja, a la que
identificaban con la estrella Canopus.26
A veces, aunque al parecer no con mucha frecuencia, los
aborígenes australianos remitían el origen del fuego en la tierra
a una fuente que a nosotros nos resulta más verosímil que las
estrellas, esto es, al sol. Así, los nativos de los alrededores del
lago Condah, en Victoria Sudoccidental, referían que en otro
tiempo un hombre arrojó su lanza contra las nubes, y atada a la
lanza iba una cuerda. El hombre a continuación trepó por la
cuerda y trajo fuego del sol a la tierra.27 Una de las tribus
próximas a Maryborough, en Queensland, cuenta que los hombres
obtuvieron en los orígenes el fuego, trayéndolo del sol de
otra manera. Al comienzo, cuando Birral había puesto a los
primeros negros sobre la tierra primitiva, que era como un grán
bancal de arena, éstos le preguntaron dónde podían calentarse
de día y conseguir fuego para la noche. El les dijo que si iban en
cierta dirección encontrarían el sol, y que arrancándole un trozo
podrían conseguir fuego. Caminando hasta muy lejos en la dirección
indicada, descubrieron que el sol salía de un agujero por
la mañana e iba a dar a otro agujero por la noche. Apurándose,
pues, a seguirlo, le arrancaron una porción de su disco, y con
ello obtuvieron fuego.28
Una fuente aún más verosímil del origen del fuego es la que
proporcionan ciertos nativos del distrito de Kulkadone (Kalkadoon),
en el noroeste de Queensland. Dicen que hace tiempo
una tribu de negros se reunió en una llanura del país. Habían
tenido un buen día de caza, y los cadáveres de varios canguros
cobrados yacían diseminados alrededor. En ese momento estalló
una tormenta eléctrica, y un rayo que cayó en unos matorrales
incendió la hierba reseca de la llanura, que empezó a arder
furiosamente, desollando y asando en parte a varios de los
canguros muertos. Cuando los indígenas fueron a catar la carne
semiasada, la encontraron mucho más apetitosa que cruda, tal
como hasta entonces la habían comido. Despacharon pues a una
anciana a conseguir el fuego que aún se veía arder en la llanura,
y a traer una muestra. Al poco la vieja volvió blandiendo un
tizón encendido. Se la nombró, pues, a partir de este momento
guardiana del fuego y los ancianos le recomendaron solemnemente
que no lo perdiera ni lo dejara apagar. Durante muchos
años, la anciana cumplió fielmente la tarea encomendada, hasta
que una noche de la estación húmeda, estando todo el suelo del
campamento encharcado, descuidó su vigilancia y el fuego se
extinguió. Como castigo por su negligencia se la condenó a
vagar sola por la estepa hasta que pudiera reencontrar el fuego.
Largo tiempo vagó en solitario por la llanura sembrada de matorrales,
buscando en vano, hasta que un día, al pasar por una
zona de espesa maleza, no pudiendo contener ya más su ira, se
desahogó cortando dos ramas de un matorral y empezando a
frotarlas violentamente. Para su asombro, la fricción de los
palos produjo fuego, y pudo volver triunfalmente entre su gente
con su precioso descubrimiento, que nunca más se les ha vuelto
a perder.29
Los arunta de Australia Central tienen una tradición propia
sobre el origen del fuego. Dicen que en los lejanos días a los que
dan el nombre de Alcheringa, un hombre del tótem Arunga o
euro partió hacia el este persiguiendo a un euro gigante, que
llevaba el fuego en su cuerpo. El hombre llevaba consigo dos
grandes churingas, esto es, bastones o piedras sagradas, con las
que intentó hacer fuego, sin conseguirlo. Siguió al euro mientras
avanzaba hacia el oeste, intentando todo el tiempo matarlo. El
hombre y el euro acampaban cada noche a corta distancia uno
del otro. Una noche el hombre se despertó y vio arder fuego en
las proximidades del euro; de inmediato fue hasta la hoguera y
tomó un poco, con lo que asó un poco de carne de euro que
llevaba consigo, tras lo cual se la comió. El euro echó a correr de
nuevo, volviendo sobre sus pasos en dirección este. Intentando
volver a hacer fuego, pero en vano, el hombre siguió al animal
hasta que ambos volvieron al lugar de donde habían partido.
Allí, al fin, el hombre consiguió matar al euro con una churinga.
Examinó entonces el cuerpo, para descubrir cómo hacía el fuego
el animal, o de dónde lo sacaba; y extrayéndole el órgano de
generación masculino, que era de gran tamaño, lo abrió por la
mitad y vio que contenía un fuego muy rojo, que tomó para
cocinar el mismo euro. Durante largo tiempo comió de la carne
del euro, y cuando el fuego que había extraído de sus genitales
se acabó, intentó producirlo él, y esta vez lo consiguió, sin dejar
de entonar el siguiente canto:
Urpmalara kaiti
A lk n a munga
Ilpau wita wita. 30
Las tribus wonkonguru de Australia Central, entre las que se
cuentan los dieri, asocian el descubrimiento del fuego con una
colina arenosa situada al este del lago Perigundi. Dicen que
hace mucho tiempo, antes de que el hombre blanco llegara al
país, uno de sus antepasados míticos, a los que llaman mooras, o
moora-mooras, llegó procedente del sur y plantó su campamento
tras una gran colina arenosa. Encontró a Paralana comiendo
pescado crudo y le preguntó por qué lo comía así. Paralana
contestó: «El pez sabe perfectamente. ¿Cómo lo comes tú?». El
otro replicó: «Prefiero cocinar el pescado; sabe mejor asado». Y
le rogó a Paralana que fuera con él a su campamento, para
enseñarle cómo hacerlo. Una vez allí, prendió fuego, puso algo
de pescado sobre las brasas, y cuando estuvo cocinado se lo dio
a Paralana, quien lo comió y le preguntó cómo se llamaba aquello
que había empleado para aderezar el pescado. El otro le dijo
que se llamaba fuego y le enseñó cómo hacerlo. Cuando Paralana
hubo aprendido el secreto, mató a su instructor y se llevó el
fuego a la colina arenosa donde estaba instalado. Allí sentó sus
reales, y armado con tan nuevo instrumento, empezó a cobrar
tributo de todos los demás negros, que le llevaban comida y
mujeres jóvenes. Pero, pasado algún tiempo, se hizo con muchachas
que no querían quedarse a su lado. Esperaron pues a
que se hubiera dormido, y se escaparon a toda prisa, llevándose
un tizón encendido, con el que enseñaron a su gente cómo
mantener encendido el fuego.31
Los wonkonguru cuentan otra historia acerca de una mujer
moora que había robado el fuego a una anciana llamada Nardoochilpanie.
Tras haber matado a la vieja, se transformó en
cisne y echó a volar, llevando un tizón encendido en su pico. De
ahí que todos los cisnes negros tengan un reborde rojo en la
parte interior de sus picos; lo que muestra que la mujer moora
se quemó la boca mientras transportaba el tizón.32 A la luz de
las precedentes leyendas, podemos suponer que en una anterior
versión del mito wonkonguru fuera el cisne mismo el portador
del fuego a los hombres, lo que le habría provocado la quemadura
del interior de su pico.
Los kakadu del norte de Australia tienen una tradición que
habla de dos hombres, medio hermanos, llamados por igual
Nimbiamaiianogo, que salieron a cazar con dos mujeres, sus
madres. Los hombres cazaron patos y chorlitos con alas de
espuela, mientras que las mujeres recolectaban gran cantidad
de raíces de liliáceas y semillas por las charcas. Pero, por aquel
entonces, los hombres no tenían fuego ni sabían cómo hacerlo,
mientras las mujeres sí. Así que, mientras los hombres se hallaban
cazando, las mujeres cocinaron su cosecha y se la comieron
ellas solas, Cuando estaban a punto de terminar su yantar vieron
a los hombres volver a lo lejos. Y, como no querían que éstos
supieran del fuego, que aún estaba encendido, rápidamente
recogieron los rescoldos y se los guardaron en la vulva, para que
los hombres no pudieran verlo. Al llegar a ellas los hombres, les
preguntaron «¿Dónde está el fuego?», pero las mujeres replicaron:
«No hay fuego», y todos comenzaron a discutir y a formar
escándalo. Finalmente, las mujeres les dieron a los hombres
parte de las raíces de liliácea que habían recogido y cocinado. Y,
cuando quedaron saciados de comer raíces y carne en gran
cantidad, se fueron a dormir durante largo rato. Al despertarse,
salieron de nuevo a cazar, y las mujeres aprovecharon de nuevo
para cocinarse su comida. El tiempo era muy caluroso, y los
pájaros que los hombres habían cazado se pudrían. Los hombres
volvieron, pues, con carne fresca, y nuevamente, ya desde
lejos pudieron observar el fuego ardiendo con gran resplandor
en el campamento de las mujeres. Un chorlito de alas de espuela
se acercó volando a las mujeres para advertirles que los
hombres volvían. Una vez más, las mujeres escondieron los
rescoldos como habían hecho antes, y nuevamente los hombres
preguntaron dónde estaba el fuego, pero las mujeres firmemente
sostuvieron que nada sabían del fuego. Los hombres dijeron:
«Nosotros lo vimos», pero las mujeres respondieron: «No, estáis
burlándoos de nosotras, no tenemos fuego». Pero los hombres
insistieron: «Vimos de lejos un gran fuego; si no tenéis
fuego ¿cómo cocináis vuestra comida? ¿La ha cocinado acaso el
sol? Si el sol cuece las liliáceas ¿por qué no cuece también
nuestros patos y les impide que se pudran?» A ésto no tuvieron
réplica las mujeres. Todos se fueron a dormir, y al despertarse
los hombres se alejaron de las mujeres y desenterraron una raíz
de palo de hierro, de la que extrajeron resina. Tomaron entonces
dos trozos de madera, y frotándolos, vieron que podían
extraer fuego de ellos. Pero, para castigar a las mujeres por sus
mentiras sobre el fuego, resolvieron convertirse en cocodrilos y
pagarles de esta forma a las mujeres su engaño. Para ésto,
moldearon la resina del árbol de hierro hasta formar dos cabezas
en forma de cocodrilo, que se colocaron sobre sus propias
cabezas, introduciéndose de esta guisa en la charca; y cuando
las mujeres se introdujeron en ella para hacer su recolecta de
plantas y semillas, las arrastraron bajo el agua y las mataron.
Cuando hubieron rematado esta faena, los hombres-cocodrilo
sacaron a las mujeres hasta la orilla, y les dijeron: «Levantaros,
vamos. ¿Por qué nos contásteis tantas mentiras sobre el fuego?
» Pero las mujeres muertas no replicaron. Durante algún
tiempo, los hombres conservaron sus cabezas de cocodrilo,
mientras sus brazos y piernas seguían siendo humanos. Pero
poco después todos ellos se volvieron cocodrilos de verdad, y
ellos fueron los primeros de esa especie, ya que hasta entonces
no había habido tales criaturas.33

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