jueves, 14 de marzo de 2019

El mito de las amazonas

Según los griegos, este mito de las Amazonas puede ser el de las
centauresas. «En Megara, en Queronea y en Tesalia se conservaban las
tumbas de las amazonas muertas por Teseo. En la guerra de Troya defendieron
a Príamo... En Africa, otras amazonas subyugaron a los atlantes,
númidas, atíopes y gorgones, fundaron una ciudad a orillas del lago
Tritón y fueron exterminadas por Hércules.» Hasta aquí el mito griego.
Sobre ellas se afirmaba que «se mutilaban el seno derecho para manejar
el arco con mayor facilidad». El mito llegó hasta el medioevo.
Para Gandía, cuya investigación seguiremos:

Entre todos los mitos de la conquista americana no hay ninguno tan
confuso, tan deformado e insondable como el mito de las Amazonas
(...) y, sin embargo, es el más auténtico y el más luminoso, no por lo
que su nombre evocaba -mero ensueño de conquistadores-, sino por
lo que su espejismo representaba (...) llegado Colón al Nuevo Mundo
(...) vemos cómo las islas Femenina y Masculina de los mapas medievales
se transforman en islas de Carib y Martinino, una habitada por
Caribes y la otra por Amazonas, exactamente igual que en las orillas
del Termodonte, donde, según las fábulas clásicas, Caribes y Amazonas
vivían en relativa vecindad. Al mismo tiempo, las Amazonas, vistas por
la fantasía de Colón, revelaban los mismos hábitos que las mencionadas
por Herodoto: se relacionaban una vez al año con los hombres, en
primavera, sólo con el fin de perpetuar la raza: guardaban para sí las
niñas y entregaban los niños a los padres.
Así se lee en el Diario del primer viaje de Colón que «de la isla Martinino
dijo aquel indio que era toda poblada de mujeres sin hombres».
Para el fantasioso Pedro Mártir de Anglería: «(...), en ciertos períodos
del año pasan hombres a la isla de ellas, no para usos maritales,
sino movidos de compasión, para arreglarles los campos y huertos, con
el cultivo de los cuales puedan vivir». Y más adelante, refiriéndose a
datos que le ofrecían conquistadores españoles: «Añaden que es verdad
lo que se cuenta de la isla habitada solamente por mujeres, que a flechazos
defienden con bravura sus costas, y que en ciertas temporadas
del año pasan allá los caníbales para engendrar, y que desde que están
encintas ya no aguantan a los hombres, y que a los niños que les nacen
les echan fuera y se guardan las hembras».
Con el tiempo ya las amazonas no se situaban solamente en su isla.
Ya peleaban en el continente. Gandía cita a Antonio de Salcedo, en
cuyos escritos se nombran «mujeres que combatieron contra Gonzalo
Jiménez de Quesada, en Tunja; contra Benalcázar en Popoyán y contra
Valdivia en Chile».
En la relación que Fray Gaspar de Carvajal hiciera sobre el descubrimiento
del Río Grande, escribe: «(...) nos dieron noticias de las
Amazonas y de la riqueza que abajo hay y el que las dio fue un indio
llamado Aparia, viejo que decía haber estado en aquella tierra». Al encontrar
indios adoradores del Sol, éstos dijeron «que eran tributarios
de las Amazonas». Y después refiere el fraile lo más asombroso, que
al entrar en combate contra los indios, éstos fueron a pedir ayuda a las
umazonas, «y vinieron hasta diez o doce, que éstos vimos nosotros,
que andaban peleando delante de todos los indios capitanes, y peleaban
ellas tan animosamente que los indios no osaban volver las espaldas,
y al que las volvía delante de nosotros lo mataban a palos, y ésta es la
causa por donde los indios se defendían tanto».
Éste fue el origen del nombre del río Amazonas. El fraile Gaspar da
más informaciones:
El Capitán le preguntó si estas mujeres parían: el indio dijo que sí.
El Capitán le dijo que cómo no siendo casadas, ni residía hombre entre
ellas, se empreñaban: él dijo que estas indias participan con indios en
tiempos, y cuando les viene aquella gana juntan mucha copia de gente
de guerra y van a dar guerra a un muy gran señor que reside y tiene su
tierra junto a la destas mujeres, y por fuerza les traen a sus tierras y
tienen consigo aquel tiempo que se les antoja, y después que se hallan
preñadas les toman a enviar a su tierra sin les hacer otro mal.
Otras escrituras españolas de aquellos tiempos -que recoge Gandía-
aceptan o rechazan el mito de las Amazonas americanas, pero es
un hecho absoluto que el mito prosperó en su tiempo y aún hoy tiene
distintos defensores.
Como casi siempre ocurre, la imaginación humana llevó el mito a
su exceso, donde, para el arte y la fantasía, es más rico, más atrayente,
más fecundante.

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