sábado, 30 de marzo de 2019

EL HOGARAITEG

UN viejo cazador vivía feliz, acompañado de su único hijo y de sus perros, en lo
mas apartado del bosque, donde la caza abundaba, porque las batidas de la tribu no
necesitaban internarse tanto, para encontrar corzuelas, charatas y conejos en
abundancia.
El buen viejo dedicaba su existencia á enseñar al mozo todas las artimañas y
maquines que son indispensables y constituyen la peculiar educación de un buen
cazador.
Cuando el joven llegó á la edad viril, nada ignoraba de cuanto tiene que saber un
hombre para proveer convenientemente de alimento á su familia.
El anciano, al considerar el peso de los años que lo agobiaban cada vez mas, se
sentia satisfecho y orgulloso, viendo que aquel hijo, tan gallardo y fuerte, lo iba á
suceder, manteniendo siempre incólume su fama de arrogante cazador y buen
guerrereo.
Un dia, el moceton dijo á su padre que queria hacer mas extensas las escursiones
por el bosque y llegar hasta la morada de otros hombres, á cuya proximidad habia
sido atraído mas de una vez, por el dulce canto de una joven que cuidaba un rebaño á
orillas de un riachuelo de agua clara, donde estaba situada una chozuela.
Las aves viven en parajes alegres, cantando en sus nidos las dichas de la vida,
pensaba el solitario mozo, y la corzuela tímida que escapa espantada del audáz
cazador, busca tambien su compañera en la ignorada breña. Acompañados y en
parejas andan todos los seres de la tierra que ha creado el gran Espíritu y ¿no podré
yo encontrar en las chozas una dulce Iponá que comparta conmigo la existencia?
El viejo reflexionó á propósito de la justa aspiración de aquel mancebo que le
recordaba involuntariamente un deber que habia olvidado viviendo solitario.
La memoria, campeó por el mundo infinito de los felices dias que pasaron en su
remota juventud, pensó el viejo en su amada, á cuyos piés rindiera tantas veces las
mas fragantes flores, las mas estimadas piezas de caza y las hermosas aves, cuyas
pintadas plumas servian para adornar el cuello juvenil y la negra cabellera de la mas
bella joven de su tiempo.
Después de esas reflexiones, dijo al mozo, no irás solo á las chozas en busca de
mujer; guiaré tus pasos, hijo mió, en esa peligrosa batida que acometes, mas temible
por cierto, que la del yaguareté ó del puma! Visitaremos juntos al Cacique nuestro
Gefe; le mostraré tus aptitudes para la caza y la pesca, así como tu resistencia y
fortaleza en los ayunos inherentes al hombre de las selvas. Después de probar que
eres apto como ninguno para esos ejercicios pediré para tu compañera á la joven mas
bella que exista en nuestra tribu, que se extiende en estos bosques hasta confines muy
remotos.
Yo solo quiero á la Iponá, que canta en los cocales, dijo el mozo; la que vive en las
chozas de sus padres y guarda su rebaño á orillas del riachuelo de aguas claras, cuyo
armonioso acento suena siempre en mi oído, y á quien veo á mi lado en los tenaces
sueños de las noches oscuras; de esas noches cargadas de espíritus y sombras que me
hablan al oído de dichas sublimes é ignoradas.
Durante una luna se prepararon el viejo cazador y el mozo enamorado para asistir
á la gran fiesta anual de las Presentaciones que tenía por objeto la reunión á ejecutar
proezas, de los jóvenes fuertes de mas valor y arrojo, en presencia del cacique y del
consejo patriarcal de los ancianos, fiesta que terminaba con grandes bailes y la
elección de compañera, aceptada ó dispuesta por los mayores, siempre que el mozo
probado, hubiese resistido heroicamente á la veloz carrera, la prueba de natación, de
caza y de pesca, y la última y mas penosa que consistía en un ayuno de nueve dias,
que debían soportar los sometidos, retobados entre un cuero, é inmóviles, sin probar
mas alimento que el zumo líquido del yatai, la coca, ú otras plantas silvestres. Esta
bebida la preparan los deudos ó parientes.
El mozo do nuestro cuento, no fué tan lerdo que asistiese al gran torneo sin dar
aviso de ello á la dulce Iponá, de sus amantes sueños; y á la siguiente luna, cuando la
tribu se reunió á orillas del rio Grande, también ella formaba entre las jóvenes
doncellas que adornadas con flores y vistosas plumas, bailaban y cantaban en grandes
grupos, esperando los beneficios de aquella alegre fiesta primitiva, en que se rendía
justo culto á la fuerza, á la destreza, y al amor.
El sitio en que la tribu se dió cita fué elejido en la ceja de un bosque secular; del
lado de Oriente, se extendía un llano propio para efectuar la gran carrera, y del lado
Occidental, corría majestuoso entre bosques de palmas elevadas y barrancos de
arcilla, el ámplio rio, donde debía efectuarse la segunda prueba.
El Cacique, los ancianos y las familias que constituían el núcleo principal de la
tribu, trasladaron su aduar, el primer dia de aquella luna, en que sazonan las frutas
silvestres, y quien iba cargado de los fragantes plátanos, quien de peces ahumados ó
de trozos de carnes de tapiro, de corzuela ó de pecarí.
Las mujeres se ocuparon prolijamente de la instalación de sus toldos, colgaron en
los añosos troncos sus hamacas, y disponiendo cuanto era referente á la familia,
pasaron los tres primeros dias en la instalación mas conveniente.
Por todas las sendas, de muy diversos rumbos llegaban guerreros, cargados con
armas y presentes. Del Norte y Sur, por agua, aparecían chalupas de un solo tronco,
tripuladas por los pobladores de las costas, que también concurrían á la fiesta.
Cincuenta mocetones dispuestos y aptos para entrar en el torneo se presentaron
sucesivamente al cacique y este rodeado de su pueblo y en consejo de ancianos, dijo
que aquella fiesta sería mas solemne que otras veces, porque habia resuelto que su
hija, la hermosa Epotég (Flor del agua) se casaria con el mas esforzado de los jóvenes
guerreros, que entraran en la liza, á quien correspondería por orden gerárquico, el
mando de la tribu, después de su muerte no lejana.
Se clavó en el centro del valle, á una distancia de mil pasos de soldado, un largo
palo terminando en horqueta en la parte alta; y el cacique dispuso se colgase de ella la
mas fuerte de sus corazas de guerra, que era formada de gruesos y duros cueros de
tapiro, ribeteada con pellejos de consuela y vistosas plumas de loro.
Aquella prenda era el premio que obtendria el que llegase primero de los cincuenta
mozos: y los ancianos, á quienes correspondía el rol de jueces, fueron colocados en
dos grupos, uno en el lugar de la partida y otro en el sitio donde estaba el palo, que
servia de percha á la coraza.
Cuando llegó el momento, el pueblo habíase desgranado en el trayecto
intermediario.
El grupo se alineó convenientemente bajo la dirección del cacique y á una señal,
todos partieron velozmente con dirección al palo.
En medio de la carrera algunos de los que iban delante, daban saltos formidables y
estrepitosos gritos, tratando de probar probablemente, que aún eran aptos para mayor
proeza, dado el poder de sus vigorosas musculaturas. Pronto vióse sin embargo,
destacados del grupo principal á solo dos mancebos.
Uno de ellos era Jaebé (esforzado) el hijo del viejo cazador.
Los dos listos corredores llegaron á un mismo tiempo al pié del árbol de la prueba
é iban á disputarse por la fuerza la prenda codiciada cuando se interpusieron los
jueces evitando la riña, y disponiendo que, puesto que de otras muchas hazañas se
trataría en los dias sucesivos, la coraza seria entregada al que en la natación saliese
mas airoso.
Cuando esto parecia ya resuelto, llegó al grupo el cacique, quien informado de lo
que ocurría, dispuso que debia correrse de nuevo la carrera, por Jaebé y su contrario,
doblando la distancia.
Trasladóse la percha y la coraza á una distancia doble y en medio de los gritos,
aplausos y algazara que en los grupos del pueblo se formaba, se efectuó nuevamente
la gran carrera.
Al tiempo de partir, vióse salir delante, en largo trecho al rival de Jaebé, que fué
aclamado.
Nuestro joven mas previsor y diestro, no gastaba sus fuerzas en el primer impulso,
pues la distancia era larga y la experiencia le habia enseñado que en las dificultades
de la vida como en las distancias largas debe «andarse despacio, para llegar ligero».
Así se lo habia recordado su padre al oído, al tiempo de emprender de nuevo la
formidable marcha.
A los mil pasos mas ó menos Jaebé dió alcance á su contrario y un gran trecho
anduvieron sin que el vulgo sorprendido pudiese definir á quien tocaba la victoria.
Al concluir la carrera, los fatigados mozos marchaban ya con lentitud y una
fracción del pueblo, los pudo acompañar á la distancia, exhortando al vencido á un
esfuerzo supremo, y proclamando á Jaebé que se habia adelantado algunos pasos,
heroico vencedor de la primer jornada.
Las jóvenes del pueblo cargaron en lechos de frescas hojas de trébol á los dos
valerosos, que fueron conducidos sobre los hombros del pueblo á presencia del
cacique.
Allí, delante del viejo cazador que abrazaba tiernamente á su hijo Jaebé, pusieron
á este la coraza y rindiósele por todos homenaje.
Dos dias duró la fiesta, en festejo del triunfo de Jaebé y todo se dispuso para la
segunda prueba en que habia que atravesar nadando á brazo las corrientes del rio,
declarándose triunfante al que primero llegase á un sitio de la ribera opuesta, donde
estaban los jueces y donde entregarían al vencedor un premio parcial que consistía
esta vez, en una hermosa vincha de largas y rojas plumas de Parara y un manto de
pieles de cisne, ornado prolijamente con copetes de cardenal y pechos amarillos.
Llegado el momento de la gran natación y en presencia del pueblo, los cincuenta
valientes se arrojaron de lo alto del barranco y emprendieron la marcha por agua,
después de largas zambullidas ejecutadas con una facilidad, y destreza tan admirable
que parecía imposible que alguno obtuviese gran ventaja sobre sus compañeros.
El cacique ordenó que las chalupas acompañasen á una distancia á los nadadores,
para que en ellas pudiesen refugiarse los rezagados; y un largo intérvalo pasó, sin que
nadie supiese el resultado de la natación acometida, después de perderse de vista
sobre las aguas las negras cabezas de aquellos hombres, que mas bien parecían lobos
huyendo del cazador.
Al medio dia cuando los grupos de canoas regresaban, vióse alzar en la ribera
opuesta una bandera blanca y el cacique y los viejos del aduar, festejaron alegres el
nuevo triunfo de Jaebé vencedor impasible en la segunda liza.
Sucediéronse á esta, en los dias en que el pueblo festejaba las proezas, y los
mancebos se preparaban para la formidable prueba del ayuno, una porción de hazañas
menores, que si bien no eran las consagradas por el cacique y los viejos, no por eso
dejaban de acarrear reputación y fama al que las realizaba.
Por fin llegó el momento de someter á aquellos esforzados mozos á una de las mas
duras experiencias que se haya conocido entre los aborígenes de América.
Los deudos y amigos, los jueces, los rivales y el pueblo todo, sirven de minucioso
control y vigilancia para que no se burle la temeraria práctica del ayuno; y en el caso
de que nos ocupamos, fueron solamente ocho los mancebos que se dispusieron á
pasar nueve dias inmóviles y envueltos entre pieles, bebiendo un líquido que á fuer de
insustancial y repetido, debia volverse repugnante.
Jaébé, su rival y otros seis valerosos fueron metódicamente colocados en filá á la
sombra de añosos lapachos y la prueba empezó cuando la luna súcia mostraba el rabo
arrugado y viejo de su ojo izquierdo, Ñase indég-queá, entre los nubarrones oscuros
de una noche sombría.
A los tres dias Jaebé, dijo á su padre; padre mio! no creo resistir á esta tortura;
probablemente me he encontrado mal dispuesto para ello á causa del esfuerzo hecho
en la natación y en las carreras.
Hijo Jaebé! repuso el viejo, alcanzándole en un vaso de cuerno el zumo del yatay,
forzoso es que resistas á esta última prueba que os llenará de glorias y de honores,
probando que eres de lá raza de fuertes á que perteneció tu padre y tus mayores!…
Volvió á tomar una actitud paciente y resignada el pobre Jaebé; y otros tres dias
después, moviendo el cuero con el débil esfuerzo de su estenuado brazo, habló de
esta manera:
Padre!… Padre!… sucumbo ante el ayuno; mi cuerpo flaco y reducido pierde yá
hasta el calor que lo animaba.
Hijo! dijo el anciano; de los ocho mancebos, solo tus dos rivales siguen en la
contienda, esperando vencerte! Poco te falta ya, resiste un dia con el zumo de coca
que te ofrezco.
Volvió el mozo á encojerse y quedó inmóvil.
A la mañana del séptimo dia los dos rivales de Jaebé, como los otros cinco que se
habían sometido á aquel suplicio, abandonaron sus retobos, declarándose vencidos.
Jaebé solo quedaba debajo de la sombra de los añosos lapachos. El cacique y los
viejos lo rodearon. Iba también la hermosa Ebotég entre un grupo de doncellas á
sacar de su puesto al valeroso á quien correspondía su mano.
El cacique y el viejo cazador levantaron el cuero… ¡y cuál no seríala sorpresa que
se apoderó de todos, cuando vieron que al contacto del aire y de la luz, Jaebé se
achicaba, convirtiéndose en pájaro y vistiéndose de plumas encarnadas!
Hijo mio!… dijo el viejo, ¿has vencido en la lid á estos valientes y tu espíritu huye
de nosotros?
Valeroso Jaebé!… dijo el cacique, ¿desatiendes la mano de Ebotég y rechazas mi
trono?
—El mozo mientras tanto, concluíase do trasformar en un pequeño Hogaraitég y
al levantar su vuelo á las ramas vecinas del añoso lapacho, dijo batiendo alegremente
sus álas:
«Yo soy hijo del bosque y no busco el poder ni la fortuna!
En la ignorada rama quiero albergue.
Las notas de mi canto son un himno al trabajo y adoro á la Iponá. dulce y sencilla,
que canta en los cocales y guarda su rebaño ti orillas del riachuelo de aguas claras.
Dice la tradición que como la hermosa Ebotég no estaba enamorada de Jaebé, vio
aquella transformación y oyó aquel canto sin que ningún sentimiento la agitara, pero
que la Iponá de los cocales que amaba al esforzado mancebo, al verlo transformarse,
se convirtió en avecilla semejante, volando á las ramas de aquel árbol para hacerle
compañía por siempre.
Por eso es que el Hornero, fabrica como el hombre su casa de barro, y vive
acompañando al pobre labrador en las casas de campo, recordándole en las
armoniosas cascadas de notas que exhala á duo con su amorosa compañera, que la
felicidad solo se encuentra en la contemplación de la Naturaleza y en la vida sencilla
de los campos!

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