viernes, 1 de marzo de 2019

El demonio del cabello enmarañado

El Maestro contó en Jetavana esta historia sobre un hermano que había dejado de buscar la justicia. El Maestro le preguntó:

    —¿Es verdad que has dejado de luchar?

    —Sí, Maestro.

    —Hermano, en la antigüedad los hombres sabios se esforzaban cuando había que esforzarse, y de este modo obtenían un poder real —le dijo entonces el Maestro. Y le contó una historia de hacía mucho.

    Hace mucho tiempo, cuando Brahmadatta era rey de Benarés, la reina dio a luz al bodhisattva. En su onomástica preguntaron su suerte a ochocientos brahmanes, que consideraron que sus marcas del destino eran excelentes y respondieron:

    —Tu hijo, Majestad, será un hombre bondadoso, y cuando mueras se convertirá en rey; será famoso y conocido por su habilidad con las cinco armas y gobernará a todos los hombres de la India.

    Tras escuchar las palabras de los brahmanes, los monarcas llamaron al niño el Príncipe de las Cinco Armas: espada, lanza, arco, hacha y escudo.

    Cuando cumplió dieciséis años, el rey le dijo:

    —Hijo mío, ve y completa tu educación.

    —¿Quién será mi maestro? —preguntó el muchacho.

    —En el reino de Candahar, en la ciudad de Takkasila, hay un célebre maestro de quien deseo que aprendas. Toma esto y dáselo como pago.

    Dicho esto le entregó mil monedas y se despidió de él.

    El muchacho se marchó y se formó con este maestro; de él recibió como regalo las Cinco Armas, tras lo que abandonó Takkasila para comenzar su viaje hacia Benarés.

    En su camino llegó a un bosque donde vivía el demonio del cabello enmarañado. Cuando se disponía a adentrarse en el bosque, unos hombres le gritaron:

    —¡Oye, mantente lejos de ese bosque! ¡Ahí vive un demonio al que llaman el demonio del cabello enmarañado, y mata a todos los hombres con los que se topa!

    E intentaron detenerlo. Pero el bodhisattva, que estaba muy seguro de sí mismo, continuó adelante, tan valiente como un león.

    Cuando llegó al centro del bosque, el demonio apareció ante él. Era tan alto como una palmera; su cabeza era del tamaño de una pagoda, sus ojos grandes como platos, y tenía dos colmillos llenos de nudos y bultos. Tenía la cara de un halcón, el vientre abigarrado y las garras y patas azules.

    —¿A dónde vas? —gritó— ¡Detente! ¡Hoy serás mi comida!

    —Demonio —dijo el bodhisattva—, he venido aquí porque confío en mí mismo. Te aconsejo que tengas cuidado si piensas acercarte a mí. ¡Aquí tengo una flecha envenenada que te dispararé sin dudar!

    Con esta amenaza, preparó su arco con una flecha humedecida en un veneno moral y disparó. La flecha se clavó en el cabello del demonio. Entonces disparó de nuevo, una y otra vez, hasta que hubo lanzado cincuenta flechas y todas quedaron atrapadas en el demonio del cabello. El demonio se deshizo de ellas y cayeron a sus pies. Entonces el bodhisattva desenvainó su espada y golpeó al demonio. ¡Su espada se quedó atrapada en el cabello del demonio! El bodhisattva lo golpeó con su lanza, ¡y se quedó enredada también! ¡Lo golpeó con su garrote, y este también se quedó enredado!

    Cuando el bodhisattva vio todo esto, se dirigió al demonio.

    —¡Oye, demonio! —exclamó— ¿Es que nunca has oído hablar de mí, el Príncipe de las Cinco Armas? Si he entrado en este bosque es porque confío en mi arco y en el resto de mis armas. Hoy acabaré contigo, ¡te haré picadillo!

El demonio del cabello enmarañado

Así expresó su decisión y, con un grito, golpeó al demonio con la mano derecha. ¡Se quedó enredada en su cabello! Lo golpeó con la mano izquierda y esta también quedó atrapada. Le dio una patada con el pie derecho y enredado se quedó; después con el izquierdo, y ocurrió lo mismo. Entonces lo golpeó con la cabeza, gritando:

    —¡Te haré picadillo!

    Y su cabeza se quedó allí atrapada igual que el resto.

    De este modo, el bodhisattva fue atrapado cinco veces y se quedó enredado por cinco puntos, colgado, pero no tenía miedo; ni siquiera estaba nervioso.

    «¡Este hombre es un león! ¡Un valiente! ¡Un hombre de verdad! Aquí está, atrapado por un demonio como yo, y aun así no tiene ni una pizca de miedo. Desde que azoto estos caminos no he encontrado un hombre igual. ¿Por qué no tiene miedo?», pensó el demonio.

    Era incapaz de comerse al hombre, así que le preguntó:

    —Joven señor, ¿por qué no estás asustado?

    —¿Por qué debería tener miedo, demonio? —le contestó— Un hombre solo puede morir una vez en la vida. Además, en mi vientre hay un rayo; si me comes, jamás podrás digerirme. Haría pedacitos tus entrañas y te mataría, así que ambos moriríamos. Es por eso por lo que no temo a nada.

    El rayo al que el bodhisattva se refería era el arma del conocimiento que tenía en su interior.

    «Este joven dice la verdad. Un trozo de la carne de un hombre tan valiente sería imposible de digerir, aunque no fuera mayor que una judía. ¡Lo dejaré marchar!», pensó el demonio cuando oyó esto. Así que, como estaba muerto de miedo, dejó libre al bodhisattva.

    —Joven señor, ¡eres un león! No te comeré. Te dejaré libre, igual que la Luna escapa de las mandíbulas de Rāhu después del eclipse. Vuelve con tus amigos y familiares.

    —Demonio, seguiré tu consejo y me marcharé. Tú naciste siendo un demonio, cruel, sediento de sangre, devorador de carne, porque en otras vidas fuiste malvado. Si sigues actuando con crueldad, pasarás de la oscuridad a la oscuridad. Pero ahora que me has conocido descubrirás que te es imposible comportarte con maldad. Quitar la vida a las criaturas vivientes causa el nacimiento, como animal, en el mundo de Petas, o en el cuerpo de un Asura, o, si renaces como hombre, tu vida será más corta.

    Con esta advertencia y otras similares le habló de las desventajas de los cinco tipos de maldad y de los provechos de los cinco tipos de virtud, y asustó al demonio de varios modos, sermoneándolo hasta que lo sometió y lo convenció para que buscara los cinco tipos de virtud. Lo ayudó a rezar a la deidad a la que se hacían ofrendas en aquel bosque y, tras varios consejos, se marchó.

    En la entrada del bosque se lo contó todo a la gente que allí había y continuó hacia Benarés, armado con sus cinco armas. Después se convirtió en rey y gobernó con justicia, y tras una vida dando limosna y haciendo el bien, pasó a la vida mejor que se había ganado con sus actos.

     

Y el Maestro, cuando terminó este relato, alcanzó la iluminación, y repitió este verso:
La mente y corazón libres de todo deseo
De aquellos que buscan la paz y la virtud,
Cuando llegue el momento cortarán los lazos
Que los separan de la plenitud».
    

    De este modo, el Maestro alcanzó la iluminación a través de la santidad y de la enseñanza de la ley y a continuación declaró las Cuatro Verdades. Tras hacerlo, su hermano también llegó a la santidad. Entonces el Maestro le mostró la clave del relato: «En aquel momento Angulimala16 era el demonio, pero el Príncipe de las Cinco Armas era yo»

16 Asesino que se redimió con su conversión al budismo.

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