sábado, 23 de marzo de 2019

El cerro encantado (Ayacucho)

Abrumados por las grandes penas, doblándoseles los
miembros desfallecientes, animales y hombres corrían sin
sosiego; cantando plegarias los hombres, pidiendo en dichas
plegarias calmar el hámbre y la sed que tenían.
Cuentan que en aquellos remotos tiempos, el cielo que
azul era y también con nubes plateadas y blancas que manaban
agua, tornose en azul pero sin nubes. La fecunda
tierra toda era negra sin flores ni frutos, pues ni contados
granos había en sus provisiones.
Y dicen que todo esto aconteció cuando hombres y
animales pecaron y ofendieron, porque olvidaron lo mandado
y creado para ser justos.
En tales penas y miserias ni troncos viejos ya habían.
Dicen, además, que perdieron de la memoria la forma del
adorado maíz.
Desde las altas punas, cansados de correr, vicuñas y
llamas y más animales de patas ya gastadas, bajaron sin
miedo a los valles en busca de sustento; y llegaron a los
sitios antes verdes y a las tupidas quebradas y solo de ellas
ruinas encontraron. Las aves con vuelo débil se atrevían a
entrar a las viviendas y apenas podían mover las alas. En
fin, tal era el castigo, que ni sombra encontraron los cuerpos
de hombres y animales, que caían sin vida.
Los contados sobrevivientes a tan amargo dolor, todas
las mañanas se sobrecogían de miedo, porque amanecían
los días cada vez más llenos de desesperación.
Para conjurar esta maldición, vinieron de lejanas comarcas,
al cauce de un río sin agua, ancianos y jóvenes
entendidos en el oficio de curar los males. Así reunidos
agotaron las gracias secretas y ritos hasta entonces convenidos;
y todos se dolieron al saber que no había remedio
para tan grande mal.
Cierto día, el más anciano de ellos, sorteaba el buen
o mal augurio con tres hojas de coca que eran las únicas
que quedaban; y tembló de alegría, porque dichas hojas
cayeron en su dorso revelando el bien, pues le miraron de
cara. Corrió el anciano a pesar de su vejez y anunció tan
buen augurio; y todos esperaron en calma...
En tales circunstancias, un hermoso cóndor, que también
era conocedor de misterios, y que era la más fuerte y
veloz de las aves, voló sin cansancio por noches y días enteros,
buscando el remedio. Pero pronto se dio cuenta de que
las fuerzas lo abandonaban; sintió la muerte; y no queriendo
caer por el suelo, de un último esfuerzo se alzó a morir pesadamente
en la cumbre más alta de la región, el Allakchiri
(el así llamado Allakchiri es un elevadísimo cerro de engañadores
caminos que se abren en precipicios; y su aspecto
es sombrío y respetable. Su cumbre inaccesible domina el
vasto paisaje del hermoso pueblecito de Querobamba).
Viendo Allakchiri las agonías del cóndor, que era su
confidente y mensajero, le habló de este modo: «Querido
cóndor, mi único amigo. ¡Qué serían de mis días sin ti! Eres
el único que rompe mi soledad llegando hasta mi cumbre;
te amo entrañablemente, y no voy a permitir que mueras.
»Por ti desgarro mi secreto, que en seguida irás a repartirlo.
»La causa de vuestros males fue originada por el fiero
amaru, dotado de vida humana y que vive en el fondo del
lago que está junto al pueblo y que es tan temido de animales
y hombres porque devora en sus ondas a todo ser
que a él se llega.
ȃ1, para poseer la flor de escarcha (el sullawayta) que le
da vida, se disfrazó y raptó la flor. Algunos le temieron pero
los otros le siguieron y de maldades se llenaron los hombres;
porque esa flor representa el bien y la abundancia. Es
así que la preciada flor fue devorada por el cruel amaru».
Y terminando agregó: «Para rescatar la flor será necesario
que de los hombres y animales, aquel que fuera
tan puro y cristalino como la flor de escarcha se arroje al
fondo del lago».
Oyendo el cóndor esta increíble revelación voló a gran
velocidad, a pesar de estar desfalleciente, y llegando a los
hombres les contó tan buena nueva. Desafiando al miedo,
los hombres se encaminaron al lago y una vez llegados,
suponiendo los unos ser más puros que los otros, se ahogaron
en el agua. Pero durante muchos días el sacrificio
no dio resultado alguno.
Pero cuando se hubo hundido un pastorcillo que vino
de lejanas punas, se agitaron las aguas, moviose con gran
violencia la tierra; caían los cerros envueltos en polvo y
rodaban con atronador ruido; el viento volaba con fieros
crujidos; en fin, todo era rechinar de ira.
El miedo dominó a todos y cayeron desmayados; y
cuando de su desmayo hubieron vuelto en sí, habían recuperado
la calma, y postrados, prometieron no pecar más.
De pronto, vieron que de las aguas del Amaru Cocha,
subían al cielo copos de nube negros y blancos: eran todos
aquellos que se sacrificaron, menos el pastorcillo que a
cambio del sullawayta, quedó para siempre en el fondo del
lago, pues fue él quien los purificó por haber sido el más
limpio y bueno de todos. De las figuras de nubes que se
elevaban del lago, las blancas representaban a los buenos y
las negras a los malos.
Y así subidas al cielo, las nubes, de tan grande pena, lloraron
abundantes lágrimas, las cuales se tornaron en lluvia.
Aseguran que desde entonces la tierra es verde con flores
y frutos; que la flor del agua amanece en las flores de la tierra;
y que el cóndor no ha envejecido sino por las patas, que
con los años solo ha perdido las plumas de su duro pescuezo.

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