domingo, 24 de marzo de 2019

El caballo del rey Sancho el Mayor

Los historiadores se preguntan cómo fue posible que, a su muerte, el rey Sancho III
de Navarra, llamado el Mayor, dejase uno de sus mejores reinos, el de Aragón, a su
hijo Ramiro, que era bastardo.
Mucho tiempo antes de que el rey Sancho muriese, cuando aún estaba en la
plenitud de la vida y no había perdido nada de aquella gran ambición que lo llevó a
despojar de sus tierras a otros reyes cristianos, tuvo que alejarse de Nájera, donde
estaba residiendo, y le pidió a la reina doña Elvira, su esposa, que se hiciese cargo de
un caballo que él tenía en mucha estima por ser muy hermoso y obediente, además de
gran corredor y resistente a la fatiga. La reina ordenó que llevasen el caballo a sus
aposentos y a partir de entonces lo tuvo a su lado, como los caballeros solían hacer
con sus monturas preferidas, y lo cepillaba y le daba de comer y de beber de su
propia mano.
Don García, su hijo mayor, que tenía grandes deseos de montar aquel caballo, le
pidió a su madre que se lo dejase, aprovechando la ausencia del rey. Su madre se
negaba, pero la insistencia del hijo era tanta que su negativa empezó a flaquear.
Entonces intervino un caballero de su servicio, muy leal, para aconsejarle que no
dejase el caballo a don García, para no causar el enfado del rey.
La reina se hizo firme en su decisión de no dejar el caballo a don García, y éste se
enojó tanto por ello que propuso a su hermano don Fernando acusar a la reina de
adulterio con aquel caballero que le había aconsejado no prestarle a él el caballo. Don
Fernando no quería hacerlo, pero don García debió de prometerle algunas cosas, y
parece que le convenció de intervenir en el caso poniéndose de su parte. Así, cuando
el rey don Sancho estuvo de regreso, don García acusó a su madre de adúltera y don
Fernando dio su testimonio en el mismo sentido.
El rey, obligado a creer a sus hijos, encerró a su esposa doña Elvira en un torreón
del castillo y reunió a las cortes para que juzgasen el delito de que se le acusaba. Tras
deliberar, las cortes acordaron que se convocase un torneo en que los acusadores de la
reina y sus posibles defensores se enfrentasen, y que el resultado del torneo se tuviese
como juicio de Dios. Nadie se ofreció a defender el honor de la reina calumniada sino
el infante don Ramiro, que no era hijo suyo, pues lo había tenido el rey don Sancho
en amores fuera del matrimonio.
Cuando ya estaban preparados los contendientes para iniciar el primer combate,
se presentó ante el rey uno de los monjes del monasterio de Nájera, famoso por su
piadosa vida, y le preguntó si perdonaría a los calumniadores en el caso de que se
demostrase que no era cierta la infidelidad de la reina.
Respondió el rey que estaba deseoso de que aquella inocencia fuese probada, y
que, si así era, no castigaría a quienes habían levantado el falso testimonio. Entonces
el monje, muy secretamente, le dijo al rey que conocía, por la confesión de sus hijos
don García y don Fernando, que la reina no era culpable y que debía sacarla
enseguida de la prisión y declarar con toda solemnidad su buen nombre ante todos.
Muy satisfecho por conocer la verdad del caso y poder salvar la vida de la reina,
don Sancho en persona fue a liberarla de su prisión y a pedirle que también ella
perdonase a los calumniadores. Doña Elvira accedió, mas con la condición de que,
cuando se cumpliese la sucesión de los reinos, don García no reinase en Castilla, que
ella había heredado, y que don Ramiro, el bastardo que había salido en su defensa,
tuviese la corona de Aragón, que don Sancho le había donado a ella en arras cuando
se casaron.

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