En la selva, cuando en el silencio de la noche oyen cantar
al ayapullitu, dicen que es mal agüero, que alguien de
la casa o del barrio va a morir en esos días. Canta solo en
la noche y de modo muy triste, como pollito con frío. Dicen,
pues, que es el pollo del muerto; de ahí su nombre de
ayapullitu (aya, «muerto»; pullito, «pollito»), y que vuela
junto con las almas que salen del cementerio.
Su plumaje dicen que es negro como la noche y su cabeza,
pelada como una calavera.
Cuentan que una señora de Moyobamba lo agarró una
noche. Oyéndolo cantar en su propia casa, lo buscó afanosamente
por todos los rincones, hasta que lo enconttó y
para verlo mejor en el día lo metió en una tinaja, amarrando
bien con una tela gruesa la boca de esta. «¡Aura sí, se
fregó el condenado!», exclamó, alegre, la vieja. «Mañana
lo voy a ver bien y voy a hacer que todo el mundo lo vea».
Apenas amaneció, la vieja se encaminó a verlo, pero, ¡cuál
no fue su sorpresa!, el ayapullitu había desaparecido, a pesar
de que la tinaja se encontraba tal como la había dejado
ella, amarrada la boca con tela gruesa.
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