En otra ocasión andaban los soldados del ejército cristiano dedicados a forrajear,
o sea cortar hierba para sus caballos, en las proximidades de Tablada, cuando una
tropa de caballería musulmana que estaba emboscada, les atacó por sorpresa,
causándoles algunos muertos. Desde ese día la operación de forrajear se convirtió en
peligrosa, y los moros confiaban en que manteniendo las emboscadas impedirían la
subsistencia del gran número de caballos y acémilas del ejército sitiador.
Por este motivo el rey dispuso que Garci Pérez de Vargas, con una fuerte escolta,
protegiese a los forrajeadores o herberos. (De donde ha tomado nombre la torre
denominada Torre de los Herberos, en las afueras de Sevilla).
El primer día que Garci Pérez se ocupó de esta protección hacía mucho calor,
pues era en pleno mes de julio, y Garci Pérez, sofocado, se quitó el casco de hierro y
el almófar que era una especie de gorro de lana que se ponían para amortiguar los
golpes del casco.
Terminada la faena de forrajear, los herberos emprendieron el regreso al
campamento real de Tablada, sin que los moros se atrevieran atacarles, ya que se
habían dado cuenta de que Garci Pérez de Vargas iba a la escolta, y ya el nombre de
Garci Pérez era no sólo conocido sino temido y admirado por los moros. Así que los
musulmanes, situados a no mucha distancia, vieron marchar a los herberos, quienes
también los vieron.
Pero cuando ya entraban en el real, echó de menos Garci Pérez su almófar que se
le había caído cuando se lo quitó. Y deseando recuperarlo, sin tener en cuenta el
riesgo, decidió regresar él solo a buscarlo.
Desanduvo todo el camino, llevando el caballo al paso, y mirando hacia el suelo,
para buscar el almófar. A este tiempo, los soldados moros que a distancia habían
permanecido durante toda la operación del forrajeo, se habían acercado al camino
principal. Garci Pérez, sin hacer cuenta de ellos, continuó su camino hasta llegar
adonde mismo estaban siete de los soldados moros, y pasó por medio de ellos
buscando su almófar. Los moros se quedaron atónitos del temerario valor de su
enemigo, pero como no llevaba el casco puesto y lo conocieron, se apartaron
prudentemente porque sabían que Garci Pérez de Vargas era el más terrible
esgrimidor de espada de todo el ejército cristiano, y que muy fácilmente era capaz de
acabar él solo con los siete moros juntos. Se alejó Garci Pérez hasta buen trecho, y
por fin vio su almófar. Entonces se bajó del caballo para recogerlo, volvió luego a
cabalgar, y pasando por segunda vez por entre los moros regresó al campamento
cristiano sin que nadie osara molestarle.
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