Este era un pueblo pequeño. Un poco alejada del centro
vivía una viuda enferma, con sus dos hijitos; el trabajo
y los sufrimientos llevaron pronto a la tumba a la desdichada
madre. Quedaron los huerfanitos abandonados sin
techo ni pan, y un día que vagaban acosados por el hambre,
vieron cruzar por el espacio a un gorrión que llevaba
en el pico la flor de la papa (producto muy codiciado y
escaso en el lugar), entonces pensaron que, probablemente,
siguiendo al pájaro llegarían al sitio donde había papas.
Emprendieron la marcha; pero en el pueblo vivía también
el Achiqueé, una vieja harapienta y muy mala, quien al saber
que los niños iban en busca de papas, decidió matarlos
y luego apoderarse de las papas. Con engaños los atrajo a
su casa, y mientras la niña partía leña para cocinar, cogió
a su hermanito, que era un niño de corta edad, para darle
muerte; como este comenzaba a llorar, regresó la chica, y
al ver el fin que se proponía llevar a cabo la vieja le lanzó
una piedra para distraer su atención; en seguida cargó a
su hermanito; se lo puso en la espalda cubriéndolo con la
lliclla que tenía puesta, e inmediatamente huyó de la casa.
Al ver que la arpía los seguía, la niña echó a correr. Y ya la
vieja los iba a alcanzar, cuando llegaron junto a un gallinazo,
y la niña dijo al gallinazo: «Tie wiscur alas llequic rurincho
paquecallam» («Tío gallinazo, escóndenos bajo tus alas»).
Este los escondió.. Llega el Achiqueé y le pregunta: «Tie
wiscur huambra llaccuna manaccu ricarckauqui?» («Tío gallinazo,
¿no has visto pasar una muchacha con un bulto a la
espalda?»). El gallinazo por toda respuesta le da un aletazo
en el rostro, bañándoselo en sangre. Mientras tanto la niña
aprovecha este tiempo para huir y le agradece al tío wiscur
diciéndole: «Tendrás buena vista y nunca te faltará comida».
(Es esta la razón por la cual el gallinazo tiene una mirada tan
penetrante que descubre su presa aun desde grandes alturas).
Luego los niños siguieron corriendo. Y nuevamente los iba a
alcanzar el Achiqueé, cuando se encuentran con un puma. Y
los niños piden al puma que los defienda de la bruja que los
persigue; este accede. Y cuando el Achiqueé preguntó a la
fiera si ha visto a los niños, el puma le da un zarpazo tan tremendo
que la arroja al suelo. La niña le agradece diciéndole:
«Tío puma, serás el más valiente de los animales». Luego
continúan la marcha, siempre perseguidos por el Achiqueé.
Y son protegidos por otros animales, a los cuales en agradecimiento
les conceden ciertas cualidades que poseen hasta
ahora. Por último llegan donde el añaz («zorrillo») y le piden
ayuda; mas este los rechaza; entonces la huerfanita enojada le
dice al añaz que tendrá un olor repugnante y debido a él será
atrapado fácilmente por los cazadores. Y es por eso que los
zorrillos tienen ese olor tan feo.
Y continuando su camino los niños llegaron a una
pampa donde había abundante vegetación, pero ningún
lugar seguro para esconderse de su perseguidora. Entonces
se arrodillan y piden al cielo que los ayude; San Jerónimo
les tira una cuerda y los niños suben al lugar buscado,
que era una chacra de papas, donde los huérfanos de la
leyenda son muy felices hasta ahora.
En cuanto al Achiqueé, llega también a la pampa, y al
ver que los niños subían por la cuerda, exclama: «Taita Jerónimo,
haz que suba yo también». San Jerónimo le manda
una cuerda vieja y un ratoncillo para que la vaya comiendo.
La chagua («vieja») comienza el ascenso, y al advertir que
el pericote está royendo la cuerda, le dice: «Au manavaleck
trompa, imaccta huscata micucurcuncki» («Oye trompudo
inútil, ¿por qué comes mi soga?»). Este le contesta:
«Infadameccu chagua nockacca rupa simita miccucurqui»
(«No me fastidies vieja, yo estoy comiendo mi cemita quemada
»). Y sigue royendo la soga. El Achiqueé, al ver que
se va a caer, pide a Dios que caiga solamente en la pampa
para no hacerse daño: «Pampallaman, pampallaman,
pampallaman», exclama. Pero al ver que va a caer sobre
una roca, lanza una maldición: «Cuerpo ramackaquishun,
tuyuccuna jahuickashun allpacho, y yahuarni plantaccunatta
ckoracunnata sxaquisencka!» («¡Que mi cuerpo se
desparrame, que mis huesos se incrusten en la tierra y mi
sangre seque las plantas y hierbas!»).
Desde ese momento aparecieron los Andes. Y cuenta
la leyenda que los cerros que los forman son los huesos
del Achiqueé, porque hay rocas con caras horrorosas que
recuerdan el repugnante gesto maldiciente de la arpía al
caer. El eco que se oye cuando se grita es la voz del Achiqueé
que nos remeda. Y cuentan también que su sangre
salpicó los valles de la costa y las faldas de ciertos cerros,
haciéndolos desde entonces áridos, apareciendo así los interminables
arenales de la costa.
En las noches de Luna, las abuelitas de mi tierra, Taricá,
repiten la historia; y cuentan a los pequeños que las
rodean, que el sitio privilegiado al que ascendieron los niños
fue Taricá, donde no se conocerá nunca el hambre,
pues abundan las papas. Y dicen también que el culto a
San Jerónimo se debe a que fue él quien ayudó a los primeros
pobladores de esa tierra (los niños) librándolos del
hambre.
Este cuento está tan arraigado en mi bella tierra, que
todos, grandes y chicos, creen que el Achiqueé es un ser
maléfico que trata de mortificarlos por todos los medios,
ya sea con la sequía o con lluvias muy abundantes que malogran
las sementeras.
De allí también han dado en llamar Achiqueé o familia
del Achiqueé a las personas malas y avaras del lugar.13
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