sábado, 16 de marzo de 2019

Curupí, el enano

El enano Curupí, que tiene sus pies hacia atrás, sorprendió a un cazador
extraviado que dormitaba bajo un árbol y le pidió:
-Dame tu corazón, tengo hambre.
El cazador le dio el corazón de un mono que acababa de matar. Lo
devoró Curupí y dijo:
-Está bueno.
-Entonces -dijo el cazador-, debes darme el tuyo ahora.
Curupí, ingenuamente, tomó su hacha y se dio un golpe para abrirse
el pecho. Cayó. El indio lo observó bien y, dándole por muerto, se
alejó, alegre.
Pasó más de un año. Una noche se le ocurrió al cazador que los
dientes de Curupí le servirían para hacerse un collar, y se dirigió al sitio
donde lo dejara muerto. Allí lo encontró, siempre tirado. Levantó su
hacha el hombre y dio un golpe en la quijada del monstruo para hacerle
saltar los dientes. Pero lo único que consiguió fue despertarlo, porque
Curupí es inmortal; su muerte es un sueño más o menos largo. Se levantó
Curupí, y dijo al hombre:
-Gracias, amigo, por haberme despertado. Te pagaré el servicio que
me has hecho regalándote esta flecha que no yerra tiro; pero no cuentes
nada a tu mujer, porque ella lo contará a otros y en cuanto lo sepa otro
hombre, te costará la vida. ¡Adiós!
Se fue Curupí, y el cazador probó su flecha en un urubú que pasaba
volando. Tiró casi sin apuntar y el urubú cayó herido en el corazón.
Alegre, corrió a su casa y contó a su mujer lo sucedido, recomendándole
el secreto. La mujer, a la mañana siguiente, aunque pidiendo
secreto, lo contó a otras mujeres y éstas a sus maridos...
Cuando la mujer del cazador volvió a su choza, halló a éste muerto:
tenía la flecha de Curupí clavada en el corazón, y no pudieron arrancársela
de él, a pesar de que lo intentaron los hombres más fuertes de la tribu.

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