Chico Largo del Charco Verde
Tomado de Pablo Antonio Cuadra y Francisco Pérez Estrada:
Muestra del Folklore Nicaragüense. Fondo de Promoción Cultural
Banco de América. Series Ciencias Humanas No. 9 - Managua, 1978
La bella y misteriosa isla de Ometepe, guarda leyendas
locales que aun viven en la imaginación popular. Entre
ellas se destacan la de “Chico Largo” y la de “El Encanto
de Charco Verde”, ambas están muy relacionadas por
una continuidad mental y mágica, debido sobre todo a la
topografía insular.
Este es el testimonio que ilustra una creencia según
la cual la persona que hace un pacto con el diablo se cae
muerta de repente, algunas veces desaparece del pueblo y
nadie mas la vuelve a ver. Según los ancianos del pueblo,
muchos hombres sencillos hicieron pacto con Chico Largo
y por eso se volvieron ricos de un día para otro.
La vida de uno que ha hecho pacto es limitada, es un
contrato definitivo y no se puede anular porque el diablo
se encarga de velar por el cumplimiento.
El se complace esperando el día que toca llegar a traer
el alma comprometida. El contrato procura una vida de
abundancia y goces sin límites durante un tiempo estipulado.
El precio de todo esto es la entrega del alma. El diablo
a veces camuflado bajo el famoso agente nicaragüense
de la isla de Ometepe: Chico Largo, el que tramitó muchos
pactos con el demonio.
El Charco Verde es una ensenada chiquita que se abre
en la hacienda Venecia, distante a unos dos kilómetros
del pueblo llamado San José del Sur.
La leyenda cuenta que el “Viernes Santo” a mediodía
aparece una mujer en el centro de la laguna Charco Verde,
se le puede ver peinándose con un peine de oro. Se dice
que aquí también es la entrada a un sitio encantado, aquel
lugar en donde esta preciosa mujer aparece, que también
vive en ese encantado mundo, en donde se dice se encuentran
todas aquellas personas que han sido vendidas
por el endemoniado Chico Largo.
Chico Largo convierte a la gente en ganado y que ese
ganado encantado se vende en algunas ocasiones al matadero
público de Moyogalpa o Altagracia.
Muchas personas han oído el lamento del toro o la
vaca, o el cerdo; igualito al quejido humano que ahora
convertido en animal, pero que habría sido en otra vida
un cristiano. Fue este otro individuo que había hecho
pacto con Chico Largo. Por medio de ese pacto, vendió
a cambio de su alma, por el gozo de riquezas por cierto
tiempo en su vida.
Es un pacto post muerte, después de la cual ocurre, el
individuo es llevado por muchos demonios, a la ciudad
perdida en el Charco Verde.
Personas, decentes vecinos de esta isla paradisíaca
dicen haber presenciado la muerte de alguien, de quien
se decía estaba vendido a Chico largo, se cuentan que a
media noche aparecen jinetes en briosos caballos negros
haciendo ladrar a todos los perros y cacarear a las gallinas,
los caballos relinchan y el ganado se espanta. Luego
se apagan y se encienden unas luces brillantes, las luces
alumbran el cuerpo del muerto y los jinetes en medio de
un estrépito infernal, recogen el cadáver. Cuando alguien
se atreve a encender la luz porque ha cesado el ruido, se
encuentran que el cadáver ha desaparecido y se dice que
se lo llevó Chico Largo, porque ya se había cumplido su
plazo, el plazo del pacto con el demonio.
También se dice que el individuo que ha pactado con
Chico Largo recibe “siete negritos”, éstos están para ayudarle
en sus momentos difíciles y le sacan de cualquier
apuro. Pero siete años, sólo siete años puede tenerlos, luego
debe pasárselos a otra persona, su pena es ser llevado
al “Mundo Encantado” en cuerpo y alma.
“El Encanto” de Charco Verde
Hace ya más de sesenta años, un comerciante árabe,
uno de esos que el pueblo mal llama “turcos”, hacía su
ruta de comercio de tela entre Moyogalpa y Altagracia.
En una oportunidad, yendo de San José del Sur a Altagracia,
se encontró El turco con un camino desconocido, lo
siguió por curiosidad y a cierta distancia divisó una gran
casa-hacienda, con mucha gente y poblada de un hato de
ganado muy gordo. El turco, llamado Umanzor, saludó
una y otra vez a los pobladores. Aquí las telas —decía—
tengo blancas, azules y rojas. Y así persistía ofreciendo
sus telas pero nadie le contestaba.
Y en vista de esa desatención, en un lugar no tan hospitalario,
al que ya se había acostumbrado en Ometepe,
tomó sus maletas y se las echó al hombro en busca del
camino hacia la salida, de pronto y sin que notara en qué
momento, se encontró de nuevo en el camino que lo había
traído al lugar, es decir, en el camino de Altagracia.
Umanzor, “el turco vendedor”, había preguntado por la
hacienda desconocida, nadie le supo dar referencias de
ella.
Gentes anteriores a nosotros, más antiguas que nosotros
fueron vendidas en ese Encanto del Charco Verde y
después se murieron. Muchas personas aseguran haber
visto a los desaparecidos en El Encanto.
*****
Bertilda Castro llegó un día asustadísima, ahogándose
para contar su gran susto:
—Vieran que triste vengo, una cosa horrible me ha pasado,
a mi comadre de los Ángeles le acaba de pasar una
cosa espantosa.
Doña Bertilda, la prestamista de dinero, fue a cobrar
sus intereses y estando en la casa del cliente llegó una
señora gorda vecina diciendo:
—Comadre, buenas, vengo a que me preste a su chavalita
para que me acompañe a hacer un mandado.
—Bueno, Comadre llevátela, —le dijo la comadre.
La chavalita que sólo tenía nueve se fue muy de madrugada
con la señora y como a las dos de la tarde regresó
con una gran bolsa.
—Mamá, mamá —le decía la muchachita bien pálida—,
aquí le manda su comadre este chicharrón. Vea,
bastante le mandó. Aquí traigo esto mamá, pero no se lo
coma, ¿sabe por qué? Porque esa señora me llevó a un lugar
bien raro, allá frente a Venecia, cuando llegamos a una
gran piedrota que hay por ahí me dijo que cerrara los ojos,
yo le hice caso y cuando los abrí estábamos en un pueblo
con pocas casas y ella, su comadre, ya había desaparecido
del lugar. Yo me vi solita en un corredor en aquella casona
con cuartos y más cuartos, habían un montón de cuartitos,
todo alrededor y yo estaba muy afligida, no sabía que
hacer. Me habían dejado solita y ahí una señora que yo no
conozco, me llevó comida, pero yo estaba afligida que ni
siquiera comí. —Si la chavala hubiera comido, la dejan
ahí—. Y continuó con el relato de la chavalita:
—Yo dije, mejor no como hasta que llegue a mi casa,
ahí estaba sentada viendo todo lo que pasaba y no comí y
esta señora que no conozco me dijo regañándome: «¿Por
qué no comiste?» «Porque no tengo hambre» le dije. En
eso, yo miré, que sacaron de un cuarto a una señora blanca
bien gorda, la metieron en otro cuarto. La Señora era
tan gorda que no podía andar, yo estaba viendo eso con
mucho miedo porque estaba muy afligida, de repente se
escucharon los horribles quejidos de un chancho, ahí oí
gritar ¡reeeeep! ¡reeeeeep! un chancho aterrorizado, en
donde metieron a la señora gorda. Ese chancho gritaba
como que lo estaban degollando, esa era la mismísima
señora la que estaban matando. Primero la convivieron
en chancho y luego la mataron. Yo cuando vi salir a otra
mujer que cargaba unos tocinos los que trozaron delante
de mí, tocinos de la señora que metieron ahí, la puerta
del cuarto estaba en pampa, pero sólo estaban un montón
de chicharrones ya no estaba ni el chancho ni nadie, esos
chicharrones son de gente, no los coma mamá, no me dé
a mí, —decía la chavalita llorando de miedo después de
repetir varias veces que la historia era verídica.
*****
No hace muchos años, murió un conocido que se llamaba
Juan Mendoza, el hombre se agravó y murió, lo estaban
velando en su rancho, y aquí todo el mundo sabe
que cuando alguien se muere hay que ir a la vela, la gente
va y se reúne en el velorio del muerto.
De San José venía el indio Saballos, en el camino se
encontró con un hombre.
—Hola hombre, ¿A dónde vas? —le preguntó Saballos.
—Pues hombre, voy largo, pero ahora que pases por
mi casa, antes de llegar al gran ceibón vas a ver una fiesta,
están horneando rosquillas, preparando café, la fiesta es
en la noche. Pero nos vemos yo voy por allá, largo, bien
largo. Después de este cruce de palabras, cada cual continuo
su camino.
Cuál no sería el susto del indio Saballos que al pasar
frente a la casa de aquel hombre que se había tropezado
en el camino, el que había visto hace poquito era el mis54
mísimo que estaban velando, se bahía tropezado con el
muerto. El hombre que con él acababa de hablar hacía
poquito y la fiesta de la comedera era su propia vela y el
muerto ya iba en su camino para el Charco Verde.
El indio cayó del susto con un gran calenturón y lo
dejó mudo por más de una semana. Estaba como dundo.
Ese Chico Largo que vende el alma de los hombres, se
le miraba por el manantial, dicen que ahí se hacen los
contratos. La gente veía llegar a Chico Largo montado en
un gran caballo negro, los trabajadores lo veían entrar por
un portón y después se desaparecía.
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