viernes, 1 de marzo de 2019

Cómo fueron engañados los malvados hijos

Un rico anciano, creyéndose al borde de la muerte, mandó llamar a sus hijos y dividió su propiedad entre ellos. Sin embargo, no murió hasta muchos años después, años que fueron muy miserables. Además del cansancio de la avanzada edad, el viejo tenía que soportar los malos tratos y crueldad de sus hijos. ¡Ingratos, egoístas y mezquinos! En un principio habían competido unos con otros intentando complacer a su padre para recibir así más dinero, pero una vez que recibieron su legado, no volvieron a ocuparse de él. Cuanto antes muriera, mejor, porque no era más que una molestia y un gasto. Y no evitaron que el pobre anciano supiera lo que pensaban.

    Un día, el anciano se encontró a un amigo y le contó todos sus problemas. El amigo se compadeció de él y le prometió que pensaría en el asunto y le diría qué hacer. Un par de días después, visitó a la anciana y dejó cuatro sacos llenos de piedra y gravilla ante él.

    —Cuando tus hijos vengan hoy y te pregunten, debes fingir que he venido a pagarte una antigua deuda y que eres miles de rupias más rico de lo que creías. Mantén estas bolsas escondidas y bajo ningún concepto dejes que tus hijos se acerquen a ellas mientras vivas. Pronto descubrirás que su conducta hacia ti ha cambiado. Adiós. Volveré pronto para ver cómo te va.

    Cuando los jóvenes se enteraron de este incremento de riqueza, comenzaron a ser más atentos y agradables con su padre. Y así siguieron hasta el día de la muerte del anciano, cuando abrieron las bolsas y descubrieron que no contenían más que piedras y gravilla.

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