domingo, 24 de marzo de 2019

Calle de la Cabeza, Madrid

Durante el reinado de Felipe III vivía en esta calle, asistido por un criado, un
sacerdote que al parecer era poseedor de muchas riquezas. Una noche, el criado
asesinó al sacerdote, decapitándole, y tras recoger todo el oro y las joyas que
encontró en la casa huyó a Portugal.
Pasaron los años y, cuando aquel crimen impune había sido olvidado, el criado,
hecho ya un caballero gracias a las riquezas sangrientamente adquiridas, regresó a
Madrid en la convicción de que no sería reconocido por nadie.
Un día que el flamante caballero recorría las calles del Rastro, las cabezas de
carnero que se ofrecían en una carnicería le recordaron que era ése uno de los platos
de su preferencia en sus antiguos tiempos de criado, y decidió comprar una y
llevársela a su casa para que se la cocinasen.
Llevaba el hombre la cabeza en un capacho oculto bajo la capa, ignorante de un
rastro de sangre muy copioso que iba dejando tras de sí. A la vista de aquella sangre
un alguacil lo detuvo para conocer lo que ocultaba bajo la capa. El hombre sacó el
capacho y mostró su contenido, pero la cabeza de carnero se había convertido en la
cabeza de aquel sacerdote a quien asesinara tantos años antes, cuyos ojos fijos lo
miraban acusadoramente.
Horrorizado, el antiguo criado confesó su crimen y fue juzgado y condenado a
muerte. Se dice que, en el mismo momento de su ajusticiamiento, aquella cabeza
prodigiosa que había sido la prueba del crimen volvió a ser la de un carnero común y
corriente.

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