jueves, 28 de marzo de 2019

BREVE HISTORIA DE LAS LEYENDAS MEDIEVALES:RODRIGO DÍAZ DE VIVAR Y LA JURA DE SANTA GADEA

La figura de Almanzor es legendaria a la par que histórica y constituye el mejor
ejemplo de héroe árabe al servicio de los intereses de Al-Andalus, pero si cruzamos la
frontera con los reinos cristianos encontramos figuras homónimas de talla europea
como la de Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Cid Campeador, o El Cid, sin más, y
protagonista de la siguiente leyenda.
Rodrigo Díaz de Vivar, a diferencia de otros héroes legendarios citados en este
libro como Beowulf, Lancelot o Tristán, es una figura histórica perfectamente
definida. Para su estudio disponemos de diferentes fuentes de origen cristiano y
musulmán escritas en los cuarenta primeros años que siguen a su muerte en 1099. El
primero en hablar de El Cid fue un poema anónimo compuesto en latín, el Carmen
Campidoctoris, escrito cerca de 1093 y conservado en un manuscrito del monasterio
de Santa María de Ripoll. Otra fuente básica para conocer la historia del de Vivar es
la Historia Roderici, escrita por un testigo ocular de los hechos antes de 1110. Los
musulmanes Abu Abd Allah Muhammad ibn Al-Jalaf ibn Alqama y Abu-l-Hasan Alí
ibn Bassam, contemporáneos de El Cid, escriben a principios del siglo XII Elocuencia
evidenciadora de la gran calamidad y Tesoro de las excelencias de los españoles,
respectivamente. Estas dos obras son hostiles a la figura de El Cid, pero aportan una
gran cantidad de datos a su biografía. Por último, otras fuentes documentales de
estudio son los diplomas o cartas conservados en monasterios y catedrales, como el
Cartulario Cidiano.
Más tardío es El Cantar del Mío Cid, un cantar de gesta anónimo escrito cuarenta
años después de la muerte de Rodrigo Díaz de Vivar. El historiador español del siglo
XX Ramón Menéndez Pidal, un experto en El Cid, plantea la hipótesis de la existencia
de dos poetas en su redacción: el llamado poeta de San Esteban de Gormaz, más
antiguo y mejor conocedor de los tiempos pasados, y el conocido como poeta de
Medinaceli, más tardío y extraño a los hechos sucedidos. El manuscrito que se
conserva tiene fecha de 1307 y fue copiado por un tal Per Abbat de un texto más
antiguo. El Cantar del Mío Cid es la primera obra narrativa extensa de la literatura
española, solo comparable a otras epopeyas europeas como Beowulf, analizado
anteriormente, la Chanson de Roldan o El Cantar de los Nibelungos, leyendas estas
dos últimas que conoceremos más adelante.
Rodrigo Díaz nació entre 1041 y 1047, originario de la localidad burgalesa de
Vivar, era hijo de Diego Laínez, un infanzón castellano de antiguo linaje, y de una
dama de la que las crónicas no nos han proporcionado el nombre. Será conocido por
la historia con el sobrenombre de El Cid Campeador. El origen etimológico del título
es árabe, en la palabra cid, que proviene de sidi, que significa señor, pero también
latino, pues de Campi Doctus, es decir, diestro en el campo de Batalla, es de donde
viene Campeador.
Rodrigo Díaz nació cuando reinaba en León el rey Fernando I, que ejercía con
autoridad su poder sobre los reinos de taifas musulmanes, muy debilitados por
conflictos internos. La muerte en 1009 de Abderramán Sanchuelo, hijo del ya
conocido Almanzor, había sido el inicio de la desmembración del Califato de
Córdoba en un conglomerado de estados independientes llamados taifas. Este periodo
se conoce como la fitna o división. Gracias a su linaje materno y al prestigio
adquirido por su padre en la frontera con los musulmanes, Rodrigo completó su
educación en la corte del infante primogénito don Sancho, en Burgos.


Página inicial de El Cantar del Mío Cid, conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid. Es posible consultar
un ejemplar digital del poema en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: http://www.cervantesvirtual.com.

El 27 de diciembre del 1065 murió el rey Fernando I de León, y en el testamento
dividió el reino entre sus cuatro hijos: Sancho, Alfonso, García y Elvira. El
primogénito Sancho heredó el reino de Castilla, Alfonso recibió el reino de León,
García el de Galicia y a Elvira le correspondieron las ciudades de Zamora y Toro.
Rodrigo Díaz, que siguió sirviendo como caballero a las órdenes de Sancho II,
ahora nuevo rey de Castilla, dirigió los ejércitos castellanos contra las tropas de
Alfonso, rey de León y hermano de Sancho, en las batallas de Llantada, en 1067, y
Golpejera, en 1072. La leyenda cuenta cómo el rey Sancho cayó prisionero por los
leoneses en la batalla de Golpejera, y Rodrigo Díaz se enfrentó solo a los catorce
caballeros que lo custodiaban matando a trece de ellos.
En 1072 Sancho II consiguió volver a unir bajo su mando los territorios de su
padre, pero su hazaña duró poco ya que fue asesinado en el cerco de Zamora por un
caballero que supuestamente había desertado, el domingo 7 de octubre del 1072.
La noticia del regicidio llegó al destronado Alfonso, que permanecía en Toledo.
Por derecho de sangre le correspondía la herencia de su hermano Sancho y fue
reconocido rey de León, Castilla y Galicia en noviembre de 1072 con el nombre de
Alfonso VI. Rodrigo Díaz, que conservó su situación también en la corte de Alfonso
VI, y sus relaciones con el rey inicialmente eran buenas, hubo de vivir bajo la
sospecha de la presunta implicación del monarca en la muerte del rey Sancho.
La mayoría de los castellanos atribuían la maquinación de la muerte de Sancho a
su hermana Urraca, consejera de Alfonso, y los más atrevidos señalaban directamente
al nuevo rey como urdidor de un complot con los zamoranos para matar a Sancho.
Muchos nobles se sentían con el derecho de exigir a Alfonso VI un juramento para
exculparse de la muerte de su hermano. Los fratricidios eran habituales en el siglo XI,
un ejemplo cercano sería la muerte de Ramón Berenguer II llamado El Cap d’Estopes
el año 1082, en el condado de Barcelona, supuestamente por obra de unos
desconocidos, pero la mano de su hermano Berenguer Ramón II siempre estuvo bajo
sospecha.
Los castellanos accedieron a reconocer la figura de Alfonso VI como rey a
condición de que jurase no haber participado en la muerte de Sancho II. Rodrigo
Díaz, el más allegado de los caballeros del difunto rey, fue el encargado de tomar la
jura, por ese motivo algunos cronistas justifican la futura ingratitud del monarca con
su caballero. El Cid se negó a besar la mano del rey, al que se dirigió en el momento
de tomarle juramento con estas palabras:
Señor, cuantos hommes aquí vedes, aunque ninguno vos lo dice, todos han
sospecha que por vuestro consejo fue muerto el rey Sancho, vuestro hermano;
e por ende vos digo que si vos non ficiéredes salva de ello, así como es
derecho, yo nunca vos besaré la mano nin vos recibiré por señor.

La jura sucede a finales de 1072 en Burgos, en la iglesia de Santa Gadea. Allí el
rey jura, con los Evangelios sobre el altar y sus manos tocando las sagradas
escrituras, su desvinculación de los hechos. El Cid sentencia con sus propias
palabras: «Pues si vos mentira yurades, plega a Dios que vos mate un traidor que sea
vuestro vasallo, así como lo era Vellid Adolfo del rey Don Sancho». Alfonso VI por
tres veces jura y niega las acusaciones palideciendo como el invierno en cada una de
ellas.


Estatua ecuestre en bronce de El Cid Campeador en la ciudad de Burgos, obra del escultor Juan Cristóbal
González Quesada, de 1955. En el cercano puente de San Pablo hay ocho estatuas más que representan un
cortejo de caballeros que acompaña al héroe en su camino al destierro.
Alfonso estaba públicamente muy enojado. Después de la jura, El Cid le ofrece su
mano diciendo: «Vasallo no era, solo ahora lo soy, ayer no quise besar vuestra mano,
hoy la beso si me la dais». El rey respondió un escueto «no» y abandonó airado la
sala con ingrato recuerdo por el trato recibido del que fuera alférez del rey difunto.
Alfonso, contrariado por el interrogatorio, acabó desterrando de sus dominios a
Rodrigo Díaz en 1081.
La llamada Jura de Santa Gadea en realidad carece de cualquier base histórica, y
no es sino una leyenda que aparece en crónicas tardías del siglo XIII. Es significativo
el silencio sobre los hechos de obras contemporáneas a El Cid, como la Carmen
Campidoctoris o la Historia Roderici, y que la narración de tal juramento inducido no
aparezca hasta 150 años después en el Chronicon Mundi y De Rebbus Hispaniae con
fabulaciones y anacronismos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario