Seguimos en la península ibérica, pero nos vamos a los años finales del siglo XI en el
reino musulmán de la taifa de Sevilla para conocer la leyenda del amor entre el rey
Muhammad ibn ‘Abbad Al-Mu’tamid, en adelante Al-Mu’tamid, y la esclava Itimad.
Su relación simboliza el triunfo del amor por encima de los intereses y la política de
Estado de la sociedad medieval. Gracias a su belleza y sus virtudes como poetisa,
Itimad conquistó el amor del rey y ascendió socialmente de las clases más bajas hasta
convertirse en la mujer más importante de la corte sevillana. Sus orígenes humildes
no fueron un obstáculo para adquirir la condición de reina. Itimad fue una reina
virtuosa y caprichosa a la vez, sus extravagantes deseos pusieron a prueba el amor de
Al-Mu’tamid y demostraron la influencia que ejercía sobre su esposo.
Al-Mu’tamid, tercer rey de la taifa de Sevilla entre 1069 y 1091, salía todas las
tardes a pasear por las orillas del río Guadalquivir. Un día tomó el camino cerca del
puente que unía la ciudad de Sevilla con Triana acompañado de su amigo y consejero
Abenamar. La poesía era uno de los placeres del rey, al que le gustaba improvisar
poemas observando a su alrededor, y en el apacible paseo Al-Mu’tamid se fijó en el
brillo del agua al reflejar los rayos del sol que simulaban una cota de malla trenzada
con hilos de oro.
La ribera del Guadalquivir despertó la inspiración de Al-Mu’tamid, que recitó
unos versos («la brisa convierte al río en una cota de malla…») esperando que
Abenamar encontrara la rima oportuna. Pero su compañero no era un buen
improvisador y se quedó pensativo. Entonces a sus espaldas sonaron unas dulces
palabras que decían: «mejor cota no se halla como la congele el río». La sorpresa
invadió a los dos hombres al descubrir que quien había completado la estrofa con tan
fina inspiración era una joven de gran belleza que se encontraba tras ellos.
La misteriosa muchacha de nombre Itimad resultó ser una esclava propiedad del
mercader Romaicq, por ello la llamaban la Romaiquía. El rey pidió al mercader que
se la vendiese, pero este se la regaló gustosamente, pues se pasaba el día recitando
versos y trabajaba poco. Al-Mu’tamid sorprendió a todos los cortesanos al casarse
con Itimad por amor a los pocos días, convirtiéndola en reina de Sevilla. Su presencia
aumentó el talento literario en la corte de Sevilla y sus orígenes humildes se veían
compensados por su ingenio y buena conversación.
La vida de palacio incomodaba a Itimad, que añoraba sus primeros años en Triana
y la libertad de poder moverse por los campos y los barrios de la ciudad sin la atenta
mirada de los cortesanos. La reina se volvió caprichosa pidiendo deseos
desmesurados a su esposo, que siempre intentaba complacerlos por amor. En cierta
ocasión, Al-Mu’tamid la encontró llorando desconsoladamente y le prometió que
haría cualquier cosa para devolverle la sonrisa. Itimad pidió al rey poder pisar el
barro para hacer ladrillos como hacía en Triana antes de ir a palacio. Para satisfacer
sus deseos se cubrió el patio del Alcázar de una capa de lodo perfumado con los
mejores olores de las especierías del reino: canela, jengibre, azúcar y agua de rosas.
La excentricidad de Itimad cada vez era mayor y pasado algún tiempo pidió a Al-
Mu’tamid poder tener territorios en los que hubiera nieve en invierno al igual que el
resto de reinas de la península ibérica. El rey sabía que esto era imposible de
conseguir, pero una mañana al despertarse Itimad abrió la puerta del balcón de su
alcoba y vio asombrada que todo el campo estaba nevado. Por amor Al-Mu’tamid
había ordenado traer cientos de almendros en flor y durante la noche 10.000 hombres
plantaron cien árboles cada uno. Los almendros floridos vistos desde las ventanas del
palacio creaban la sensación de un monte blanco tal que si la nieve hubiera caído
sobre los alrededores de la ciudad.
Los placeres y la voluptuosidad de los gustos de Itimad llegaron a su fin en 1091,
cuando los almorávides dirigidos por el emir Yusuf de Marruecos se apoderaron de
Sevilla. Al-Mu’tamid y su familia fueron encadenados y trasladados al norte de
África. Ibn Al-Labbana, poeta árabe de la taifa de Denia, describe a principios del
siglo XII los hechos en lo que será su composición poética más conocida:
Vencidos tras valiente resistencia fueron empujados hacia un navío que
estaba anclado en el Guadalquivir. La multitud se apiñaba a orillas del río, las
mujeres se habían quitado los velos y se arañaban el rostro en señal de dolor.
En el momento de la despedida cuántos gritos, cuántas lágrimas. ¿Qué nos
queda ya?.
Itimad y sus hijas fueron liberadas y vivieron miserablemente hilando y tejiendo
para poder comer hasta su muerte en el año 1095. Al-Mu’tamid no pudo soportar su
cautiverio y murió en el calabozo de la cárcel de Agmat, en Marruecos, el mismo
año.
Al-Mu’tamid junto con Ibn Al-Labbana y Ibn Zaydún son los poetas árabigoandalusís
más importantes del siglo XI, considerado este el siglo de oro de la poesía
en Al-Andalus. La admiración por la figura del rey de la taifa de Sevilla irá más allá
de su propio tiempo, como lo demuestran los versos del poeta Ibn-al-Jatib en el siglo
XIV al visitar la tumba de Al-Mu’tamid:
Vengo a Agmat, y reverente miro y beso tu sepulcro. Sultán magnánimo,
faro que dio clara luz al mundo. En tus rayos, si vivieras, me bañaría con
júbilo, y mis poesías mejores fueran el encomio tuyo. Ora postrado de hinojos
solo la tumba saludo.
Lápida de la tumba de Al-Mu’tamid en Marruecos. La taifa de Sevilla surgió en 1023 tras la descomposición del
califato de Córdoba y fue conquistada por los almorávides en 1091.
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