Había una vez una aldea muy grande; los pequeñuelos salían a jugar al campo. Vieron una vez una calabaza y dijeron:
—La calabaza está engordando.
Entonces dijo de pronto la calabaza:
—Cógeme, y te cogeré.
Los niños volvieron a sus casas y dijeron:
—Madre, en el campo hay una calabaza que habla.
La madre les dijo:
—Niños, eso es mentira.
Las chicas, que no habían ido con ellos, les pidieron:
—Llévennos adonde está la calabaza.
Cuando llegaron, las chicas dijeron:
—La calabaza está engordando.
La calabaza no contesta nada, permanece quieta y no deja escapar sonido alguno. Las muchachas regresan a casa y dicen:
—¿Por qué nos han engañado?
Los chicos se rieron y contestaron:
—Dejen que vayamos nosotros a ver.
Fueron allá, y, en cuanto dijeron: «la calabaza engorda», esta les respondió:
—Cógeme, y te cogeré.
Entonces regresaron a casa y repitieron:
—Madre, la calabaza ha hablado otra vez.
Las muchachas se dirigieron allá de nuevo, pero la calabaza no profirió palabra.
La calabaza crece, se pone tan gorda como una casa y se apodera de todos los hombres. Sólo queda una vieja. La calabaza se ha tragado a todos los habitantes de la aldea. Entonces se mete en el mar. La vieja, que se había quedado sola, da a luz un hijo, que, al ser mayor, pregunta a su madre:
—¿Dónde está mi padre?
La vieja responde:
—A tu padre se lo tragó una calabaza que se ha ido al mar.
—Vamos a buscar a mi padre —dice.
Sale, y, al llegar a un lago, grita:
—¡Calabaza, sal! ¡Calabaza, sal! ¡Calabaza, sal!
Pero nada se ve. Entonces va al otro lago y grita:
—¡Calabaza, sal!
Entonces ve asomar la oreja de la calabaza; siente miedo y trepa a un árbol. Desde allí continúa gritando:
—¡Calabaza, sal! ¡Calabaza, sal!
Por fin sale la calabaza a perseguir al que gritaba. Pero él trepa a otro árbol, va a casa de su madre y dice:
—Dame el carcaj para matarla.
Entonces toma unas flechas del carcaj, tira y hiere a la calabaza. Tira seis flechas. La calabaza ruge de tal modo que se le oye hasta en Vuga. Al fin, queda muerta. El joven dice a su madre:
—Tráeme el cuchillo.
Con el cuchillo la despedaza. La gente sale, diciendo:
—¿Quién nos ha liberado?
—Yo.
—Entonces, tú serás nuestro jefe y te veneraremos como a tal.
Fue reconocido jefe y recibió su patrimonio de jefe.
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