Dos hermanos iban de viaje. Un día que atravesaban un desierto, desprovisto de agua, la sed se apoderó del más joven.
También tenía mucha hambre.
Dice a su hermano mayor:
—Tengo tanta hambre y tanta sed que no puedo continuar andando. Prosigue tu camino y déjame morir aquí.
El mayor se aleja sin contestarle. Va a esconderse detrás de una palmera. Allí saca su cuchillo y se corta un pedazo de carne del muslo. Después echa yescas, enciende lumbre y asa el pedazo de carne. Luego se lo lleva al hermano. Este devora ávidamente lo que le ha traído el mayor, sin ocurrírsele siquiera preguntarle dónde ha adquirido la carne.
Cuando ha terminado de comer, percibe manchas de sangre en la pierna de su hermano y lo interroga sobre el caso. El mayor aplaza la explicación pedida, prometiendo informarle en cuanto lleguen a un pueblo.
Ya en el pueblo, el menor dice a su hermano:
—Ahora me dirás, como me lo prometiste, a qué se deben las manchas de sangre que te he visto en la pierna.
—Esta sangre —responde el mayor— me ha salido del muslo, de donde me he cortado el pedazo de carne que te di de comer.
—Me has alimentado con tu carne —responde el menor—, y si no te hubiese visto la pierna manchada de sangre no habría sospechado tu abnegación por mí. En adelante me llamaré «Dieli».
Estaré a tus órdenes, y mis descendientes obedecerán a los tuyos.
El hermano menor fue padre de los griots, que llevan, en efecto, el nombre de «Dieli», adoptado por su antepasado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario