Pies de Tigre (Vyaghrapada)
Un
casto e instruido brahmán residía junto al Ganges. Tenía un hijo dotado de
extraños poderes y dones de la mente y el cuerpo. Él se convirtió en un
discípulo de su padre; cuando había aprendido todo lo que su padre podía
enseñarle, el sabio le dio su bendición, y preguntó a su hijo: «¿Qué resta que
yo pueda hacer por ti?» Entonces el hijo se inclinó hasta los pies de su padre,
diciendo: «Enséñame la más alta forma de virtud enti-e las reglas de la
ermita.» El padre contestó: «La más alta virtud es adorar a Shiva.» «¿Dónde
puedo hacer mejor esto?», preguntó el joven. El padre respondió: «Él impregna
todo el universo; sin embargo, hay sitios en la tierra donde se manifiesta
especialmente, tanto como el mismo Omnipresente se manifiesta en cuerpos
individuales. El mayor de esos santuarios es Tillai, donde Shiva aceptará tu
adoración; allí está la columna de la luz pura.»
El
joven asceta dejó a sus padres y partió en su largo viaje al Sur. Pronto llegó
a un hermoso lago cubierto de flores de loto, y junto a él vio una columna bajo
un gomero. Él bajó su cabeza en adoración del señor y se hizo a sí mismo su
sacerdote, haciendo el servicio de ofrecer flores y agua con infalible devoción
día a día. Ahora, muy lejos, el construyó para sí mismo una pequeña ermita y
estableció una segunda columna en el bosque. Pero encontró difícil cumplir con
el servicio a ambos santuarios, dado que no estaba satisfecho con las flores de
las charcas y campos y arbustos, dado que deseaba hacer ofrendas diarias de los
más exquisitos pimpollos de lo más alto de los árboles más nobles del bosque.
Daba igual cuán temprano comenzara, de todas formas los brillantes rayos del
sol marchitaban la mitad de ellos antes de que pudiera recoger los suficientes,
y tampoco podía ver en las horas oscuras para escoger las flores más perfectas.
Desesperado
por conseguir un servicio perfecto se lanzó al suelo e imploró a los dioses que
le ayudaran. Shiva apareció y, con una sonrisa amable, ofreció un deseo al
devoto joven. El pidió que pudiera obtener las manos y los pies de un tigre,
provistos de fuertes garras y con penetrantes ojos en ellas, para poder trepar
rápidamente a los más altos árboles y encontrar las flores más perfectas para
servir al santuario. Esto Shiva lo concedió, y así el joven se convirtió en el
«Pie de Tigre» y el de «Seis Ojos».
Santo del Ojo (Kan-Appan)
Vivía
hace mucho tiempo un jerarca del bosque que pasaba todos sus días cazando, de
modo que en los bosques resonaban los ladridos de los perros y los gritos de
los sirvientes. Era un adorador de Subrahmanian, la deidad montaña del Sur, y
sus ofendas eran bebida fuerte, pavos y pavos reales, aconipañados con danzas
salvajes y grandes banquetes. Tenía un hijo, de nombre Robusto, a quien siempre
llevaba con él en sus expediciones de caza, dándole la educación, así decían
ellos, de un joven cachorro de tigre. Llegó el momento en que el jerarca se
volvió débil, y pasó su autoridad a Robusto.
Él
también pasaba sus días cazando. Un día un gran verraco se escapó de las redes
en que había sido cogido y se largó. Robusto le persiguió con dos sirvientes.
una larga y cansadora persecución, hasta que al final el verraco cayó de
agotamiento y Robusto lo cortó en dos. Cuando la comitiva llegó propusieron
asar el verraco y tomar un descanso, pero allí no había agua; entonces Robusto
cargó el verraco sobre sus espaldas y se fueron muy lejos. Entonces vieron la
colina sagrada de Kalaharti; uno de los sirvientes señaló su cumbre, donde
había una imagen del dios con mechones enmarañados. «Vayamos allí a rezar»,
dijo. Robusto alzó otra vez al verraco y fueron más y más lejos. Pero al
caminar, el verraco se volvía más y más liviano, maravillando cada vez más a su
corazón. Dejó el verraco y corrió a buscar el significado del milagro. No pasó
mucho tiempo hasta que llegó a una columna de piedra, la parte superior de la
cual tenía la forma de la cabeza del dios; inmediatamente ella habló a su alma,
preparada por alguna bondad o austeridad de algún nacimiento anterior, de modo
que toda su naturaleza cambió y no pensó en nada sino en el amor al dios que
ahora veía por primera vez; besó la imagen, como una madre abrazando a un hijo
perdido hace tiempo. Vio el agua que había sido vaciada recientemente sobre
ella, y la cabeza se pobló de hojas; uno de sus seguidores, que venía justo
detrás, dijo que esto debió haber sido hecho por un viejo brahmán devoto que
había vivido cerca en los días del padre de Robusto.
Entonces
vino al corazón de Robusto que él mismo debía tal vez prestar algún servicio al
dios. Él no quería dejar la imagen sola, pero no tenía alternativa, y volviendo
de prisa al campamento eligió algunas partes tiernas de la carne asada, las
probó para ver si estaban buenas y, poniéndolas en una bandeja de hojas y
cogiendo un poco de agua del río en su boca, corrió de vuelta a la imagen,
dejando a sus asombrados seguidores sin palabras, dado que naturalmente ellos
pensaron que se había vuelto loco. Cuando llegó a la imagen salpicó agua de su
boca, hizo una ofrenda de la carne de verraco y dejó junto a ella flores
salvajes de su propio cabello, rogando al dios que recibiera sus obsequios.
Entonces el Sol cayó, y Robusto permaneció junto a la imagen de guardia con su
arco encordado y su flecha afilada. Al amanecer fue a cazar para tener más
ofrendas para poner frente al dios.
Mientras
tanto el brahmán devoto que había servido al dios tantos años vino a hacer sus
acostumbrados servicios matinales; trajo agua pura en vasijas sagradas, flores
frescas y hojas, y recitó rezos sagrados. ¡Cómo se horrorizó al ver que la
imagen había sido profanada con carne y agua sucia! Rodó de pena ante la
columna (el monolito), preguntando al Gran Dios por qué había permitido la
profanación de este santuario, dado que las ofrendas aceptables para Shiva son
agua pura y flores frescas; se dice que hay mayor mérito en dejar una sola flor
ante un dios que en ofrecer mucho oro. Para este sacerdote brahmán la muerte de
las criaturas era un crimen repugnante comer carne, una inmensa abominación;
tocar la boca de un hombre, una violación, y él observaba a los bárbaros
cazadores como criaturas de orden inferior. Reflexionaba, sin embargo, que no
debía tardar en llevar adelante su propio acostumbrado servicio; por ello
limpió a la imagen cuidadosamente e hizo sus rezos corno era su costumbre de
acuerdo con el rito Veda, cantó el himno convenido, circunvaló el santuario y
volvió a su morada.
Durante
algunos días tuvo lugar esta alternancia de los servicios a la imagen: el
brahmán ofreciendo agua pura y flores en la mañana, y el cazador trayendo carne
por la noche. Mientras tanto, llegó el padre de Robusto, pensando que su hijo
estaba poseído, y se esforzó por hacer razonar al joven convertido; pero fue en
vano, y no pudieron sino regresar a su pueblo y dejarle solo.
El
brahmán no podía soportar este estado de cosas por mucho tiempo;
apasionadamente llamó a Shiva para proteger su imagen de esta diaria profanación.
Una noche el dios se apareció ante él diciendo: «Eso por lo que protestas es
aceptable y bienvenido por mí. El que ofrece carne y agua de su boca es un
cazador ignorante de los bosques que no sabe nada de tradiciones sagradas. Pero
no lo observes a él, observa solamente su motivo; su rudo cuerpo está lleno de
amor a mí, esa niisma ignorancia es su conocimiento de mí. Sus ofrendas,
abominables a tus ojos, son puro amor. Pero tú debes observar mañana la prueba
de su devoción.»
Al
día siguiente Shiva mismo ocultó al brahmán detrás del santuario; entonces,
para revelar toda la devoción de Robusto, hizo que pareciera que fluía sangre
de uno de los ojos de su propia imagen. Entonces cuando Robusto trajo sus
acostumbradas ofrendas, inmediatamente vio su sangre y gritó: «Oh mi señor,
¿quién te ha herido? ¿Quién ha hecho este sacrilegio cuando yo no estaba aquí
para cuidarte?» Entonces buscó en todo el bosque para encontrar al enemigo; no
encontrando a nadie, se puso a curar la herida con hierbas medicinales, pero
fue en vano. Entonces recordó la máxima de los médicos, que lo mismo cura a lo
mismo, e inmediatamente cogió una afilada flecha y quitó su propio ojo derecho
y lo aplicó a la imagen del dios, y ¡mira! la sangre paró al instante. Pero,
¡ay de mí!, el segundo ojo comenzó a sangrar. Por un momento Robusto se sintió
abatido e impotente; entonces tuvo la inspiración de que todavía tenía un medio
de curarlo, y probó su eficacia. Cogió la flecha y se quitó el otro ojo,
poniendo su pie contra el ojo de la imagen, para poder encontrarla cuando ya no
viera.
Pero
el propósito de Shiva estaba cumplido; adelantó una mano de la columna y paró
la mano del cazador, diciéndole: «Es suficiente; desde ahota tu sitio estará
siempre a mi lado en Kailas.» Entonces el sacerdote brahmán también vio que el
amor es mayor que la pureza ceremonial, y Robusto ha sido amado para siempre
como el «Santo del Ojo».
Manikka Vaçagar y los
chacales
Este
santo nació cerca de Madura; a sus dieciséis años había agotado todo el círculo
de enseñanza contemporáneo de los brahmanes, especialmente las escrituras de
los shaivas; el informe de su aprendizaje e inteligencia llegó al rey, quien
envió a buscarlo y lo hizo primer ministro. En la corte Panadia disfrutó del
lujo del cielo de Indra, y se movió entre los cortesanos como la Luna plateada
entre las estrellas, vestido con ropas reales, rodeado de caballos y elefantes,
protegido por el paraguas del Estado; dado que el sabio rey dejó todo el
gobierno en sus manos. A pesar de ello el joven ministro no perdió su cabeza;
él recordaba que los placeres externos no son sino lazos para el alma, y deben
ser abandonados por aquellos que alcanzan la Liberación. Sentía gran compasión
por las esforzadas multitudes que nacían una y otra vez sufriendo penas
irremediables. Su alma se derretía en apasionadas nostalgia hacia Shiva.
Continuó administrando justicia y gobernando bien, pero siempre tenía la
ilusión de encontrar un maestro que le revelara Ci «Camino de la Liberación».
Como una abeja revolotea de una flor a otra él fue de uno a otro maestro de los
shaivas, pero no encontró una verdad satisfactoria. Un día un mensajero vino a
la corte anunciando que un barco había llegado al puerto trayendo una preciosa
carga de espléndidos caballos de otras tierras. El rey inmediatamente despachó
a su ministro con un gran tesoro para comprar los bellos caballos, y él partió
con la debida ceremonia (pompa), acompañado por regimientos de soldados.
Mientras
tanto Shiva mismo, sentado en su corte en el cielo con Urna su esposa, anunció
su intención de descender a la Tierra con la forma humana de un gui-u o maestro, y que él podía
iniciarse como discípulo para la conversión del Sur y la gloria del discurso
del Tamil. Consecuentemente, cogió su sitio bajo un bien extendido árbol,
rodeado de muchos sirvientes en la forma de santos shaivas, sus discípulos. Ante
este evento los árboles dieron sus pimpollos, los pájaros cantaron sobre cada
rama del bosque cerca junto al puerto donde el señor había cogido su asiento.
Entonces el joven enviado pasó por allí, acompañado por su séquito, y oyó el
sonido de los himnos shaivas procedentes del bosque. Envió un mensajero para
averiguar el origen de la música divina, y le dijeron que había un santo
maestro establecido, como el mismo Shiva, bajo un gran árbol, acompañado de
miles de devotos. Ante esto él desmontó y se dirigió reverentemente hacia donde
estaba el sabio, quien apareció ante su visión como el mismo Shiva, con su ojo
en llamas. Hizo preguntas acerca de las divinas verdades enseñadas por el sabio
y sus discípulos; él se convirtió y se echó a los pies del maestro con lágrimas
en los ojos. renunciando a los honores mundanos: recibió una solemne iniciación
y se convirtió en Jivanmukta, uno que
alcanza la Liberación mientras todavía encama una forma humana. Adoptó las
cenizas blancas y los cabellos trenzados de un yogui shaiva. Más aún, traspasó
los tesoros confiados a él para la adquisición de los caballos.
La
comitiva real se acercó al ministro convertido y protestó por esta disposición
de la propiedad de su señor; pero él les mandó marcharse: «¿Por qué», preguntó,
«me traéis otra vez asuntos mundanos como éste?» Ellos se volvieron a Madura y
anunciaron al rey lo que había sucedido. Éste no se enfureció anormalmente, y
envió una orden real para que su ministro volviera inmediatamente. Éste sólo
respondió: «No conozco otro rey que no sea Shiva, de quien ni siquiera los
mensajeros de la muerte pueden apartarme.» Shiva, sin embargo, le ordenó que
regresara a Madura y no temiera nada, sino que dijera que los caballos
llegarían a su debido momento. El dios también le proveyó de un equipaje
adecuado y de un rubí sin valor. El rey al principio aceptó sus garantías de
que los caballos llegarían, pero la historia de los otros cortesanos prevaleció,
y dos días antes de la prometida llegada de los caballos el joven ministro fue
metido en prisión.
El
señor, sin embargo, cuidaba de sus discípulos. Él juntó una multitud de
chacales, les convirtió en espléndidos caballos y los envió a la corte, con multitudes
de deidades menores disfrazadas de mozos de cuadra; él mismo cabalgó a la
cabeza de la tropa, disfrazado del mercader a quien se suponía se habían
comprado los caballos. El rey estaba por supuesto encantado, y liberó al
ministro con muchas disculpas. Los caballos fueron entregados y enviados a los
establos reales; los dioses disfrazados partieron y todo parecía estar bien.
Antes
del amanecer el pueblo fue despertado por horribles aullidos; los caballos se
habían vuelto otra vez chacales y, lo que es peor, estaban devorando a los
caballos reales en los establos del rey. El rey se dio cuenta de que había sido
engañado, y cogió al pícaro ministro y lo expuso al sol de mediodía, con una
pesada piedra sobre su espalda. Éste rogó a su señor; Shiva en respuesta liberó
las aguas del Ganga de sus enmarañados cabellos e inundó el pueblo. Otra vez el
rey se dio cuenta de su error y restituyó al sabio a un puesto de honor, y se
puso a construir un dique para salvar al pueblo. Cuando esto estuvo hecho, el
rey ofreció entregar el reino al santo, pero Manikka Vaçagar prefirió retirarse
al puerto donde primero había visto a su señor. Allí cogió su sitio a los pies
del guru. La tarea de Shiva, sin embargo, estaba ahora acabada; partió al
cielo, dejando el encargo a Manikka Vaçagar de establecer la fe a través de
Tamilakam. A partir de ese momento el santo pasó su vida deambulando de pueblo
en pueblo, cantando devotamente y lleno de pasión los himnos de los cuales le
vino su nombre de «Aquel cuyo Discurso son Rubíes». Finalmente llegó a
Chitambaram, la ciudad sagrada donde diariamente se realiza la danza de Shiva,
también la morada del santo llamado «Pie de Tigre»; el santo vivió allí hasta
que murió convirtiéndose en el señor, Ésta fue la forma de esa beatificación.
Después de una gran controversia con herejes budistas de Ceilán apareció un
venerable aunque desconocido devoto, quien rogó ser permitido anotar todas las
canciones de los santos de su propios labios. Hizo esto y luego desapareció,
dado que él no era otro sino el mismo Shiva, quien cogió las canciones para el
cielo para que los dioses disfrutaran. A la mañana siguiente una copia perfecta
fue encontrada, con mil versos en total, firmada por el mismo dios, junto a su
imagen en Chitambaram. Todos los devotos del templo se apresuraron a pedirle
una explicación al santo; él les dijo que le siguieran, y los llevó adonde
estaba la imagen de Shiva en la Corte Dorada. «Éste es el significado. Esto es
lo importante», dijo, y con ello desapareció, derritiéndose en la misma imagen,
y no fue visto nunca más.
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