Había una vez
dos hermanos que se llamaban Verdad y Mentira.
Verdad era
noble y honrado, y su hermano maligno, llamado Mentira, le odiaba.
Un día Mentira
fue a ver a la Enéada
y se quejó ante los dioses que Verdad le había robado la daga. Cuando le
pidieron que describiera la daga, Mentira dijo:
-Todo el cobre
del monte Jal sirvió para hacer la hoja y toda la madera de Koptos para el
mango. La vaina tiene el largo del pozo de ventilación de una tumba y la piel
de todos los rebaños de Kal sirvió para hacer el cinto –insistió Mentira-, y
Verdad me la ha robado. Si se niega a devolvérmela, cegadlo y dádmelo para que
me haga de portero.
Verdad fue
llamado ante la presencia de la
Enéada y afirmó su inocencia. No pudo presentar la daga, pues
ésta no existía, y las acusaciones de Mentira parecían tan convincentes que
Verdad fue condenado. La Enéada
ordenó que le quitaran los ojos y que fuera entregado a Mentira para que le
hiciera de portero.
Mentira pronto
se dio cuenta que no podría soportar la presencia de Verdad sentado
plácidamente delante de su puerta. Aquello le recordaba cada día su crueldad
así como la inocencia de su hermano. Por este motivo les dijo a dos de los
antiguos criados de Verdad:
-Llevaos a
vuestro amo al desierto y dejadlo en un sitio donde una manada de leones lo
pueda encontrar fácilmente. No regreséis hasta que no estéis seguros que esté
muerto.
Los criados
tenían demasiado miedo de Mentira para negarse a llevar a cabo tal acto. Muy
tristes, cogieron a Verdad uno por cada brazo y lo condujeron al desierto.
Cuando el hombre ciego notó la tierra del desierto bajo sus desnudos pies,
preguntó adónde le estaban llevando. Los criados le contaron las órdenes que
tenían con los ojos llenos de lágrimas.
Un día más
tarde, una señora que se llamaba Deseo paseaba por su jardín, cuando dos
criadas corrieron a ella para decirle:
-Señora, hemos
encontrado un ciego sentado entre las cañas cerca del lago. ¡Ven a verlo!
-Traédmelo
aquí –dijo Deseo.
Los criados no
tardaron en llegar llevando a Verdad entre los dos. Estaba desfallecido y medio
muerto de hambre, pero Deseo pensó que era el hombre más hermoso y apuesto que
jamás había visto.
Le aceptó en
su casa y en su cama y tuvo un hijo con él, pero Deseo pronto se cansó de su
nuevo amante y lo echó fuera del hogar.
El hijo de
Deseo y de Verdad no era un niño normal y corriente. Se hizo alto y hermoso
como un dios, y a los doce años superaba a sus compañeros de colegio tanto en la lectura y la escritura
como en las artes de la guerra. Los demás muchachos le tenían muchísima envidia
y se mofaron de él diciendo:
-Si eres tan
listo, quién es tu padre.
El hijo de
Deseo no lo sabía y el resto de los niños no paraban de burlarse por ello,
hasta que un día no lo pudo resistir más y fue corriendo a ver a su madre para
preguntarle:
-Por favor,
dime quién es mi padre y así se lo podré decir a los demás compañeros de clase.
-¿Ves ese
ciego que está sentado sobre el polvo? –preguntó Deseo a su hijo-. Pues bien,
ese hombre es tu padre.
El niño corrió
al patio y abrazó a su padre. Después acompañó a Verdad dentro de la casa y le
hizo sentar en la mejor silla. Después de poner los mejores y más selectos
platos delante de él y de ayudarle a comer y beber cuanto le vino en gana, le
preguntó:
-Padre, ¿quién
fue el que tuvo la osadía de dejarte ciego? Si me lo dices, te vengaré.
-Fue mi propio
hermano –contestó con tristeza Verdad.
El muchacho
preparó inmediatamente un plan y luego fue a la despensa de su madre a buscar
diez panes, un bote de agua, una espada, un bastón y un par de sandalias de
cuero.
Después cogió
un magnífico buey del rebaño de su madre y se dirigió hasta donde Mentira
estaba pastando sus propios animales. El niño se acercó al vaquero principal y
le dijo:
-Tengo que
partir para un largo viaje. Si me guardáis el buey mientras estoy fuera,
podréis quedaros con las provisiones, la espada, el bastón y estas preciosas
sandalias de cuero.
El vaquero
aceptó lleno de contento y el muchacho simuló que se iba fuera de la comarca.
Unas semanas
más tarde, Mentira fue a inspeccionar sus rebaños. Inmediatamente se encaprichó
el precioso buey.
El vaquero
principal objetó que el buey era propiedad de un chico que regresaría pronto
para reclamarlo. Mentira se encogió de hombros:
-¿Y qué más
da? –añadiendo-. Cuando el chico regrese le puedes dar el mejor del rebaño.
Y así Mentira
se llevó el buey y lo hizo sacrificar. El hijo de Verdad se enteró pronto y fue
a ver al vaquero.
-Cualquiera de
estos animales es tuyo –dijo el vaquero principal-. Elige el que prefieras.
-¿Por qué, si
ninguno se puede comparar al que era mío? –preguntó el muchacho-. Mi buey era
más grande que, si se situara en la isla de Ammon, el hocico le llegaría hasta
el desierto de Nubia y la cola hasta los pantanales del delta, con la punta de
un cuerno apoyada sobre las Montañas Occidentales y la otra en las Orientales.
El vaquero se
quedó estupefacto:
-¿Existe un
buey tan grande?
El hijo de
Verdad simuló un gran enfado y llevó al vaquero principal y a Mentira al
tribunal para ser juzgados por la
Enéada por el robo de su buey. Mentira exclamó:
-¡Vaya
tontería! ¡Nadie ha visto jamás un buey de las dimensiones que estás diciendo!
-Tampoco nadie
ha podido jamás ver una daga de las medidas del pozo de ventilación de una
tumba –dijo el hijo de Verdad-, con todo el cobre del monte Jal en la hoja,
toda la madera de Koptos en el mango y toda la piel de las bestias de Kal en su
cinto.
Mentira se
volvió amarillo al oír las palabras que acababa de pronunciar el chico ante la Enéada.
-Volved a
juzgar a Verdad y Mentira. ¿Cómo podéis condenar a Verdad basándoos en esta
historia? Yo soy su hijo y estoy ante vosotros para defender su inocencia.
Mentira
continuó afirmando que todo cuanto había estado explicando hasta el momento era
cierto.
-Y si Verdad
está vivo y puede venir a negarlo, entonces me confesaré culpable de lo que
dice el joven. Luego podréis arrancarme los ojos y convertirme en su portero.
Mentira estaba
convencido de que su hermano había muerto, pero el joven dijo:
-Tú mismo te
has juzgado. Venid conmigo.
Entonces llevó
a la Enéada a
casa de su madre y les mostró a su padre. Después de oír su historia, ordenaron
que sacaran los ojos a Mentira y desde ese día Verdad y su hijo vivieron juntos
y felices y Mentira les hizo de portero.
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