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UCEDIÓ hace tiempo que
Indra, rey de los dioses, fue maldito por el gran rishi Durvasas, una porción
de Shiva, por un desaire que éste le había hecho. A partir de entonces Indra y
todos los tres mundos perdieron su energía y fuerza, y toda las cosas se fueron
a la ruina. Entonces los daityas o
asuras pusieron su fuerza contra los debilitados dioses de modo que éstos
huyeron buscando la protección de Brahma; éste les aconsejó buscar ayuda de
\‘ishnu, el domesticador de demonios, el dios inmortal, creador, preservador y
destructor. Entonces Brahma habló y él mismo llevó a los dioses hasta la costa
norte del mar de Leche, hasta el sitio de \‘ishnu, y pidió su ayuda. Entonces
la Deidad Suprema, sosteniendo sus emblemas de concha, discos y maza, y
radiante con luz, apareció ante el gran señor y otras deidades, y otra vez
todos le adoraron. Entonces Han sonrió y dijo: «Yo restituiré vuestra fuerza.
Haced lo que os ordeno: echad al mar de Leche hierbas poderosas, luego coged el
monte Mandara como yana agitadora, la serpiente Vasuki como cordón y agitad el
océano para el rocío de la vida. Para esto necesitáis la ayuda de los daitayas; -haced alianzas con ellos,
entonces, y arreglad compartir con ellos el fruto de vuestra labor combinada;
prometedles que, tomando la ambrosía, ellos se volverán inmortales. Pero yo
veré que ellos no compartan el agua de la vida, sino que suyo será sólo el
trabajo.»
Así
los dioses entraron en alianza con los demonios, y juntos emprendieron la
agitación del mar de Leche. Ellos lanzaron dentro poderosas hierbas, cogieron el
monte Mandara como vara agitadora y a Vasuki por cordón, Los dioses cogieron su ubicación junto a
la cola de la serpiente, los daityas junto
a su cabeza. Han mismo, con forma de tortuga, se convirtió en un pivote de la
montafia al ser girada alrededor; él también estaba presente invisible entre
los dioses y demonios, tirando de la serpiente de un lado a otro; en otro
inmenso cuerpo estaba sentado sobre la cima de la montaña. Con otras porciones
de su energía sostenía al rey serpiente e infundía poder a los cuerpos de los
dioses. Al trabajar de ese modo las llamas de la respiración de Vasuki
chamuscaban las caras de los demonios, pero las nubes que derivaban en
dirección a su cola refrescaban a los dioses con lluvias vivificantes.
Primero
se alzó del mar la vaca que ofrece deseos, Surabhi, alegrando los ojos de las
divinidades; entonces vino la diosa Varuni, con ojos envolventes, la divinidad
del vino; después surgió el árbol Parijata del paraíso, la delicia de las
ninfas del cielo, perfumando todo el mundo con la fragancia de sus flores, y se
levantaron las tropas de apsaras, de encantadora hermosura y gracia.
Entonces se alzó la Luna, a quien Mahadeva cogió y puso sobre su frente, y vino
un chorro de mortífero veneno, que también Mahadeva cogió y bebió, para que no
destruyera al mundo: era un veneno amargo que puso su garganta azul, por eso es
conocido como Nilakanda, garganta azul, desde entonces. Luego vino Dhanwantari,
cogiendo en su mano una copa del rocío de la vida, deleitando los ojos de daityas y rishis. Entonces apareció la
diosa Shri, la delicia de Vishnu, radiante, sentada sobre un loto abierto; los
grandes elefantes del cielo la untaron con agua pura traída por Ganga y servida
en vasijas doradas, mientras los embelesados sabios le cantaban plegarias. El
mar de Leche la adornó con una corona de flores que nunca se marchitan;
Vishvakarrna la cubrió con joyas celestiales. Entonces ella, que era en
realidad la esposa de Vishnu, se echó sobre su pecho y entonces, reclinándose,
volvió sus ojos sobre los encantados dioses. Pero los daiiyas estaban poco satisfechos, dado que ahora eran abandonados
por la diosa de la prosperidad.
Los
enojados daiiyas arrebataron la copa
de néctar de Dhanwantari y la volcaron. Pero Vishnu, adquiriendo la forma de
una exquisita y encantadora mujer, les engañó y les fascinó: mientras reñían
entre ellos robó el liquido derramado y lo llevó a los dioses, quienes bebieron
un trago de la copa de la vida. Así vigorizados, pusieron a volar a los
demonios y los condujeron abajo al infierno, y adoraron a Vishnu con regocijo.
Entonces el Sol brilló claramente otra vez, los Tres Mundos se volvieron
prósperos una vez más y la devoción floreció en los corazones de toda la gente.
Indra, sentado sobre su trono, compuso un himno de plegaria para Lakshmi; ella,
así adorada, le otorgó dos deseos. Ésta era la elección que nunca otra vez ella
abandonaría los Tres Mundos, ni tampoco debería abandonar a nadie que le
cantara una plegaria con las palabras del himno de Indra.
La
fortuna de la diosa del bien nunca abandonará la casa por tres generaciones de
quien así oye la historia del nacimiento de Lakshmi del mar de Leche, o de
quien alguna vez la lee; conflictos o mala fortuna nunca entrarán donde se
cante el himno de Lakshmi.
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